OPINIóN
› Por Diego Bonadeo
En tiempos en que un aventajado discípulo de la menesterosa escudería “griguolista” y a la vez entusiasta desconocedor de este juego Carlos Aimar –el mismo que, a cargo del plantel de San Lorenzo, sermoneaba aquel supino disparate de que “Silas y Gorosito no pueden jugar juntos”– era el técnico de Boca, le encargó a uno de sus mandaderos y merodeadores que midiera los kilómetros que iba a recorrer Diego Latorre en un partido, como si la capacidad del por estos tiempos comentarista de Fox Sports pasara en su época de jugador por lo que puede llegar a caminar, trotar o correr. A partir del oxigenante mensaje que, aunque tenuemente, parece aparecer enarbolado por casi todos los equipos de la Liga inglesa, además del fútbol que solamente pueden cuestionar los necios o los ignorantes de Barcelona en Europa y de Huracán entre nosotros, contrarrestando el utilitarismo a ultranza, los profetas del fracaso de las utopías futboleras, desconcertados como Bilardo ante la belleza, disparan hacia aquel despropósito de Aimar en Boca, con los datos que proveen las transmisiones de televisión que no entienden de este juego, reivindicando kilómetros recorridos antes que los atributos que hacen intrínsecamente al fútbol. Es que ya lo dijo alguna vez Johan Cruyff cuando le comentaron la enorme distancia recorrida por un futbolista en un partido: “Debe haber jugado muy mal...”.
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