Lun 15.08.2016
libero

La estupidez y los Juegos Olímpicos

› Por Gustavo Veiga

“La estupidez es el arma humana más letal,
la más devastadora epidemia,
el más costoso lujo.”
Paul Tabori

Cuesta entenderlo cuando las razones del problema quedan expuestas ante nuestros ojos. Cuesta más porque esta especie de mal binacional nos somete hace años. Argentinos y brasileños que se desgañitan insultándose en los Juegos Olímpicos deberían leer a Paul Tabori. Un húngaro casi desconocido –novelista, periodista y guionista de cine y TV para más datos– que escribió Historia de la estupidez humana, publicado en 1964. Una reseña de huellas que ha dejado el hombre por el mundo con su avaricia, vanidad y codicia entre otras calamidades. En este caso la imbecilidad tiene un origen distinto. Nace de una rivalidad deportiva entre dos pueblos vecinos que se salió de su cauce. Por eso debería ser estudiada con mayor detenimiento. No para determinar quién la empezó primero y sí para saber cómo se continúa hacia adelante. Lo que pasó durante la semana que se fue en Río de Janeiro nos habla más del futuro que del presente. Y también de una construcción de sentido donde los medios y sus periodistas jugamos un partido que no puede resultarnos ajeno. A menos, claro, de que seamos partícipes complacientes de las mismas estupideces que cuestionamos.

El clásico más clásico entre selecciones nacionales es tan antiguo que Julio Argentino Roca se valió de él como herramienta diplomática. Por eso se jugó una copa con su apellido entre 1914 y 1976. El periodista Daniel Balmaceda cuenta en su libro Historias inesperadas de la historia argentina que el 15 de septiembre de 1912 durante el entretiempo de un partido de fútbol no oficial entre ambos equipos –el primero se disputó en 1914– ingresó al vestuario “tomó del brazo al capitán argentino Jorge Brown, y les dijo a todos en forma paternal: “Muchachos, Brasil está de fiesta. Hoy tienen que perder. ¡Háganlo por la patria!, y se marchó”. La selección nacional ganaba 3 a 0. El partido terminó 5 a 0. Quedó claro que no le hicieron caso. A pesar de todo, al día siguiente Roca firmó con el canciller brasileño Lauro Müller unos protocolos de amistad.

Pasaron más de cien años y el deporte todavía sirve en el mundo como carta diplomática pero también puede ser un pasaporte a la enemistad. La guerra del fútbol entre Honduras y El Salvador, previa al Mundial de México 70 que ganó Brasil, es el ejemplo siempre citado. En el campo simbólico, el conflicto se exacerba por el chauvinismo, la exaltación de la nacionalidad propia, la banalización mediática de la deportividad o el traspaso de la frustración al otro, entre varias enunciaciones que puedan formularse.

La competitividad y pasión compartidas que Brasil y Argentina les profesan en simultáneo a varios deportes, le dan a este clásico sudamericano una inusitada proyección mundial. El fútbol, el básquetbol, el voleibol y hasta disciplinas menos populares donde se crucen las dos camisetas, son un viaje de ida de la agresividad a la violencia. El instante en que se piensa al otro como un enemigo.

Quedó remarcado en cada jornada de los Juegos Olímpicos. Encima, con la proximidad que tienen con el último Mundial de fútbol. Miles de argentinos viajaron a verlo hace dos años para mofarse con un cantito que se convirtió en himno. Aquel de “Brasil decime que se siente…” Por repetido se tornó tan insufrible como inflamable. Si ahora la pradera no ardió hasta quemarse toda es porque los numerosos focos de incendio comenzaron a apagarse de a poco por el ejemplo de algunos atletas. El Seven de rugby tomó la delantera. Jugadores de los dos países se fotografiaron juntos después del 31 a 0 para el equipo nacional en la fase de grupos. Enseguida salió a decir el secretario de Deporte de la Nación, Carlos Mac Allister, que habían decidido bajar un mensaje conciliador con su colega brasileño Luiz Lima. El presidente Mauricio Macri también se sumó a la ola apaciguadora. Escribió en su Facebook: “Acabemos con los insultos, las burlas y los agravios”.

Aunque se les concediera a los funcionarios que no lo dicen por demagogia, más aleccionadoras y creíbles resultaron las declaraciones de los deportistas. Luis Scola, después del partido Argentina-Nigeria, reflexionó: “Me parece una tontería oír a brasileños hinchando por un equipo que ni siquiera es de su continente y también me parece una tontería insultar a un país que nos trata excelente cada vez que venimos y al cual elegimos el 60% de los argentinos para veranear”. La figura y máximo anotador del último clásico, Andrés Nocioni, lo acompañó en su pensamiento: “Agradezco el apoyo que ha sido bárbaro y espectacular, pero hay cantos que están fuera del lugar donde deben estar”. Juan Martín del Potro también aportó: “Hay que disfrutar. Tendría que haber paz entre la gente de Argentina y Brasil. Esto no es fútbol”.

El problema son las capas geológicas de agravios mutuos que se formaron durante las últimas tres décadas. No importa tanto si todo comenzó con el bidón de agua que descompuso a Branco en el Mundial de Italia 90 o con las burlas a Maradona por su adicción. Sí es cierto que los hinchas argentinos con su deliberado y arrogante cantito sobre la paternidad generaron un clima hostil. Ése que derivó en abucheos contra todos los deportistas de nuestro país.

Allá, citado por La Nación, el prestigioso periodista deportivo Juca Kfouri describió: “Por lo general el hincha brasileño es mal educado, piensa que está en un campo de fútbol en cualquier competencia. Y en relación con la Argentina, se agrava por la rivalidad histórica. Pero no hay excusa para que los brasileños se comporten como lo hicieron en el Maracaná durante la inauguración de los Juegos”. Acá debemos hacernos cargo de la parte que nos toca. Sobre todo los periodistas y lenguaraces varios que legitiman el gaste. Los hay en todos los ámbitos. Oscar Ruggeri, ex campeón mundial en el 86 y panelista televisivo en repetidas ocasiones, dijo después del 7 a 1 que Alemania le propinó a Brasil en el último Mundial: “Hoy cuando lloraban aplaudía. De los chiquitos no me reía, pero de los grandes me cagaba de risa”.

La siembra de ofensas arrojó los resultados que vemos ahora en Río de Janeiro. Es cierto que se trata de la rivalidad más intensa del deporte mundial. Pero había que parar la mano. El folklore del fútbol, a menudo citado para convalidar la estupidez humana de la que hablaba Tabori, es estupidez al cuadrado. La más devastadora epidemia, en palabras del húngaro.

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