RUEDA CAYó POR NOCAUT ANTE VALDEZ
› Por Daniel Guiñazú
A Matías Rueda le pasó lo peor que le podía pasar. A los dos minutos de su pelea del domingo a la medianoche ante el mexicano Oscar Valdez, se dio cuenta de que su pretensión de ganar el título vacante de los plumas de la Organización Mundial de Boxeo (OMB), sólo estaba sustentada por su voluntad y por ninguna otra cosa más. Y que su record inmaculado de 26 victorias, 23 antes del límite, era un dibujo falso que no servía absolutamente para nada. Tres minutos y dieciocho segundos más tarde, al tandilense lo bajaban del ring del MGM Grand Hotel de Las Vegas derrotado por nocaut técnico en el 2° round.
Sin embargo, nada hay que reprocharle a Rueda. Su manager, Mario Margossian, le consiguió una chance por el campeonato del mundo a cambio de módicos 30 mil dólares de bolsa y hacia allí fue él, con sus sueños a cuestas. Estaba segundo en el ranking de la OMB. Pero en ningún momento pudo sostener o justificar esa posición. A diferencia de Valdez, que estaba invicto en 20 combates con 17 triunfos por la vía rápida, que había participado de los dos últimos Juegos Olímpicos y que venía de derrotar antes del límite a un ex campeón del mundo como el ruso Evgeny Gradovich, detrás de los números en apariencia brillantes del historial de Rueda asomaban sólo boxeadores de cabotaje o extranjeros de bajo nivel.
Pero no fue esa la única explicación de un revés rotundo e inapelable. La preparación del tandilense no fue mala, sino insuficiente. Trabajó en su ciudad natal con sparrings escasamente calificados. Y su rincón, encabezado por el boxeador Eduardo “Tommy” Zalazar (el tercer entrenador de su carrera) y el periodista Guillermo Favale, tampoco logró aportarle nada de lo que necesitaba para emparejar sus posibilidades. Sin cintura para neutralizar la zurda veloz y profunda de Valdez, sin un jab de izquierda sólido que mantuviera alejado al mexicano, sin rapidez en las piernas y en los brazos y sin fortaleza para soportar el castigo, Rueda quedó expuesto a una derrota que ya al término del asalto inicial resultaba inevitable. Y que, fatalmente, se consumó tras dos caídas en el segundo.
Duele decirlo. Pero a Rueda lo mandaron al matadero. Y él fue gustoso en la inteligencia de que quizás una mano de nocaut podía llegar a disimularle todas las carencias. Como esa mano no llegó, pasó lo que pasó. Algo que si no terminó siendo un papelón, se le pareció bastante.
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