CONTRATAPA › LA EDICIóN 2016 REúNE A QUINCE DE SUS VEINTICINCO CAMPEONES
El lustre actual del máximo certamen continental se forjó en años de una historia de claroscuros, en los que caben la agonía y el éxtasis, la épica y la vergüenza, lo más grande y lo más pequeño del fútbol sudamericano.
› Por Daniel Guiñazú
Aunque ya se puso en marcha con diez partidos, para el fútbol argentino la Copa arranca mañana. Y cuando se dice la Copa, no hay lugar para confusiones o equívocos: la Copa, la única, es la Libertadores. La que lleva más de medio siglo de disputa. La que juegan los campeones, los mejores de cada temporada. La que conducía a la vieja Intercontinental y hoy conduce al Mundial de Clubes. La que tiene una historia de claroscuros en la que caben la agonía y el éxtasis, la épica y la vergüenza, lo más grande y lo más pequeño del fútbol sudamericano. La que este año juegan 15 de sus 25 campeones (Boca, River, Racing y San Lorenzo por la Argentina, Gremio, San Pablo Corinthians, Palmeiras y Atlético Mineiro por Brasil, Peñarol y Nacional de Uruguay, Olimpia de Paraguay, Colo-Colo de Chile, Liga Deportiva Universitaria de Ecuador y Atlético Nacional de Medellín de Colombia). Y que por eso, para muchos, es la mejor Copa Libertadores de todos los tiempos, la más apasionante.
Sin embargo, no siempre fue así. Costó que la inicial Copa de Campeones de América (tal el nombre con el que se jugó su primera edición de 1960, recién en 1965 pasó a llamarse Libertadores) se metiera en la piel de los aficionados del subcontinente. De hecho, el fútbol argentino la ninguneó tanto que ese mismo año y a cambio de buen dinero, San Lorenzo cedió la condición de local en un desempate de semifinal ante Peñarol de Montevideo, luego de ello, el primer campeón. E Independiente en 1961 y Racing en 1962 no pasaron de la primera fase y jugaron sus partidos en Avellaneda, con los estadios semivacíos. En verdad, la Copa no le interesaba a nadie y parecía no tener futuro.
Pero en 1963, Boca quebró la inercia. Su presidente, Alberto J. Armando, entrevió en el torneo la posibilidad de renovar la proyección internacional de su club. Y no se fijó en gastos. Contrató por 25 millones de pesos de aquellos tiempos (un dineral) a José Francisco Sanfilippo, el gran goleador argentino del momento, lo juntó con otro artillero, el brasileño Paulo Valentim, y con los ídolos Angel Clemente Rojas y Antonio Ubaldo Rattin y armó un equipo inquebrantable que llegó a la final ante el Santos de Pelé, por entonces, el mejor del mundo. Perdió las dos finales (3-2 en el Maracaná y 2-1 en la Bombonera). Pero dejó marcado un camino.
El primer título de América estaba al caer. E Independiente lo conquistó no una, sino dos veces, en 1964 ante Nacional y en 1965 frente a Peñarol, iniciando el romance copero que lo ha llevado a ganar la Libertadores en siete ocasiones, más que ningún otro club en América. Un dato revela la potencia que por entonces tenía la Copa para el fútbol argentino: entre 1963 y 1979, siempre un equipo de nuestro país llegó a la final. La lograron Racing (1967), Estudiantes (1968/69/70), Independiente (1972/73/74/75) y Boca (1977/78).
Fueron épocas de gloria. Pero sobre todo de partidos bravísimos. De arbitrajes turbios y localistas. De dirigentes corruptos como Teófilo Salinas, el peruano que presidió la Conmebol entre el 66 y el 86. Y de escándalos reiterados. En los 60 y los 70, la Copa fue un vale todo. Y muchas veces, la hombría mal entendida en combinación con el dinero que fluía a raudales y la falta de controles antidoping generaron espectáculos bochornosos. Las finales de las Copas del 66 (River-Peñarol) y el 67 (Racing-Nacional) fueron despiadadas. La tercera semifinal de 1968 entre Estudiantes-Racing en el Monumental terminó con Ramón Aguirre Suárez y Néstor Togneri (Estudiantes), Alfio Basile y Nelson Chabay (Racing) detenidos en Villa Devoto por orden del jefe de la Policía Federal.
Los jugadores de Peñarol corrieron a patadas y a trompadas a los de Estudiantes luego de que el equipo de La Plata ganara en el estadio Centenario la Copa de 1970. Y en 1971, Boca y Sporting Cristal finalizaron su partido de primera fase en la Bombonera con una batahola tan furibunda que obligó al árbitro uruguayo Alejandro Otero (un comisario que en la semana perseguía a los Tupamaros por las calles de Montevideo) a decretar 19 expulsiones. Sólo se salvaron los dos arqueros (Rubén Sánchez de Boca y Luis Rubiños del Cristal) y el elegante zaguero peruano Julio Meléndez, ídolo xeneize de por entonces.
En 1966, cuando se incorporaron los subcampeones, la Copa se hizo todavía más extensa y extenuante: Peñarol jugó 17 partidos para salir campeón ese año. Y en 1967, Racing batió el record: afrontó 20 encuentros para dar la vuelta olímpica, incluyendo sendos terceros partidos en la semifinal y la final. Estudiantes disputó 16 juegos en 1968, pero la tuvo más aliviada en 1969 y 1970 (sólo 4 partidos). Según aquella reglamentación (que también benefició a Independiente en 1965, 1973/74/75 y a Boca en 1978, el campeón del año anterior tenía la posibilidad de entrar recién en las semifinales. Con el actual formato de 38 equipos, aplicado desde 2005, eso ya no sucede.
Como tampoco sucede aquel notable predominio del fútbol argentino. Entre 1980 y 2015, nuestros equipos llegaron sólo 14 veces a la final y ganaron 11 de esas 35 ediciones (Boca 4, River 3, Independiente, Argentinos, Vélez, Estudiantes y San Lorenzo 1). Todo se ha hecho más parejo y menos ríspido. Los escándalos ya no son tan comunes. Pero la corrupción de los dirigentes ha sido tan grande que los últimos tres presidentes de la Conmebol (los paraguayos Nicolas Leoz y Juan Angel Napout y el uruguayo Eugenio Figueredo) están encarcelados por cobro de coimas y sobornos. Y acaso también se haya perdido aquel romanticismo de los principios. Generaciones de pibes, hoy hombres de 60 o más años, pasamos noches enteras pegadas a la radio siguiendo a nuestros equipos predilectos. Y la Copa también nos dio las mejores lecciones de geografía sudamericana. Nos hizo volar con la imaginación y conocer ciudades, ríos, montañas e historias. Aquella magia, entonces en blanco y negro, hoy en colores y en alta definición, sigue vigente. Es la magia de la Copa, la única Copa, la Libertadores a pesar de todo y de todos.
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