CONTRATAPA › UNA MODA QUE SE INSTALó CON FUERZA EN EL VAPULEADO FúTBOL ARGENTINO
El que miles de hinchas boquenses hicieron en apoyo a su ídolo, Juan Román Riquelme; el que medio centenar de barrabravas le ofrendaron a su líder absuelto, Rafael Di Zeo y el autoconvocado por los hinchas de River para repudiar a Daniel Passarella.
› Por Gustavo Veiga
El banderazo se puso de moda y no es una moda pasajera. La palabra huele a reivindicación de idolatrías, a mise en scène sacrílega o a cualquier otra demostración de apoyo o repudio futbolero. Para alentar a sus admirados por el juego que despliegan o a sospechados por un delito (lo mismo da), en los últimos años se eligió este método que ya adoptó el folklore de nuestro bendito deporte. Por azar, tres banderazos casi sucesivos quedaron marcados en el almanaque de este julio que ya consumió su primera mitad. El banderazo que miles de hinchas boquenses le tributaron a Riquelme para que no abandone el equipo, el banderazo que cincuenta barras de la Doce brava le dedicaron al absuelto Rafael Di Zeo y el banderazo con que varios centenares de hinchas de River autoconvocados repudiaron al presidente Daniel Passarella. Como se ve, hubo banderazos para todos los gustos.
El “gorro, bandera y vincha” con que los pregoneros del fútbol venden su mercancía parece una letanía del pasado. Se escucha poco o ya no se escucha. Debería traducirse en “banderita, bandera, banderazo” si existiera una lógica de continuidad menos mercantil, más abanderada de la causas sentimentales. Por los trapos, claro, ese sustantivo en plural con que sus dueños definen a los mejores emblemas. El significado que conservan entre las multitudes señala que nada tienen de viejos los trapos y en la Argentina hasta se mata por ellos. Pero el fútbol –lo decía nuestro guía Dante Panzeri– es dinámica de lo impensado. Y lo que supone un banderazo hoy no es lo que era.
Ya lo escribió Discépolo en su célebre “Cambalache” (1935). “Hoy resulta que es lo mismo/ ser derecho que traidor/ ignorante, sabio o chorro/ generoso o estafador/ todo es igual/ nada es mejor/ lo mismo un burro/ que un gran profesor”. ¿Puede inferirse que son lo mismo Riquelme y Passarella? No. Porque al primero le dedicaron un banderazo para que vuelva y al dirigente otro para que se vaya. Lo que unificó a las dos convocatorias es que los asistentes estaban embanderados. Unos con los colores de Boca para alentar al ídolo en meditada retirada y otros con los de River para rechazar la presencia del ex ídolo (las idolatrías también admiten la condición de ex). El actual presidente lo era cuando jugaba; ya no lo es. Riquelme es un ídolo de este tiempo. Si hasta le dedicaron un banderazo en Brasil.
Muy distinto resulta el caso del ex convicto Di Zeo, absuelto por el Tribunal Oral Nº 6, integrado por Guillermo Yacobucci, Leonardo De Martini y Alejandro Noceti Achával. Al Rafa le ofrendaron el banderazo en el Palacio de Tribunales, corte de calle mediante, sobre Talcahuano. Era un grupito que entonó el amenazante “Oh le le/ oh la la/ a todos los traidores los vamos a matar”. Un cantito nada discepoleano dedicado a la hasta ahora barra oficial comandada por Mauro Martín.
Como a Riquelme, los sacristanes del canoso sacerdote de la misa pagana le pidieron también que vuelva. Para subirse al paraavalanchas de la popular que da a Casa Amarilla. El respondió: “Todavía no sé”. Un desafío que, de cumplirse, le escaldará la piel al presidente Daniel Angelici, el mismo que se hizo el guapo (en la dialéctica) con Javier Cantero, el colega de Independiente, cuando decidió enfrentar a la barra. A este último, a diferencia de Passarella, lo apoyaron los socios e hinchas y no hizo falta que propiciaran un banderazo. Simplemente se juntaron todos frente a la sede social del club de Avellaneda en mayo pasado.
Los banderazos ya se cuentan por decenas en el Fútbol para Todos, que en las tribunas siempre quieren manejar unos pocos. Pueden organizarse para alentar a un equipo que pelea por ganar un ascenso (Rosario Central) o para evitar el descenso (San Lorenzo). Pueden también hacerse en vísperas de un clásico para imbuir de espíritu combativo a los jugadores (Racing, Newell’s, etc.). Pueden ser útiles para oponerse a la quiebra de un club (pasó en marzo de este año con Aldosivi de Mar del Plata) o simplemente por amor a la camiseta, como sucedió con los hinchas de Huracán, que se convocaron en abril bajo la consigna “Ni para los jugadores ni para los dirigentes, sino para y por Huracán”.
Los banderazos célebres ya no ocurren cuando el banderillero baja la bandera a cuadros en el Autódromo cuando los pilotos cruzan la meta. Ahora son un ritual que llega hasta donde se propone una hinchada con cualquier excusa. Las redes sociales se transformaron en la herramienta predilecta para amplificar la convocatoria. Una forma de reunirse mucho más espontánea que la de un grupo de pesados (con o sin condenas) cuando deciden vivar a su líder. El fútbol es generoso y da para todo. Organizar un banderazo puede ser una cuestión que resuelva un puñado de hinchas desde una computadora hogareña. Si hace dos o tres décadas nos sorprendíamos cuando hooligans holandeses o alemanes acordaban un sitio para pelearse desde una PC, quiere decir que aquí –por la razón que fuere– ciertas modas suelen venir tarde.
En México, banderazo significa cuando un taxista baja la bandera y empieza a cobrar la tarifa del viaje. La palabra tiene en Chile una acepción semejante a la que le damos en nuestro país. Los banderazos llegaron para quedarse y les otorgan un protagonismo a los hinchas como si jugaran de titulares. La modalidad no es el problema, el problema nace cuando se desvirtúa. Si Riquelme volviera a ser dirigido por Julio Falcioni, si Di Zeo desbancara a Mauro Martín del manejo de la barra brava y Passarella renunciara a la presidencia, el monumento al banderazo estaría al caer. Las tres hipótesis parecen demasiado lejanas. Por ahora nadie puede izar esas banderas. Ni siquiera un banderín para colgar en el mástil.
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