Lun 23.02.2009
libero

CONTRATAPA

Otra forma de gambeta

› Por Gustavo Veiga

Están detenidos y escriben, porque escribir es una forma de rebelarse contra el molde de pibes chorros con que los marca e intenta aislarlos la sociedad. Viven encerrados en el Instituto Agote, en el barrio de Palermo Viejo, y ya tuvieron su baño bautismal en el periodismo allá por 2002 (la revista La Vida y la Libertad era de papel y hoy es virtual). Los periodistas Nahuel Gallota y Santiago Cantenys los estimularon a continuar con una experiencia semejante, un blog donde producen textos sobre deporte y otros temas (http://elblogdelagote.blogspot.com).

Ezequiel G. es uno de ellos. “Cabañas, siempre te recordaremos”, tituló una nota donde evoca la memoria de un menor paraguayo llamado Darío Coronel. Lo habían apodado con el apellido del ex delantero de Boca (Roberto), porque compartían la misma nacionalidad. En ella cuenta que “cuando era chico jugaba a la pelota siempre y se entendía bien jugando con otro muchacho de mi barrio que se llama Carlitos Tevez”. Después desafía con una comparación: “Si vas a Fuerte Apache y preguntás quién era mejor jugador, si Tevez o Cabañas, todos te van a decir que Cabañas”.

La historia que narra Ezequiel G. precisa que sus dos protagonistas compartieron equipo en All Boys y Santa Clara, y que Cabañas también pasó por Vélez y San Lorenzo. Pero no tiene final feliz: “El pibe ya era ladrón”, dice. Y un día lo rodeó la policía llegando al barrio, él dijo que no lo iban a matar “y se pegó un tiro en la sien”. Su cierre es un emotivo y sintético adiós: “Cabañas siempre presente. Los pibes”.

Roberto S. escribió sobre el fútbol de La Matanza gracias al taller de periodismo deportivo que se dicta todos los viernes en el Agote. Su prosa directa, sin ornamentos, describe cómo se juega cada fin de semana en el distrito más extenso del Gran Buenos Aires: “A diez kilómetros de la General Paz, los domingos al mediodía arranca el fútbol. El escenario se llama ‘Atrás de la montaña’. El nombre se debe a que antes había una montaña grande delante de la cancha. Ahora en ese espacio está la cancha principal y una más chica para que jueguen los hijos de los que van a jugar. En la previa toman vida los desafíos entre barrios vecinos. Los partidos se pactan en la semana y arrancan cerca de las diez de la mañana. Generalmente terminan bien, pero a veces hay finales a las trompadas...”.

“El campeonato por plata arranca a la una”, detalla Roberto S. Y juegan equipos de distintos barrios de La Matanza como “Villegas, San Pete, La Palito, San Alberto, Puerta de Hierro, El Tambo, 17 de Marzo y Ciudad Evita”. Sus últimas líneas le dan al artículo un toque costumbrista, de color, que indica cómo ciertas prácticas futboleras no se oxidan: “El sorteo del fixture se realiza en la mesa con el sistema de palito corto–palito largo. El árbitro y los líneas cobran por dirigir todos los partidos. Los pibitos que alcanzan la pelota se llevan cinco pesos cada uno”.

Marcelo O. define su identidad futbolística desde las primeras palabras: “Mi barrio queda atrás del Hospital Posadas y somos todos hinchas del Pincha de Caseros”. Ese es su territorio y el fútbol que se juega ahí arranca los domingos a las 8 de la mañana en una cancha de nueve. “Compiten veinte equipos, los mejores son ‘La Villa’, el ‘1’, los ‘Parientes’ y el ‘17’. Hay jugadores que llegaron a Primera División y jugaron en mi barrio: Barrientos y Ortiz, que vistieron la camiseta de San Lorenzo.”

Aunque parezca obvio en clubes o barrios cerrados, hay cosas que en lugares postergados no lo son: “En la cancha hay redes, banderines en las esquinas y antes de empezar se pintan las líneas de cal”, explica Marcelo O. Y para poder jugar hay que pagar la inscripción de 100 pesos, y “el ganador se lleva todo lo recaudado, hay premios para el primero y el segundo”. Su texto se titula “La Gardel, el mejor fútbol del Oeste”.

César G. ya no está en el Agote, ni es menor, pero dejó su huella imborrable en el taller. Escribe con la fluidez de un redactor consagrado y su prosa aguijonea las conciencias de los ciudadanos respetables que verían en su manifiesto (el manifiesto de “un pibe chorro”, como se autodefine) una declaración de guerra. Su texto, “Reivindicación de la inseguridad”, comienza así: “Me llamo César Gabriel G. y decidí hacer esta carta para reivindicar la sensación de inseguridad con la que vive la sociedad argentina; ¿y por qué digo esto? Porque no va a dejar de haber robos y muertes mientras palabras como exclusión y desigualdad sean ajenas al intelecto de la mayoría. Yo, que nací y me críe en una villa y actualmente me encuentro privado de mi libertad en el penal de Ezeiza, puedo dar fiel testimonio de eso. Puedo hablar de mi impotencia cuando escucho al periodismo hablar sin tolerancia alguna de la situación de los menores que cometen ‘delitos’, como alegando que éstos llegan a tal instancia por propia decisión y porque robar genera algún tipo de placer, pero son pocos los que se preguntan qué historia hay atrás de cada pibe que roba, es decir, que todos miran el efecto y nadie reflexiona la causa”.

Su descripción de la cárcel transmite un resentimiento justificado, pero no le anula las ilusiones por ahora enrejadas. Después de escribir que allí “donde el tiempo es lento y espeso como una humedad desgarradora y la vida se resume a una celda, al recuento y comida de perros...”, César G. cuenta: “Pero a pesar de todo eso me esforcé para tomar con ganas las escasas herramientas de esperanza que hay acá, y así fue que pude terminar la secundaria, así como numerosos talleres de perfeccionamiento laboral. Logré darme cuenta de cómo gira este mundo del que me apartaron y sentir unas ciegas ganas de luchar por los olvidados de esta sociedad a través del descubrimiento de mi pasión por la escritura...”.

César G. también firma sus notas bajo el seudónimo de Camilo Blajaquis. Camilo por el revolucionario cubano, Camilo Cienfuegos y Blajaquis, por Domingo Blajaquis, uno de los sindicalistas asesinados cuya historia cuenta Rodolfo Walsh en su libro ¿Quién mató a Rosendo?

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