Los padres del pibe muerto, en un episodio sin esclarecer a la salida de la cancha de Huracán, le apuntan no sólo a la policía.
Por G.V.
En la casa del barrio de Núñez, a media cuadra de la estación, agobia la sensación de vacío. Fernando, el menor de los Blanco, no regresó más desde aquel sábado 25 de junio fatal. Sus padres, Angel y Clara, intentan reconstruir la historia que le arrancó la vida a los 17 años. Que primero lo dejó maltrecho adentro de un celular de la Policía Federal, después tendido sobre una calle de Parque Patricios y, en las horas previas a su inexplicable muerte, agonizante sobre una camilla de la guardia en el hospital Penna.
–Ustedes dicen contar con testigos de que Fernando fue detenido, esposado y luego introducido en un celular. ¿Cómo se explica entonces que apareciera minutos después sin las esposas y tirado sobre la calle?
Angel Blanco: –Sí, tenemos testigos. Mi hijo entró esposado con las manos hacia atrás, sangrando de los oídos, de la nariz también y uno de los chicos que estaba ahí lo hizo sentar porque lo vio muy mal. Fernando se iba hacia delante como si fuera a desmayarse. Alguien le sacó las esposas. Tiene que haber sido un policía. Los brazos se los vi en la clínica y no se los cortaron. Para mí no se tiró.
–¿Desechan la versión policial de los hechos, de que el chico se cayó del celular? Y entonces, ¿qué creen que ocurrió?
A. B.: –Lo sacaron de los pelos entre las vallas caídas. Un pelado de campera negra y otro de campera de jean con cuellito blanco. Uno de esos dos tenía una manopla. Una ma-no-pla. Hay un testigo y todo. Nosotros sabemos hasta dónde llegan los videos, pero después suponemos que vino la gran paliza.
–¿Y cómo explica la huida en masa del celular?
A. B.: –Esto lo digo yo. Aparentemente, les abrieron la puerta. Y algunos se cayeron, otros se tiraron y otros salieron caminando.
Clara Blanco: –O quedó la puerta del celular abierta.
–La pericia de Gendarmería determinó que la cerradura del celular se rompió desde adentro.
A. B.: –Para mí es imposible. La pericia también dice que tiene un cerrojo largo y otro en T cruzado, arriba. No lo creo.
–Clara, ¿cómo se enteró usted de lo que le había pasado a su hijo?
C. B.: –El me llama por teléfono. Y me explica: “Ma, estoy preso”. Le pregunto: “¿Cómo? ¿Dónde?”. Y se corta. Ahí me agarra la locura y lo llamo a un amigo de Fernando que tenía un celular. Me comenta que estaba con mi cuñado y vamos a la comisaría 28ª. Al rato, y de tanto insistir, un policía me pregunta cómo se llama mi hijo. Le digo, Fernando Blanco, y me responde que está internado en el Penna.
A. B.: –Ahora, ¿cómo sabían que se llamaba Fernando Blanco si él se había olvidado los documentos en casa? Y lo subieron a un celular sin identificarlo.
–¿En qué estado de salud lo encontró cuando llegó al hospital?
C. B.: –Estaba en la sala de guardia. Le pregunté a la doctora qué había pasado y me dijo: “Está bien, está fuera de peligro. Tiene un traumatismo de cráneo y un coágulo frontal que con los remedios va a ser disuelto. Quédese tranquila que no pasa nada”. Entonces le pregunté dónde iba a estar mejor atendido, si en el Penna o en mi obra social, Osecac. Hizo los trámites y me comentó que en dos horas lo venían a buscar. Pasaron dos horas, cuatro, seis y Osecac no apareció.
–¿Alcanzó a conversar con Fernando durante su internación?
C. B.: –Al principio estaba un poco dormido, se fue despertando y le pregunté: “¿Qué te pasó?”. Y me contestó: “Me cagó a palos la policía”. Me dijo que quería vomitar y lo hizo. Esto quiere decir que Fernando no estaba inconsciente, se encontraba lúcido. Hasta me señaló dónde le había pegado la policía. Realmente estuvo mal atendido. No tenía una sábana sobre la cuerina de la camilla, le chorreaba sangre, pedí una sábana y me dieron un pedazo de trapo. Le pregunté a la doctora si no perdía demasiada sangre y me respondió que no, que tenía que salir. Pero le salía demasiada.
–¿Recuerda el nombre de la médica?
C. B.: –Está en la causa. Cuando llegamos, además, lo tenían atado de las dos manos, con custodia policial. El se tironeaba, me decía que le dolía. A todo esto, no estaba en terapia intensiva. Le pedí a la médica que lo trasladaran y me dijo: “Hablá vos a Osecac”. A las cuatro y media de la mañana hice la última llamada. Como madre, les pedí que vinieran porque estaban haciendo abandono de persona. Sólo cuando le firmé al policía de custodia un escrito de tres hojas, donde yo me hacía responsable del traslado y de que Fernando tenía una causa abierta, nos pudimos ir. Al principio me negué, pero la doctora pasó al lado mío y me dijo: “Firmá porque se te muere”. La obra social apareció como a las 10 de la mañana del domingo.
–¿Fernando falleció el lunes 27, dos días y casi tres horas después de su detención?
C. B.: –Sí, en la clínica Loiácono. Un médico que trabaja ahí me dijo que si lo hubieran trasladado tres o cuatro horas después de lo ocurrido, el chico salía caminando. Pero la hemorragia había sido tan grande que una parte del cerebro ya no le funcionaba. El lunes a las seis de la tarde se murió.
–¿Con los testigos que aportarán ustedes y que aún restan declarar, creen que la muerte de Fernando se esclarecerá?
A. B.: –Lo importante es que declaren nuestros testigos, porque hasta ahora se escuchó la palabra de la policía o de los testigos que consiguió ella. Yo me pregunto: ¿cómo va a investigarse la policía a sí misma? Por ética, tendría que haberse quitado del medio y que la investigación la hiciera otro organismo.
–Clara, por lo que describió en esta nota, se desprende que la policía no es la única responsable de lo que sucedió con su hijo.
C. B.: –Plenamente. Desde el hospital Penna, porque no pueden estar aliados con la policía, hasta la obra social. ¿Por qué no actuó? ¿Por qué había una presión? ¿Cómo pudieron pasar tantas horas...?
–Angel, ¿piensa que la carátula de homicidio culposo que tiene la causa debería cambiar?
A. B.: –Le digo más. Por las conclusiones que vamos sacando, no va a haber un solo culpable. Van a ser varios. A Fernando no lo mató una sola persona.