Lun 14.07.2008
libero

AUTOMOVILISMO Y MOTORES › LíBERO A BORDO DE UN AUTO DE TC2000

A fondo en el Tobogán

› Por Pablo Vignone

No sé si el piloto me escucha, pero por las dudas se lo sugiero:

–El Tobogán a fondo, ¿eh?

No sé si me escuchó bien, pero hace una seña. Más o menos.

Embutido en una butaca ad hoc, casi como si fuera sentado en el asiento trasero, el parabrisas queda tan lejos que parece que, si nos pegamos, voy a salir por allí recién al día siguiente. ¿Que no puedo respirar? No, no son los nervios sino los cinturones.

No te echaste chofer. Hace cuatro días, José María “Pechito” López estaba acelerando una Ferrari GT en Europa. Ahora se apresta a dar unas vueltas casi a fondo a bordo de un Honda New Civic de Turismo Competición 2000. Pecho, en un Fórmula 1 no podías llevar a pasear periodistas molestos que piden el Tobogán a fondo, ¿no es cierto?

–A fondo –me contará después, ya de civil– solo lo hice con el Williams de Fórmula 1. Esto habrá sido un 60 por ciento...

A mí me bastó. La rectita corta que te trae de la Ese de los Giles –así la llamaban cuando yo era adolescente– no permite acelerarlo todo, y cuando miro el display, detrás del volante, parece que canta 165 de entrada a la primera curva, a la izquierda, en bajada. Pecho pone las cuatro ruedas del Honda sobre el piano y deja que la inclinación natural del ingenio se combine con la fuerza centrífuga para hacer todo el trabajo. Sus movimientos de volante son precisos y económicos, sus manos trazan la coreografía con la que sus pies danzan un ballet metódico, sin desgaste excesivo.

Pucha que está duro el auto. Recorrido mínimo de las suspensiones, despeje escaso, mi cabeza simula ser la calabaza suelta en el carro, solo que este espacio interior es tan amplio que parece que sobrara el tiempo para leer el diario hasta la siguiente curva. Pero aquí no sobra: así que volvamos al principio, después de que el equipo Honda Petrobras me hubiese invitado a compartir, como acompañante ocasional, unas vueltas a bordo de un TC2000.

Pecho pisa el embrague –el único momento en que lo hará durante la prueba– y salimos a fondo. La calle de boxes está vacía y no hay limitador: cuando el New Civic pisa la recta principal del Autódromo Oscar Alfredo Gálvez ya estoy acostumbrado a la velocidad. El cordobés me invita a hacer los rebajes con mi mano izquierda (¡perdón, Leo Monti!), con la caja secuencial que no precisa embragar, y ni siquiera me doy cuenta de que pisa el freno tres, dos, un metro antes de doblar a la derecha para entrar en el sinuoso del circuito nº 5 del Autódromo, de poco más de 2100 metros de recorrido y 50 segundos plus para la vuelta, con el Tobogán como plato fuerte. ¿Impresiona la velocidad? No tanto: en una de las vueltas le sigo el rastro al display y con suerte supera los 200 en el instante –la centésima– previo al pisotón sobre el pedal. Allí, por obra de la fuerza G, la cabeza se me cae como si los discos de freno me la hubieran guillotinado imprevistamente.

Eso es lo que impresiona: la capacidad de frenado de estas maravillas de una tonelada, capaces de domesticar los 320 HP en cuestión de metros. Si los tiempos de vuelta se miden en milésimas, estas distancias vienen incluidas en las reglas de colegio de nuestros pibes.

La coctelera en que se ha transformado este formidable aparato del equipo Petrobras traza ortodoxas trayectorias; dadas las características del circuito, no hay largas curvas a las que acarrear velocidad, así que se trata de prolongar las frenadas al extremo. Por eso insisto con el Tobogán. Y otra vez Pecho calca la maniobra. Quinta, cuarta, otra vez quinta al abordar el pasillito de zaguán que nos separa de la Horquilla. Nueva seña (¡perdón, Víctor Rosso!) y me mando un rebaje por triplicado. ¿Me parece, Pecho, o podríamos doblar más sesgadamente, sin dejar tanto terreno entre la cuerda y el auto? Después me convenzo de que lo hace así para poder acelerarlo antes, moviendo mucho menos el volante.

La prueba, un día, se termina. Le he dedicado una vuelta a monitorear el olfato de la trompa, otra a presenciar la danza de las botitas negras que esquivan el embrague y juegan al punta y taco, otra más a comparar los datos del display con la sensaciones físicas. Nunca, nadie, puede bajar del todo satisfecho. Todos queríamos continuar. Hace rato que está claro que el automovilismo es una adicción.

Sí, y que el tratamiento es, exactamente, éste.

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