FúTBOL › OPINIóN
› Por Diego Bonadeo
Como presagiando un arbitraje que sería deplorable, Gabriel Favale levantó su pulgar hacia los costados del campo de juego, en claro mensaje de aprobación, como para que el partido en Rosario pudiera iniciarse. Pese a los proyectiles que desde la tribuna de Central cayeron muy cerca del arquero de Belgrano, Juan Carlos Olave, para este genuino exponente del “todo pasa” y del “siga, siga”, el arbitraje pareciera constituir ni más ni menos que un método para que los partidos se jueguen de cualquier manera, en la medida en que esta estafa al juego que fue Central-Belgrano pueda definirse como un enfrentamiento deportivo.
Desde la supina ineptitud de la gran mayoría de los protagonistas, pasando por entre otras delicias la mala entraña de los codazos a diestra y siniestra de Lollo, ni Belgrano merecía ascender a Primera ni Central conservar la categoría, ni Favale dirigir nada que definiera nada.
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