BOXEO › OPINIóN
› Por Daniel Guiñazú
El mexicano José Cabrera terminó siendo uno más de los tantos rivales de ocasión que Omar Narváez ha enfrentado en todo su tiempo de campeón del mundo. Desconocido en su país, en la medianoche del domingo y sobre el ring del Polideportivo Aldo Cantoni, de San Juan, el peleador azteca hizo lo que pudo y terminó perdiendo ampliamente. Tanto que en las tarjetas de los tres jurados quedó a 10 (en dos de ellas) y a 14 puntos del chubutense, que retuvo por tercera vez su corona de los supermoscas en la versión de la OMB.
A esta altura de su carrera, cuando le faltan menos de tres meses para cumplir diez años como campeón del mundo, resulta utópico suponer que Narváez (52,150 kg) alguna vez habrá de enfrentar a un retador de riesgo. Si en su apogeo como monarca de los moscas lo hizo sólo cuando no le quedó más remedio, ahora que a los 37 años empieza a transitar el inevitable ocaso de su brillante carrera lo hará mucho menos todavía. Desafiantes tan limitados como Cabrera (52,150 kg) seguirán siendo la regla y no la excepción hasta el día en el que el chubutense decida colgar los guantes.
Narváez alcanzó sin objeciones la meta con la que trepó al cuadrilátero sanjuanino: lograr una victoria desprovista de riesgos que reimpulsara su campaña tras el fiasco que fue su derrota ante el filipino Nonito Donaire en el Madison de Nueva York (fiasco por su actuación, no por el resultado). Salvo por la herida que sufrió en su arco superciliar izquierdo, a raíz de un cabezazo que Cabrera le aplicó en el 8 round y que motivó el primero de los dos descuentos de puntos que le aplicó al mexicano el árbitro puertorriqueño José Rivera, nada enturbió el desempeño del chubutense.
Ante un rival más grande que él, como todos los que viene enfrentando desde que hace dos años se metió entre los supermoscas, Narváez no brilló. Pero dominó de principio a fin regulando sus esfuerzos: el chubutense trabajó a toda orquesta sólo en los treinta últimos segundos de cada vuelta. Antes, le alcanzó con su velocidad de piernas y la repetición de su izquierda tirada en jab y cross para amasar sus amplias diferencias.
Y es aquí donde salta el inconformismo. A un boxeador de la calidad de Narváez siempre es posible exigirle algo más. Y hace tiempo que viene dando la impresión de que, sabedor de la vastedad de su talento, pelea con cuentagotas, haciendo lo mínimo indispensable. Le basta y le sobra porque sabe todo lo que hay que saber para estar arriba de un ring. Pero también porque sus rivales (salvo contadas excepciones) no le han llegado ni a la punta de sus pies.
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