Lun 16.11.2009
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FúTBOL › OPINIóN

Sanciones de pacotilla

› Por Pablo Vignone

Es una sanción de pacotilla la que la FIFA le impuso a Diego Maradona. Pero dejó a unos cuantos mordiéndose la lengua. No son pocos los que prefieren verlo lejos del banco de la Selección, pero algunos son los mismos que después de muchos años, de décadas de encomiar la labor de Julio Grondona como dirigente, no se atreven a cuestionarle siquiera el gruesísimo error que –creen– ha cometido el caudillo de Sarandí al entregarle el cargo a Maradona. Por eso vieron en este subterfugio –cuya alambicada calidad quedó expuesta por el choque de interpretaciones entre los límites que Maradona cruzó con sus declaraciones soeces, los del artículo 58 o del 57– una posibilidad mágica de salvar las papas, exorcizando demonios sin que se manchen nuestras fronteras: a Maradona lo hubieran echado de la Selección él mismo y una corporación multinacional que fabrica dinero con el capital de otros: ¿qué otra cosa es un Mundial si no un negocio que se lleva a cabo con la propiedad de los clubes que no intervienen y la pasión de los hinchas que se manipula a conveniencia?

No todos tienen la misma suerte que Diego. Ahí anda Jack Warner, el presidente de la Concacaf, la región del Caribe y América del Norte que incluye a 35 de los 208 miembros de la FIFA, y que comparte el Comité Ejecutivo de la FIFA con dirigentes como Grondona o Angel María Villar, el presidente de la Real Federación Española que el sábado celebró sus cien años con el amistoso entre España y la Argentina. Warner es el mismo que se vio salpicado con el escándalo de la reventa de entradas para el Mundial 2006, a través de una agencia de su propiedad. La FIFA lo encontró culpable de violar el Código de Etica del organismo (el primer dirigente en cometer semejante falta), pero como pena sólo lo reprendió porque la operación fue realizada por su hijo Daryan, y según el mismo presidente de la Comisión de Disciplina que ayer castigó a Maradona, Marcel Mathier –que fuera abogado de Blatter—, Warner no tenía por qué estar al tanto de las actividades de su hijo.

Warner es el mismo que, como triniteño que es, había respaldado un acuerdo con los jugadores de la selección de su país, Trinidad y Tobago, repartir las utilidades que dejara la participación en el Mundial de Alemania si conseguían clasificarse. El acuerdo definitivo se firmó en Manchester el 30 de mayo de 2006. La Federación de Trinidad y Tobago, de la que Warner es consejero especial, recibió cerca de 7 millones de dólares de la FIFA por jugar la Copa del Mundo. Pero en lugar de darles la mitad a los jugadores, sólo les liquidó el 1,5 por ciento de lo que les correspondía. Y cuando los jugadores reclamaron, los llamaron “delincuentes”. Los futbolistas tuvieron que recurrir a la Corte de su país. Todavía no consiguieron cobrar lo acordado. Y la Comisión de Disciplina de la FIFA no ha considerado pertinente abrir un expediente sobre el caso.

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