FúTBOL
› Por Gustavo Veiga
“Corría agosto de 1999 y arreciaban las sospechas de corrupción sobre los dirigentes más notorios de la entidad. Por entonces, quien era su secretario general, José María Aguilar –un joven abogado de filiación radical, dotado de una inveterada ubicuidad política y un discurso progresista poco común en el ambiente del fútbol– razonaba: “Creo que las generalizaciones de corrupción me parecen una de las tantas facetas de la cultura fascista que todavía seguimos viviendo. Puedo asegurar que la enorme mayoría de los tipos que van a los clubes a ofrecer su tiempo en muchísimas actividades son absolutamente honorables. Eso lo firmo cuantas veces haga falta. Ahora, si usted me pregunta: ¿puede jurarme que en River no hay corruptos?, me estaría pidiendo que yo sugiera que aquí ha existido un cono de honestidad que distingue al club del resto de la sociedad. Seguro que hay corruptos como en todas partes.”
El párrafo anterior pertenece al libro Fútbol limpio, negocios turbios, editado en 2002 por la cooperativa Astralib. Mantiene su vigencia en todo, menos en una cosa. Aguilar pasó del discurso progresista a sostener (como lo hizo ayer en La Nación): “Me he encargado de decepcionar bastante durante mi gestión”. Tiene razón. Más allá de lo que arroje como resultado cualquier informe sobre sus cuentas, decepcionó a todos los que pretendió cautivar con su verba tan propia de un sofista.
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