Un turista nada accidental
El cantor de tango
Tomás Eloy Martínez
Planeta
Buenos Aires, 2004
253 págs.
por Ariel Schettini
Nadie duda de la capacidad narrativa de Tomás Eloy Martínez. Su habilidad como narrador se fue construyendo mientras escribía el mejor periodismo argentino de la década del 60 en adelante. Su prosa es de una elegancia nítida como pocas (o ninguna) en la narrativa local: sin esfuerzos ni estridencias, es capaz de contar una historia como quien entrega su relato para ser vivido, y no leído.
Sus narraciones, por otra parte, siempre son eficaces en su timing de aparición. Del periodista, Tomás Eloy Martínez tiene esa “intuición” que lo hace publicar aquello que los lectores quieren leer en el momento adecuado. En otro momento fue el rescate del peronismo silenciado por los años del proceso, que resucitaba para volver a morir como dinosaurio ideológico argentino. La novela de Perón, que sigue siendo su mejor novela, apareció en los albores de esta nueva democracia y Tomás Eloy no dudó, porque no hay dudas en su obra en discutir sobre cadáveres mientras la imagen que tenían los lectores era la del peronismo quemando féretros.
Pero no es su sentido de la oportunidad lo que lo convierte en un seguro best seller, sino su sentido de la narración justa, exacta, aventurera y, al mismo tiempo, alegórica, que hace que cada salida de su obra pueda ser esperada como una “revelación” de algo que casi todos sabemos. Tomás Eloy asegura y construye el pasado inmediato como un cronista privilegiado que nos deja ver una luz sobre las preguntas que cada vez se plantea la sociedad argentina. El cantor de tango, su última novela, es una nueva entrega que confirma sus destrezas y su autoridad.
En este caso se trata de una mirada sobre la frustrada entrada de la Argentina en la globalización, sobre la agonía de su exaltado modelo neoconservador y, al mismo tiempo, sobre el modelo en que, muy a su pesar, se convirtió el país: Argentina como una especie de aleph internacional que permite explicar todos los malogros de la aldea global: el modelo perfecto para globalifóbicos.
Sobre ese modelo, que hizo que la cultura argentina tuviera que volverse sobre sí y mirarse irremediablemente, imposibilitada, por la miscelánea de motivos, de comprenderse en el contexto de la cultura mundial, está escrita la novela El cantor de tango, libro que recorre toda la historia de la cultura argentina del siglo XX en su literatura, arte, estrategia de planificación urbana y, sobre todo, en su símbolo popular: el tango.
Quizás lo más interesante de la novela es que los lugares que recorre son exactamente los del turismo y los del desarrollo económico argentino, mostrados a partir de sus recorridos de “turismo cultural”. Todo (lo poco) que Argentina tiene ahora para vender y vende es lo que nos muestra. Para trabajar ese tema espinoso de la Argentina y lidiar con su frágil memoria, Tomás Eloy Martínez pone a un “turista cultural” a mirar la crisis de diciembre de 2001 en Argentina mientras hace un relevamiento de sus ruinas y sus monumentos artísticos y literarios.
Bruno –así se llama el personaje principal– persigue a un músico escurridizo que tiene la voz sobrenatural y mítica de un ángel (se llama Martel, para recordarnos que será él quien “cante” a la crisis financiera, como el Martel de La bolsa de 1890). El argumento (y el personaje) es de Cortázar (“El perseguidor”), pero lo que en aquél era una alegoría de la crítica y el artista, en Tomás Eloy lo es de la crisis nacional y su diálogo con el arte popular. Al mismo tiempo, Bruno, que aparece como una especie de tilingo desorientado que “ve” efectivamente la ciudad como la escribió Borges, recorre Buenos Aires en una búsqueda fantástica... del Aleph.
En ese paseo, como en un thriller, los edificios más nobles se cruzan con el submundo, y las historias sobre torturas, asesinatos, cárceles y estallidos sociales van armando los mojones que le permiten a la novela diseñar un mapa negro y casi imposible de la ciudad de Buenos Aires.
El tango, por otra parte, es el género que canta todo lo perdido: el género que mejor supo interiorizar como angustia sentimental los infortunios y las ansiedades de la movilidad social, como ya dijeron algunos críticos. De allí que establecer un paralelo entre las crisis sociales y el tango que las expresa sea un laberinto en línea recta. Sin dudas el autor conoce todas las claves del género que mezcla la noticia periodística y sus condiciones históricas entrelazadas con la ficción que crean, cada vez, una nueva lectura de la realidad.
Finalmente, es una novela que constantemente ironiza sobre el turismo y sobre aquello que el turista “avivado” debe conocer de la cultura argentina para tener una experiencia “verdadera”. Por supuesto que sobre ella Tomás Eloy Martínez hace sobrevolar a Rayuela, “La muerte y la brújula” y Operación Masacre. Bruno no es sino un personaje que, buscando la aventura latinoamericana, hace un viaje “seguro” entre las manifestaciones, piqueteros y barricadas callejeras.
Si algo puede achacársele a una novela fervorosa y militante, como las que escriben los argentinos en el exilio, es, justamente, cierta seguridad “cómplice” con los lectores ilustrados. Ello no significa que no contenga algunas páginas memorables: el recorrido del personaje por el Parque Chas tiene el sentido de la narración del paisaje urbano que quedará en los anales de la mejor literatura y algunos micro relatos que cuentan la historia argentina son de una eficacia insuperable.