OTRO FUTBOLISTA ARGENTINO QUE HUYO DE LA GUERRA
Cuando la pelota no disimula las bombas
Guillermo Rivadeneira pasó de Defensores de Belgrano al Hapoel Haifa israelí, pero su experiencia duró tres meses. Cuando le sellaron el departamento en prevención contra armas químicas, le dieron una máscara antigas y estalló el conflicto en Irak, el delantero decidió romper el contrato que lo unía al club de Israel. “Lo que puede parecer normal allá, no es así para nosotros” asegura en su regreso al país.
› Por Gustavo Veiga
Gustavo Rivadeneira está de nuevo entre los suyos y eso, para él, es lo que cuenta. Quizá cambió un miedo por otro. Un miedo inescrutable, por otro más familiar; un miedo lejano impulsado por atentados que truncan vidas por otro más cotidiano que cuenta a sus víctimas todos los días. Aquel miedo, el que este futbolista no pudo tolerar en Haifa, una ciudad portuaria al norte de Israel, es tributario de una guerra que lo sorprendió mucho más cerca de los misiles que cayeron sobre Bagdad que de la violenta Buenos Aires. El delantero de Defensores de Belgrano vive en Maquinista Savio, un barrio del partido de Escobar donde está a resguardo de las bombas, pero, como cualquier argentino, no de las balas que silban a menudo en cualquier calle.
Su experiencia permite colocar a la invasión de Irak y sus secuelas de dolor y muerte, en una dimensión diferente e incruenta. La de un deportista que cargó con una máscara antigas a toda hora y recibió instrucciones para ponerse a resguardo de un eventual ataque bacteriológico que nunca llegó, en una habitación sellada de su propio departamento. El miedo se le disparó con la guerra vecina y la voladura de un ómnibus cometida por un suicida palestino a siete cuadras de donde residía. Rivadeneira pasaba todos los días por la avenida Sderot Moriahl, camino al entrenamiento, donde murieron quince personas y otras cuarenta resultaron heridas.
Pero el pasado 6 de marzo no practicó con sus compañeros del Hapoel Haifa. Almorzaba con su novia Cintia en la vivienda que le cedió el club israelí cuando aquello sucedió. Hace unas horas acaba de regresar al país y puede contar cómo vivió tres meses en la zona de conflicto y de qué modo logró conciliar el sueño perdido en las noches frente al Mediterráneo y a los pies del bíblico Monte Carmelo, muy cerca de la frontera con el Líbano.
–¿Cuándo llegaste a Israel?
–Fue en enero. Estuve tres meses allá. Me iba bien, jugaba de volante aunque no es mi puesto. Pero cuando me enteré de la guerra y comprobé que había atentados, me quise ir. Me costó rescindir el contrato que había firmado por seis meses, tuve que devolver algo del dinero que había cobrado, pero lo más importante era volver.
–A propósito de los atentados, ¿te referís al micro que voló por los aires en Haifa dos semanas antes de comenzar la guerra?
–Sí, fue a siete cuadras de mi departamento. Era un ómnibus cargado de estudiantes. Allá la gente está acostumbrada a esos atentados, pero yo no. Me enfermó el tema de la guerra y ese ataque. Murió mucha gente. Yo siempre doblaba en la esquina donde explotó el colectivo cuando venía del entrenamiento a mi departamento. Pero ese día no practiqué, estaba almorzando y escuché un ruido violentísimo. Cuando encendimos la televisión vimos que había como catorce muertos. Chicos de quince años o un poco más. Me acuerdo que no salí en todo el día. No se podía pasar, estuvo el tránsito cortado como tres días.
–¿No analizaste antes de viajar a Israel que esos hechos podían ser posibles?
–Me habían dicho que Haifa es un lugar tranquilo; tiene mar y lindos paisajes. Que no era para tanto, que podía haber un atentado cada dos o tres meses. Antes de venirme hubo otro cerca de ahí, en Natania.
–¿Ni siquiera intuías que podía desatarse la guerra?
–No, no lo pensaba. Además, cuando llegué a Israel decían que el conflicto podía durar dos o tres días. Y siguió más de veinte.
–¿Con quién vivías allá?
–Con mi novia y también me visitó mi hermana. Los últimos días estuve solo, porque no conseguí pasaje para irme antes y tenía que resolver el tema del contrato para volver a jugar en la Argentina. Por suerte conseguí un vuelo vía Frankfurt que también hizo escala en Brasil. –¿De qué manera seguías las noticias sobre la invasión a Irak?
