TENIS › ROGER FEDERER JUGó LA FINAL SOñADA EN EL CéSPED INGLéS
A los 30 años, volvió a ser número uno del mundo, al ganar su séptimo título en Wimbledon y acumular ya 17 coronas de Grand Slam. “Quiero dejar al juego del tenis mejor que cuando llegué a este gran deporte”.
› Por Sebastián Fest
Desde Londres
Roger Federer se eternizó en Wimbledon al obtener su séptimo título para sumar, al borde de los 31 años, nuevos records en el tenis y volver a ser el mejor jugador del mundo. “Nunca dejé de creer, y seguí jugando con más intensidad, pese a que tengo una familia. Es un momento mágico para mí”, dijo, mientras 15 mil espectadores lo aplaudían luego de derrotar 4-6, 7–5, 6-3, 6-4 al escocés Andy Murray, quien durante más de dos horas soñó con el título y finalmente se fue derrotado. “Hay que contextualizar un poco: perdí ante un jugador que tiene ahora siete títulos de Wimbledon y que desde mañana (hoy) vuelve a ser el número uno del mundo”, dijo Murray, que no pudo cortar la “maldición” que persigue desde hace 76 años a los jugadores británicos, incapaces de ganar torneos de Grand Slam.
“Quiero dejar al juego del tenis mejor que cuando llegué a este gran deporte”, dijo Federer, mientras su esposa Mirka y sus hijas Myla y Charlene lo observaban desde el palco del estadio. Las niñas, levemente conscientes de lo que sucedía. Su madre, conmovida. Federer parece a veces de otro planeta. Mientras el británico Murray se quebraba y lloraba ayer en el escenario más emblemático del tenis mundial, el suizo, con un pulóver de punto color crudo, ofrecía su sonrisa inmaculada y un discurso tan relajado como confiado.
Fue una final histórica en muchos aspectos. Por primera vez se definía el título de Wimbledon bajo techo, ya que la lluvia obligó a cerrarlo a partir del 1-1 del tercer set. Además, Federer igualó al británico William Renshaw y al estadounidense Pete Sampras, los únicos hasta ahora con siete títulos en el torneo más prestigioso del tenis mundial. El suizo, que cumplirá 31 años el 8 de agosto, incrementó a 17 su record de títulos de Grand Slam. Sucesor del serbio Novak Djokovic como número uno del mundo, Federer no ganaba uno de los grandes desde enero de 2010 en Australia.
El ganador igualará hoy a Sampras con 286 semanas como número uno, record que superará siete días más tarde. La final terminó con Federer emocionado y emocionando, pero había comenzado despertando las esperanzas de los británicos, que en una tarde destemplada, típica de su dudoso verano, creían estar por fin ante el día en el que Fred Perry, el último campeón de un torneo de Grand Slam, con Wimbledon y el US Open en 1936, descansaría en paz. Pero la estatua y las cenizas de Perry, enterradas en una esquina exterior del estadio de tenis más famoso de la historia, seguirán siendo un doloroso recordatorio para los británicos, a los que les queda regresar el mes próximo a Wimbledon con la esperanza de que Murray gane el oro olímpico.
Mientras las cargadas nubes que habían complicado toda la mañana se alejaban y el sol iluminaba el césped de Wimbledon, Murray abría la final de una manera soñada: quebraba el servicio de Federer en el primer juego para adelantarse 2-0. El británico dominaba y el suizo decidió cambiar. Dejó de jugar al palo y palo, para comenzar a alternar un filoso revés con slice entre sus derechas y desequilibrar así el potente juego semiplano del escocés, que exhibía además un notable primer servicio.
Federer tuvo sus oportunidades en el primer set, con dos break point para situarse 5-3, pero Murray reaccionó con valentía y acierto en cada momento complejo. Y esas oportunidades no aprovechadas le pasaron enseguida factura al suizo, que encadenó cuatro errores para ceder su servicio. Minutos después, con un saque seco a 210 kilómetros por hora sobre el cuerpo de su rival, el británico se llevó por 6-4 su primer set en una final de Grand Slam.
El segundo parcial fue un saque a saque con oportunidades para ambos de quebrar el servicio del adversario. Murray seguía mostrando más regularidad, era el que llevaba el ritmo del partido y el set parecía que se le escapaba de las manos al suizo. Pero no en vano Federer es quien es. Con Murray sacando 5-6 y 30-30, olió sangre y no dudó. El primer punto fue un toque de volea de derecha que Murray alcanzó para lanzar un globo apenas afuera. El segundo, un sublime toque de volea de revés tras mover a su rival por toda la cancha. La final comenzaba a virar.
Entonces apareció uno de los grandes protagonistas de la historia de Wimbledon: la lluvia, que obligó a interrumpir el partido por media hora con Federer sacando 1-1 y 40-0. El suizo volvió, ganó el punto y se situó 2-1. La final ya era otra, porque el techo traslúcido filtraba la luz en forma uniforme sobre el césped, sin posibilidad de sombras, y el eco de la pelota llegaba hasta el último rincón de un estadio ensordecedor ante cada aplauso generalizado.
El sexto juego fue clave. Murray tuvo una ventaja de 40-0, la desperdició y se equivocó en el séptimo break point, entregando la pelota en una volea. Federer lo pasó de globo y el escocés, por tercera vez en el mismo juego, terminó en el piso. Federer se situó 4-2 y el partido tomó un rumbo nuevo, mientras el primer ministro británico, David Cameron, mostraba su desazón, negando con la cabeza desde la primera fila del palco oficial. Fue 6-3 para Federer con un ace. La final era ya psicológicamente suya tras dos horas y 40 minutos de batalla. Murray caminaba taciturno y el público bajaba los decibeles.
Un rato más tarde, y con el británico ya sin la agilidad ni la explosividad de los tres primeros sets, Federer quebró para 3-2 con un passing de revés cruzado y se encaminó con la fuerza de una locomotora hacia lo que hace unos meses pocos imaginaban: otro título de Grand Slam, nuevos records y el número uno del mundo.
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