"EN ESE TREN íBAMOS TODOS"
Si pudiera definírselo
de algún modo, Santiago López Petit es un filósofo militante.
Nacido en Barcelona hace 54 años, es químico y profesor de Historia
de la Filosofía en la universidad de esa ciudad. Ha publicado Entre el
ser y el poder. Una apuesta por el querer vivir (1994), Horror Vacui. La travesía
de la noche del siglo (1996), El Estado-guerra (2003) y acaba de salir El infinito
y la nada. El querer vivir como desafío, al que la revista española
Archipiélago le dedicará su próximo dossier.
López Petit tiene una obsesión: construir un pensamiento radical
capaz de liberar el querer vivir de su apresamiento por la estructura de la
espera. Y ese recorrido no ha sido ni es solitario: en los setenta estuvo involucrado
en las luchas obreras y, particularmente, en la toma de fábricas; hoy
trabaja en varias iniciativas políticas junto a los grupos Oficina 2004
y Espai en Blanc.
Las discusiones actuales tras los atentados en Madrid y las multitudinarias
manifestaciones en España, donde tuvieron lugar también las más
masivas impugnaciones a la guerra, están en ebullición. Complejizan,
además, el debate abierto por la convocatoria a los intelectuales lanzada
por Jürgen Habermas y Jacques Derrida a “repensar Europa” frente
al unilateralismo norteamericano.
¿Cómo cree que se puede pensar Europa?
–Ante una pregunta como ésta creo que lo primero que hay que aclarar
es que en el discurso crítico que habitualmente se construye en España
no aparece por lo general la palabra Europa. La construcción de Europa
no se ha hecho desde los deseos de sus gentes sino que ha sido meramente institucional.
Más en concreto, respondiendo a necesidades y objetivos económicos.
En una palabra, se ha avanzado hacia una Europa capitalista muy poco “social”,
empleando términos al uso. Es lógico, por tanto, que la referencia
a Europa se haga casi siempre desde el Sistema de Partidos. Y, sin embargo,
esta Europa capitalista rige cada vez más nuestra propia cotidianidad.
Desde Bruselas se establece cuál puede ser el déficit fiscal,
el crecimiento económico, las ayudas a los agricultores o la colaboración
entre las policías. Es evidente, por tanto, que se hace necesario pensar
una intervención política que tenga en cuenta esta nueva dimensión.
El problema reside en que los conflictos que surgen son siempre de tipo corporativista
ya que, en última instancia, Europa significa gobierno del conflicto
mediante la distribución de dinero a los sectores afectados. Evidentemente,
pensar Europa no puede hacerse desde este discurso defensivo. Pensar Europa
es pensarla como fortaleza a demoler. Es decir, se trataría de poner
en el centro la defensa de una renta básica incondicional y de un derecho
universal de ciudadanía. Intentando, por lo demás, que su política
internacional se separe de la de EE.UU.
Estos objetivos, que se pueden articular como programa político, son
ciertamente fundamentales. Pero no hay que engañarse. Detrás de
un derecho tiene que estar la fuerza política capaz de imponerlo. Hoy
esa fuerza política, entendida en un sentido amplio, no existe. La hipótesis
con la que muchos nos planteamos la intervención crítica se basaría
en una nueva figura social: el precario. El precario, el que tiene la vida precarizada
y no solamente el trabajo, desde el trabajador de banca hasta el inmigrante,
tendría que ser el portador de este proyecto deconstructivo de la Europa
fortaleza. Esta apuesta, por otro lado, no tendría el menor interés
–y además sería imposible– si no concibiera al precario
como el nuevo sujeto político después de la crisis del movimiento
obrero.
“Hasta ahora...”
¿Ha surgido tras el 11-S una nueva forma de politización? ¿En
qué consiste?
–Foucault decía que hay que desconfiar de una expresión
como “hasta ahora” aplicado a una ontología de la actualidad.
Algo parecido podría decirse de la palabra “nuevo”. El discurso
crítico acostumbra a descubrir “novedades” de tanto en tanto,
que actúan como reservas de esperanza. Relativizando, por tanto, la idea
de novedad y su generalización misma, sí creo que se puede hablar
de una nueva politización. Comparemos dos ejemplos distintos. En noviembre
del 2002 tiene lugar el Foro Social de Florencia. Se manifiestan más
de medio millón de personas. En marzo del 2002 tiene lugar una cumbre
de jefes de Estado de la UE en Barcelona y se manifiestan en contra también
medio millón de personas. Son dos ejemplos en principio parecidos y que,
sin embargo, no tienen nada que ver. En Florencia, la manifestación,
perfectamente encuadrada, consta de bloques definidos políticamente,
con sus banderas, su música, etcétera. En Barcelona, en cambio,
la manifestación se desarrolla sin banderas ni música, individuos
solos, mientras que los representantes de partidos políticos y sindicatos
tienen que ponerse a la cola de la manifestación y ni llegan a desfilar.
