Cruzó toda la cancha como lo hizo tantas veces. Con su traje negro, impecable, mirando hacia los costados mientras arreglaba el cuello de su camisa, Diego Simeone volvió al estadio Ciudad de La Plata, en el que como entrenador de Estudiantes disfrutó el 7-0 a Gimnasia del 2006, donde se hizo fuerte y ganó partidos increíbles para llegar a la definición del Apertura ’06 contra Boca, que le daría su primer título como entrenador. Ayer volvió, pero luego de recorrer esos más de 50 metros que dividen el ancho de la cancha, fue hacia su derecha y se sentó en el banco visitante.

El recibimiento fue más colorido que hiriente. No hubo aplausos en masa pero tampoco una silbatina general. La mayoría optó por la indiferencia y otros expresaron su malestar por la salida del entrenador con billetes y un signo $ gigante, demostrando su fastidio ante el paso a River. También hubo algunas banderas de apoyo que no olvidaron la buena pareja que hicieron durante casi dos años el técnico y el club.

El que sí se llevó todos los aplausos de la parcialidad local fue el capitán Juan Sebastián Verón, quien levantó los brazos y agradeció a tres cuartos de la cancha, en el día de su cumpleaños número 33. En ese gesto la hinchada sentó posición y marcó jerarquías. También marcaron distancia los jugadores de Estudiantes: ninguno fue a saludar a Simeone, al menos a la vista de las cámaras. Verón luego lo ignoró en las declaraciones posteriores al partido:

–¿Era un partido importante por la rivalidad con Simeone?

–Era un partido importante. Punto –contestó seco.

Fue como un romance terminado. Mientras duró, todo fue alegría: Estudiantes le dio espacio a Simeone cuando no tenía mucha experiencia y venía de un paso traumático por Racing; y el técnico no sólo le dio un campeonato sino también dejó huellas imborrables –como la goleada en el clásico o la final ante Boca– y una entidad futbolística que sigue manteniendo estos días.