Lun 16.10.2006
libero

CONTRATAPA

Tiempo de estancamiento

Omar Narváez venció por puntos al colombiano Ramos, retuvo por novena vez el título mosca de la OMB e igualó el record de defensas de Pascual Pérez y Santos Laciar, pero volvió a quedar en deuda ya que no brilló y se mostró discontinuo. Así, ante rivales más exigentes, su reinado corre riesgo.

› Por Daniel Guiñazú

Duele, pero hay que decirlo: está estancado Omar Narváez, ya no es el mismo de antes. Que no quepan dudas: el chubutense le ganó bien al colombiano Walberto Ramos, retuvo por novena vez su título mosca de la Organización Mundial de Boxeo e igualó el record de defensas de Pascual Pérez y Santos Laciar, dos históricos de la categoría. Pero la satisfacción de la victoria no debe empañar otro tipo de análisis. Y es ahí donde se debe ser crítico con Narváez. El campeón no brilló, no gustó, estuvo discontinuo, sin velocidad en piernas ni manos. Lo salvaron ramalazos de su talento. Por eso, las diez mil personas que en la madrugada del domingo le dieron al Luna Park el marco de las grandes noches no lo despidieron con una ovación. Apenas si le brindaron un cerrado aplauso de compromiso.

Nunca fue visible la diferencia entre un mosca natural como lo es Narváez (50,750 kg) y un minimosca inflado para la ocasión como lo fue Ramos (50,700 kg). Un solo detalle revela lo que fue la pelea para el chubutense. Su rostro terminó magullado, con una prominente inflamación y un corte debajo de la ceja izquierda. Y en el sexto round, un limpio uppercut de derecha de Ramos le provocó una copiosa hemorragia nasal que su técnico, Carlos Tello, controló con prontitud en el rincón. Narváez recibió más de la cuenta. Si el colombiano no lo sacudió todavía más fue porque a su boxeo de ritmo sostenido le faltó vigor y justeza. Muchas manos que sacó pegaron en los guantes de Narváez.

Es posible que la lesión en la mano izquierda que el campeón del mundo acusó entre el tercer y el cuarto round haya condicionado su labor. Pero igualmente lo suyo dejó que desear. Arrancó frío, a media máquina, demasiado contenido. Demoró tanto la puesta en marcha que, cuando el combate había llegado al final de la sexta vuelta estaba totalmente equilibrado. Ramos había ganado los rounds 1º, 4º y 6º a partir de su permanente actividad, de los buenos ganchos que metía al cuerpo de Narváez y de la libertad que le daba el argentino con sus lagunas, para manejar la pelea en la media y la larga distancia. Y Narváez había emparejado en los rounds 2º, 3º y 5º sobre la base de una izquierda cruzada a la cabeza y un gancho al plexo que, cuando llegaba, lo movía al colombiano y ponía en claro quién era quién. Los pronósticos de la cátedra sobre una victoria sencilla y sin sobresaltos de Narváez, llena de lucimiento, se habían desvanecido.

Fue recién entre el 7º y el 10º asalto cuando la victoria del chubutense cobró forma definitiva. En esos cuatro rounds, su calidad fuera de cualquier discusión goteó lo suficiente como para marcar diferencias nítidas, y el descuento de un punto que el árbitro portorriqueño Roberto Ramírez le hizo a Ramos en el 8º round por reiterados golpes bajos y la caída del colombiano en el 9º por una derecha que lo tomó mal parado terminaron por asegurarle el triunfo. Sin embargo, el final no fue lo que se esperaba. Ramos recurrió a su orgullo y a su boxeo limitado pero tesonero, aprovechó que Narváez lo dejó hacer y acabó por imponerse los dos últimos rounds, ganándose un reconocimiento unánime como un retador mucho más calificado y exigente de lo que la mayoría suponía. Líbero coincidió con el fallo que entregó el portorriqueño José Torres: 115-111. El brasileño Daniel Fucs exageró dándolo ganador a Narváez por 117-109 y el argentino Ramón Cerdán proclamó 115-112 a favor del argentino.

Desde aquel accidente de motos que le afectó la mano izquierda, Narváez está lejos de lo mejor de sí mismo. Sus piernas carecen de la velocidad de otrora para abrir el ring y generar ángulos diferentes desde donde castigar al rival. Y sus brazos no lucen rápidos para repiquetear, o para lanzar el 1-2 que tanto martirizó a adversarios anteriores. Ha perdido energía, poder, esa plasticidad y elegancia que tanto encantaron al exigente público porteño. Solo lo mantienen en pie relumbrones de su calidad. No le sobra tiempo para recuperarse: el 2 de diciembre habrá de defender su corona por décima vez en Francia. Este Nárvaez boxísticamente ordinario y vulgar podrá seguir ganando ante rivales tesoneros pero limitados como Ramos. Contra adversarios más calificados, por ejemplo, en una eventual pelea unificatoria frente a otros campeones mundiales, hoy está en peligro. Si no mejora, es serio candidato a la derrota.

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