–Veía la televisión de España, que pasaba información todos los días. Además, en Israel la gente andaba todo el tiempo con las máscaras, las llevan a cualquier lado. Y eso ocurría por la guerra.
–¿A vos te habían entregado una?
–Sí, no sólo me dieron una, si no que fueron a mi departamento y sellaron la habitación. Igualmente yo les había dicho que no quería, que tenía miedo, que me quería volver. El último mes que pasé en Haifa me había metido en la cabeza la idea del regreso. Pero no me dejaban venirme pese a que les expliqué que no podía dormir. No me acostaba hasta las tres de la mañana porque vivía intranquilo.
–¿Tenías compañeros argentinos en Haifa?
–Sí, estaba con Guillermo Israelevich, que vive con el hermano. Yo iba a comer a su casa de vez en cuando. Pero la diferencia entre nosotros es que él firmó contrato por cinco años y yo, en cambio, por seis meses. A mí me llevó a Israel un hincha de Defensores que es dueño de un laboratorio que hace publicidad en la camiseta. El arregló el préstamo con el Hapoel Haifa que juega en segunda y tiene los mismos colores de Defensores, rojo y negro.
–¿Cómo era un día de tu vida mientras estabas en Haifa?
–Entrenaba por la mañana y a veces por la tarde. Pero el tiempo no pasaba más, no es como en la Argentina, donde se me pasa volando. No salía demasiado de mi departamento.
–¿En qué consistió el sellado de la habitación para resguardarse de ataques con armas químicas?
–Me sellaron las ventanas con nylon, con cintas alrededor para que no pasara el aire. Primero lo hicieron con el vidrio al que también le pusieron eso para que la onda expansiva no hiciera saltar los pedazos para cualquier parte. No era el dormitorio donde yo dormía, lo armaron en otra habitación. Y si sonaba la alarma, si tiraban un misil allá, tenía cinco minutos para ir hasta la habitación. Una vez que entrabas, había que poner una toalla mojada debajo de la puerta, bajar un nylon, sellar todo y colocarse la máscara. El departamento era grande, de tres ambientes.
–¿La máscara la llevabas siempre con vos?
–Sí, la ponía en el auto y la tenía siempre al lado mío. Había que ir a todos los lugares con la máscara.
–¿De qué modo te mantenías en contacto con Argentina y con tus familiares o amigos?
–Hablaba bastante con el presidente de Defensores, Marcelo Achile, que me llamaba para saber cómo estaba. También con mis compañeros Gabriel Pereyra, Carlos Díaz y Guillermo Aldaz. Pero también digo que la gente de Haifa me trató muy bien y al final entendió las razones por las que yo me quería volver. En cada partido que jugaba me aplaudían y si no querían que regresara fue porque estábamos terceros en la tabla y peleando el ascenso.
–¿Tuviste que indemnizar al club de Israel?
–Me pagaron los meses que estuve, pero hubo que dejar un dinero. Ahora debo esperar que envíen el transfer desde allá para que pueda volver a jugar acá. Como en Israel es feriado viernes y sábado, hay que esperar unos días más. No veo la hora de salir a una cancha. Yo estaba intranquilo, pero más me preocupaba mi novia. Ella se volvió el domingo 6 de abril.
–¿Volverías a jugar en el exterior después de esta experiencia?
–No tengo ningún problema en irme del país otra vez. Si para junio me consiguen algo, no habría inconvenientes, como tampoco para quedarme en la Argentina. Ahora, a Israel no vuelvo, porque lo que puede parecer normal allá, no es así para nosotros. Cuando yo les decía a algunas personas que estaba asustado, se sonreían.
–¿Conociste a más argentinos en Israel que hayan decidido regresar?
–No, en Haifa no. No escuché nada. Sí sé que de Kuwait se volvió Chacana, un ex jugador de River.
–¿Qué otros lugares de Israel conociste por el fútbol?
–Tel Aviv, Beer Sheva, que está como a tres horas de Haifa y Jerusalén... En todas esas ciudades jugué. En donde vivía me movía en el auto y la única salida que tenía era ir al shopping que está abierto todos los días menos viernes y sábado, porque el domingo allá es laborable. Cuando paseaba me revisaban. Cada vez que entraba a un centro de compras me pasaban el detector de metales para comprobar que no llevara armas y además me hacían abrir el auto. Antes de venirme, en Israel decían que va a crecer la cantidad de atentados después de la guerra.
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