Medio millón de personas y, sin embargo, dos mundos distintos, dos politizaciones
distintas. Cuando hablamos de nueva politización nos referimos al segundo
caso. Una politización nueva porque no arranca de la conciencia de explotación.
¿Qué tiene que ver el 11-S con todo esto? Pues que si se admite
que el 11-S es el momento en que se presencializa el Estado-guerra, es decir,
un Estado cuya política es guerra, la guerra contra el terrorismo (Afganistán,
Irak...) se convierte en la principal fuente de politización. Politización
que, por otro lado, no cabe en la categoría clásica de sujeto
político. La subjetividad de este hombre anónimo que sale a la
calle en Barcelona, y que contra la guerra de Irak lo hará a menudo,
no puede determinarse en base a la dualidad activo/pasivo.
¿Por qué sostiene que quienes se han movilizado contra la guerra
no pueden ser simplemente considerados como la “sociedad civil”?
–Por dos razones fundamentales. Primero, porque el término “sociedad
civil” aplasta y encierra una subjetividad que es mucho más rica
y compleja que la del individuo. La referencia anterior a las manifestaciones
contra la guerra de Barcelona puede servir. ¿Quién sale, en verdad,
a la calle? Desde el poder se hablaba de la “sociedad civil”, incluso
se inventó una categoría: “la buena gente”. Esta moralización
tiene como objetivo despolitizar, anular la fuerza del anonimato, reconducir
un nuevo protagonismo social. Segundo, porque el término es problemático
en sí mismo.
La sociedad civil remite a una autonomía de lo político que es
inexistente por lo general. Desde el momento en que el Estado interviene garantizando
el beneficio económico y, en general, como mediación política
sobre lo social, desaparece la sociedad civil como tal. Insistir en su presencia,
por un lado, bloquea la nueva politización, esta politización
que, donde se da, adquiere una dimensión existencial mucho más
radical; por otro lado, nos sitúa en el interior de un discurso político
cuyo horizonte no es la politización de la existencia sino un mero hacer
político de los intereses individuales.
¿Qué balance hace de las movilizaciones contra la guerra? ¿Cuál
es su relación con el “movimiento global”?
–El llamado “movimiento global” ha sido un movimiento de crítica
ligado estrechamente a la celebración de determinadas cumbres de jefes
de Estado, etcétera. Seattle, Génova.. han sido hermosos gritos
pero, por ahora, este movimiento no ha conectado con los conflictos y resistencias
locales. Tampoco lo que podríamos llamar la “reconversión”
del “movimiento global” en movimientos contra la guerra, parece
haber avanzado en esta concreción.A pesar de todo, creo que existe una
politización de fondo que sólo espera la ocasión para manifestarse.
En España, en particular, la ocasión ha sido el atentado de Madrid
del 11-M. Ante la manipulación por parte del gobierno, miles de personas
salieron a la calle para exigir toda la verdad. Es como si se hubiese producido
una extraña insurrección efectuada por subjetividades heridas
y coléricas. La socialización del dolor, en vez de unir a la gente
al gobierno de turno, como es lo habitual, ha funcionado como un verdadero escrache
a nivel de todo el país. Miles de personas, durante toda la noche, se
congregaron ante las sedes del partido del gobierno. La frase “en ese
tren íbamos todos” inaugura una problemática común,
una posibilidad de composición y de resonancia que todavía no
sabemos comprender. En todo caso, lo que es claro es que su matriz no es la
producción sino el querer vivir.
“No nos falles”
¿Qué representó el voto por el PSOE a dos días del
11-M? ¿En qué posición ubica el nuevo gobierno el hecho
de haber llegado al poder como resultado de las movilizaciones tras el 11-M?
–Estas subjetividades heridas y coléricas (¿cómo
llamarlas?) parecen haber dispuesto de una inteligencia colectiva, que se ha
demostrado en la invención de formas de convocatoria anónimas
(“Pásalo”) y que se ha hecho sentir, también, en el
empleo del voto útil. Estas subjetividades han utilizado al PSOE como
palanca para desalojar al PP del gobierno. No han dejado pasar la oportunidad,
a pesar de que ésta tuviera que venir de la mano de la desgracia. Y lo
que es más importante: esta inteligencia ha sabido mantener los términos
que dan sentido a la votación y al cambio de gobierno. No se ha votado
al PSOE por ilusión ni en respuesta individual a sus promesas. Se ha
votado contra el PP por dignidad, por una dignidad que en este caso ha sido
colectiva. Zapatero no ha vendido nada. Tiene como norte, si no quiere perderlo,
el “No nos falles”. ¿A quién? ¿Quién
ha sido este nosotros? La manera en que ha llegado a presidente lo convierte
en rehén de la misma gente. De ahí que su principal acción
de gobierno tenga que pasar por destruir las condiciones que han hecho posible
su acceso al gobierno. Dicho directamente: el PSOE se pondrá como objetivo
central destruir la politización que se ha dado en la lucha contra la
guerra.
En torno a la guerra y luego del 11-M, usted ha visualizado el desarrollo de
una nueva “forma” de Estado a la que ha llamado Estado-guerra. ¿A
qué se refiere con este concepto?
