Si uno creyera al pie de la letra todas las críticas que en los últimos días se le hicieron a la Selección, sería imposible imaginar que ese equipo, prácticamente con los mismos jugadores y ahora incluso intentando jugar con el mismo esquema, tiene algo que ver con el que jugó la final del Mundial de Brasil 2014 y también las finales de la Copa América de Chile y de la Copa América Centenario.
En el medio de todo eso, la muerte de Grondona y el consecuente descalabro de la AFA, su dirigencia avara que no supo ni pudo estar a la altura de las circunstancias, las barras bravas y la violencia siempre presente, la intromisión del gobierno de Mauricio Macri, la Comisión Normalizadora y Armado Pérez en un cargo que al parecer le va quedando grande, el regreso del ex gerenciador de Racing Fernando Marín y su sueño privatista, el asedio de las Sociedades Anónimas Deportivas que dan vueltas como los buitres a la espera de una chance, las economías en rojo de los clubes y de la propia asociación, la inexplicable salida del Tata Martino –que perdió, pero jugó dos finales–, la ya segura finalización de las transmisiones de fútbol gratuitas, la reforma del estatuto en sintonía con la FIFA; y también, por otra parte, la muerte y resurrección de Messi en la Selección y la elección por parte de la Comisión Normalizadora del Patón Bauza, el único entrenador dispuesto a tomar la responsabilidad en estas condiciones.
Así como la AFA no estaba acostumbrada a los cimbronazos y a las tensiones internas, la Selección tampoco lo está a las circunstancias en las que hoy se encuentra, sexta en la tabla de posiciones, por primera vez fuera a esta altura de una Eliminatoria de los puestos de clasificación y, peor aún, sin una identidad definida de juego, como quedó más que claro en el último partido frente a Brasil.
La inexpresividad y la chatura del equipo frente a la verdeamarela, encendió las luces de alarma. La prensa especializada, presa del pánico ante la posibilidad de que el equipo no se clasifique al Mundial de Rusia, se encargó de hacer leña para lo que queda del año. Pero lo cierto es que todo lo dicho puede desmoronarse con un triunfo mañana frente a Colombia en San Juan, ya ni siquiera con una actuación convincente. La victoria les daría aire al equipo y, principalmente, al entrenador, al que ya quieren voltear dirigentes y periodistas, quienes incluso se animan a nombrarle sucesor.
Así estamos. El equipo de las tres finales consecutivas jugadas depende ahora de un resultado, de ganarle a Colombia para volver a entrar a los puestos de clasificación. Si lo logra, habrá tiempo para repensar las cosas hasta marzo del año próximo. Pero si fracasa en su objetivo, entonces sí la situación seguramente empeorará. Ni Messi ni cualquier integrante de su compañía están acostumbrados a jugar al fútbol en estado de desesperación. Lo ocurrido en Belo Horizonte es una muestra cabal de eso.
Opinión
El futuro atado a un resultado
Este artículo fue publicado originalmente el día 14 de noviembre de 2016