Los técnicos de San Lorenzo y Racing –Diego Simeone y Ricardo Caruso Lombardi, respectivamente– vivieron intensamente, como los hinchas más fanáticos, los noventa minutos del horrible partido que se jugó en el Nuevo Gasómetro.

De pie en los respectivos corralitos, que en esa cancha se ven como escenarios dibujados al ras, parecían dirigir el tránsito. Abrían y cerraban los brazos, señalaban para dónde convenía ir, pedían orden, y reclamaban al malo de Beligoy cada vez que se equivocaba (y lo hacía muy seguido) en un fallo.

Simeone no es el responsable de que el paraguayo Aureliano Torres se hiciera echar cometiendo una falta tonta cuando ya tenía la amarilla, dejando al equipo con diez. Caruso Lombardi no tiene la culpa de que Castromán desperdiciara una gran ocasión tirando una masita. Tampoco les dicen a sus jugadores que les entreguen la pelota a los contrarios, pero sí se preocupan por ponerle freno a cualquier atisbo de audacia que abra espacios y ponga en riesgo el arco propio.

El cero de un partido impresentable, en definitiva, les cabe a los dos.