–En septiembre del 2003 nuestra fundación Espai en Blanc organizó
un encuentro internacional para discutir la hipótesis del Estado-guerra
que algunos, después del 11-S, habíamos adelantado. Dicho en pocas
palabras: Creíamos que se podía establecer una secuencia clara:
1) el Estado-plan, el Estado que funciona después de la II Guerra Mundial,
encargado de integrar y dirigir la lucha de clases a favor del propio desarrollo
económico; 2) el Estado-crisis, el Estado posterior a la crisis de 1973,
el Estado que emplea la crisis abierta como arma del capital; 3) el Estado-guerra
sería aquel que, situado en un marco posmoderno, construye su política
como guerra, es decir, en base a la dualidad amigo/enemigo. El Estado-guerra
se nos aparece entonces como un dispositivo capitalista de producción
de orden. En un triple sentido: como dispositivo de interpretación de
la realidad (en base al ataque preventivo), como dispositivo de sobredeterminación
de las relaciones (neutralización de lo político) y, finalmente,
como dispositivo de enmascaramiento de la realidad (el relato “Occidente
frente al mal”). En definitiva, el Estado-guerra es una máquina
de simplificación y de muerte que, paradójicamente, es extraordinariamente
débil.
Barcelona 2004
¿Cuál sería la vinculación del Estado-guerra con
otro de los temas que investiga: el fascismo posmoderno?
–Se trata de dos reflexiones paralelas, puesto que tienen orígenes
distintos, aunque deberían converger. Si el concepto de Estado-guerra
surge en relación al 11-S, la reflexión sobre el fascismo posmoderno
es la generalización de lo que ocurre en lo que hemos llamado el “modelo
Barcelona 2004”. Barcelona sería el ejemplo más acabado
de movilización total de la vida, de producción de subjetividades
sin vínculo social y, por ello, despolitizadas. El fascismo posmoderno
constituye, pues, la verdad de la sociedad-red, la gestión de un teatro
social en el que cada uno está llamado a participar en tanto que es portador
de diferencia, de un proyecto personal, etcétera. El fascismo posmoderno
no produce individuos normalizados sino justamente a la inversa, individuos
con iniciativas e inquietudes, en otras palabras, capitalistas de sí
mismos. Lo que aquí se conoce con el nombre de emprendedores.
¿Cómo pensar, entonces, su articulación?
–Decíamos que ambas reflexiones convergen. Así es: la “forma”
Estado del fascismo posmoderno es el Estado-guerra. Esta adecuación explica,
por ejemplo, que simultáneamente pueda darse una legitimación
por la diferencia y unas leyes de extranjería, que el Estado-guerra se
presente como el defensor de la paz... Sin embargo, la adecuación es
complicada. El Estado-guerra crea su propio mundo. El mundo en el que habitamos.
Un mundo sin espacio ni tiempo. Más exactamente: un mundo formado por
un espacio de lugares (vulnerables) y un tiempo no histórico que es el
de la decisión del poder. En cambio, el fascismo posmoderno remite a
un tiempo y a un espacio estallados.
¿Está de acuerdo con la noción de guerra global permanente?
¿En qué consiste el paso que propone de la guerra al Estado-guerra?
–Hablar de guerra global es demasiado confuso. ¿De qué guerra
se trata? ¿La guerra que nos hace el terrorismo, o las diferentes guerras
que hoy existen en el mundo, o la precarización como ataque contra todos?
Para los pacifistas, la guerra no tiene sentido, de ahí su defensa de
la paz. Para los militaristas, sí lo tiene, en la medida en que es continuación
de la política. Para los primeros, se trata de sacarle todo sentido.
Para los segundos, en cambio, se trata de conferirle un sentido. Ambos están
equivocados. La guerra está más allá del sentido porque
es justamente lo que abre el ámbito del sentido. Como decía Heráclito,
la guerra es padre de todas las cosas. De ahí la necesidad de introducir
un desplazamiento: de la guerra al Estado-guerra. No se trata de algo sin importancia.
Es muy distinto defender la paz o intentar contestar a la pregunta: ¿Cuál
es tu guerra?
En Barcelona, en ciertos ámbitos y durante algunos momentos, se intentó
responder a esta pregunta. En última instancia, se podría decir
que el Estado-guerra es aquel que captura la guerra para sí poniéndola
a funcionar a su favor. Subvertir el Estado-guerra es luchar para hacer de la
guerra algo creativo y a favor de la vida. Todo acto de creación es un
acto de guerra.
Barcelona
2004: el fascismo posmoderno Por Espai en Blanc * El fascismo posmoderno
reside en el corazón de la sociedad-red. Mejor aún: es su
verdad. Con eso queremos afirmar que la red no es sinónimo de libertad,
como algunas veces se nos quiere hacer creer. * Han participado: Eduard Aibar, Josep Anton Ferrero, Wenceslao Galán, Marina Garcés, Santiago López Petit y Félix Vázquez.
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