TODAVIA SUBSISTEN UNOS 300 EN LA CAPITAL
Pese a que la mitad desapareció, jaqueados por un modelo económico que responde a otros intereses, los sobrevivientes renuevan sus actividades con orgullo y, si sumaran esfuerzos, formarían una irrompible red de solidaridades.
› Por Gustavo Veiga
¿Cuántas veces se vaticinó la desaparición de clubes con raíces centenarias, patrimonios incalculables y vínculos culturales estrechos con la comunidad? ¿Cuántas veces, con o sin propósitos mercantiles inconfesables de por medio, se temió por su existencia? Tantas que esa percepción equívoca siguió de largo en algunos casos, pero se instaló en la vida de otros hasta truncarlas. Racing y Huracán, por mencionar uno sometido a quiebra y otro que ni siquiera puede pagar el concurso de acreedores, sobrevivieron. Hubo otros que no. Son los llamados clubes de barrio ubicados en la ciudad de Buenos Aires que, entre principios del siglo XX y la actualidad, se redujeron en un 50 por ciento. Eran 612, hoy no llegan a 300.
Los datos surgen de la información combinada entre la Unidad de Servicio y Apoyo a los Clubes, que depende de la Dirección de Deportes porteña, y el aporte desinteresado de estudiosos que abordaron el problema. Aquellos que desaparecieron son un recuerdo borroso que abre paso a otros en tiempo presente. Dominados por economías de subsistencia, estos clubes son la consecuencia de una serie de razones.
César Francis, responsable de aquella Unidad y uno de los referentes del Foro Social, las explica así: “Se llegó a esta situación por la falta de participación vecinal, el menoscabo al rol que debe cumplir el dirigente comunitario, la falta de apoyo de los estados nacionales, provinciales y municipales, la falta de controles a los presupuestos, la ausencia de una legislación que proteja a estas instituciones en materia impositiva, los juicios laborales y la falta de capacitación dirigencial, entre otras causas”.
La Unidad no discrimina entre clubes que practican fútbol profesional, como Atlanta y el ex Deportivo Español, y los que jamás han alentado el desarrollo de un deporte rentado. Son 284 las entidades relevadas hasta ahora en toda la Capital Federal, aunque puede haber más. Y que la nómina se haya achicado un 50 por ciento en poco menos de un siglo es el dato preocupante que estimula la política de auxilio y compromiso con ellas. El sociólogo Rodrigo Daskal, quien está al frente del Centro de Estudios de River y da cursos sobre la historia de los clubes, analiza: “Parecería que estas entidades barriales no forman parte del acervo cultural de una ciudad como Buenos Aires, que no tienen ese status, como sí lo poseen las bibliotecas o los museos. Ellos representan un capital social considerable y, sin embargo, no son observados como parte de la sociedad civil”.
Daskal admite que, aunque él no se abocó a investigar este tema específico, es posible que algunos clubes de barrio hayan cerrado sus puertas entre los años ’70 y ’90, cuando la economía tomó como variable de ajuste a la propiedad social y se dio vía libre a los emprendimientos inmobiliarios de dudosa procedencia. En Mataderos, por tomar un solo barrio de la ciudad, desapareció el club Larrazábal y otros dos se reconvirtieron en centros de jubilados: “Las cuatro Efe” y “El bochófilo corta nada”.
A los que se sobrepusieron a dictaduras militares, inflaciones, hiperinflaciones y deflaciones, se los apuntaló en varios frentes. Una forma fue evitando los remates que pesan sobre sus instalaciones, como ocurrió con el Lugano Tenis Club y El Ideal. También se socorrió a clubes como Torino, El Talar y a los que trascendieron gracias al fútbol, como Atlanta y Español. El primero salvó su sede social gracias a una ley, ya que se había desprendido de la misma en plena quiebra, cuando la venta era patrocinada por Miguel Angel Broda, un economista liberal que solía decir: “Cuando me muera quiero que la gente diga: éste se rompió el culo por el club”. La institución del Bajo Flores, donde hizo de las suyas Francisco Ríos Seoane, continúa tratando de recuperar sus instalaciones y, por el momento, apenas pudo detener su remate. En la Unidad se consiguió crear un registro de los clubes porteños donde constan la cantidad de socios, las disciplinas deportivas que se practican, las actividades culturales y sociales que se desarrollan, sus estatutos y balances. Cada uno de ellos recibe subsidios anuales para modificar su estructura edilicia o pintar sus paredes y, como contrapartida, sus instalaciones permitieron realizar dieciséis campañas de vacunación gratuitas, talleres y programas de teatro. Instituciones barriales como Nueva Estrella o Malvinas Argentinas, cambiaron la cara gracias a los programas de asistencia.
Durante 2005 se reglamentó la ley de condonación de deudas de alumbrado, barrido y limpieza (ABL) y 150 clubes recibieron el perdón que les permitió zafar de una pesada carga acumulada en el pasado y también los liberó de abonar la tasa en el futuro. Asimismo, se firmó un convenio con la Inspección General de Justicia (IGJ) para que se los exima del pago al impuesto a los sellos cuando certifiquen su personería jurídica o sus balances.
La campaña “Asociate al club de tu barrio” recorrió todos los estadios de fútbol importantes de la ciudad y hasta tuvo un toque de película, con la proyección de Luna de Avellaneda, de Juan José Campanella, ese fresco tan sensible sobre las prácticas asociativas en un club de barrio que corre peligro de desaparecer.
Como fuere, de aquellas cifras que registraban los periódicos a comienzos del siglo XX, cuando los incipientes emprendimientos de obreros anarquistas, socialistas o radicales procuraban recursos para fundar un club, a este presente, quedaron por el camino nombres como Charleston, Gaona Juniors, Porteños de Flores y Argentinos del Sur, entre tantos otros. El diario La Argentina, en la década del ’10, difundía que eran 612, de los que hoy apenas queda la mitad.
Unidos de Pompeya, Pinocho, All Boys de Saavedra, Franja de Oro y El Trébol, entre los 284 que permanecen, son nombres que apenas trascendieron las fronteras de un barrio, de un campeonato de papi-fútbol, de veladas de boxeo que llaman a la nostalgia o de un torneo de bochas o billar. Jaqueados por un modelo económico que responde a otros intereses, sobreviven con orgullo y, si sumaran esfuerzos, reflejarían una red de solidaridades imposible de romper.
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