BOXEO › OPINIóN
› Por Daniel Guiñazú
En el mismo lugar donde lo abrazó, el estadio del club Once Unidos de Mar del Plata, Luis Alberto Lazarte se despidió del mayor sueño de su vida pugilística: ser campeón del mundo. En la madrugada del domingo y con los atronadores bombos del Sindicato de Camioneros como fondo indeseable de las acciones, el marplatense, en su tercera defensa y luego de once meses exactos de reinado, resignó su título supermosca de la Federación Internacional. El mexicano Ulises Solís le ganó por puntos en fallo dividido al cabo de 12 vueltas enredadas y acaso le haya puesto el punto final a la carrera boxística de un luchador de la vida y de los rings.
Aun siendo sucia y friccionada (los dos boxeadores sufrieron sendos descuentos de puntos), la pelea no resultó tan caótica como la del 18 de diciembre pasado, cuando un fallo reprobable privó a Solís de una legítima victoria. Y que el propio Lazarte y el público no hayan protestado la decisión de los jurados más de lo previsto (dos tarjetas lo dieron vencedor a Solís por tres y cinco unidades, la restante dictaminó empate en 114, para Líbero ganó Solís 115-112) da la pauta de que el mexicano realmente triunfó. Fue quien aplicó los golpes más claros en medio de la confusión que siempre propone Lazarte (48,950 kg), acaso porque no sabe pelear de otro modo.
La izquierda en apertura y ascendente y la superior limpieza y claridad del boxeo largo pero discontinuo de Solís (48,950 kg) alcanzaron a relucir en medio de las embestidas desordenadas de Lazarte, quien llegó pasado dos kilos al pesaje del viernes, debió ir a un sauna para quemar el exceso, y recién se puso en marcha en la segunda mitad de la pelea, ante la certeza de que se encaminaba a entregar la corona.
A los 40 años, poco le queda al marplatense para dar en los rings. Quizá siga peleando porque es uno de sus modos de ganarse la vida. Tal vez deje la actividad y siga siendo el barrendero de las plazas céntricas de Mar del Plata, amigo y querido por todos. Sea lo que fuere, Lazarte no debería dramatizar demasiado: la vida le ha dado golpes más duros que esta derrota.
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