Dom 27.06.2004
libros

RESEñA

En otra parte

VARIACIONES EN NEGRO
Lucía López Coll, comp.
Norma
Bogotá, 2003
290 págs.

POR JORGE PINEDO

A diferencia de la tradición sajona, donde crimen y misterio transcurren entre disímiles capas de la burguesía, el policial negro latinoamericano incorpora en sus roles privilegiados lúmpenes y miserables, políticas de Estado y víctimas como gestores de la trama.
Catorce escritores de siete países proponen, en la antología editada en Bogotá y recién distribuida en Buenos Aires, Variaciones en negro, un muestrario que puede considerarse representativo del género. Sociedades en descomposición, pletóricas de miseria y marginalidad, hacen que esta vertiente dos-veinte de un género erigido bajo las luces cientodiez aplique la energía que este último utiliza para iluminar las marquesinas a fin de perpetrar la picana. Circunstancia que mantiene al policial negro vernáculo al filo, entre lo sórdido y la denuncia, con picos narrativos de extrema calidad y no menor tensión.
Adalid de la especialidad, Manuel Vázquez Montalbán (Barcelona, 1939) hace retornar a su entrañable Pepe Carvalho al barrio de la infancia donde encuentra un asesinato allí donde parece no haberlo, en otra muestra de maestría y sagacidad tanto detectivesca como literaria. Sin tamaño despliegue, Mempo Giardinelli (Chaco, 1947) plantea cómo un tipo duro descubre demasiado tarde que su propia paranoia se torna realidad a medida que deambulan las frases extensas, abundantes en comparativos y saltos de la tercera a la primera persona, todo para dejarse matar.
Narrada en eximio argenmex (esa jerga parida por la cópula de exilio y nuevo arraigo) la venganza trazada por Miriam Laurini (Argentina, 1947) recupera la atmósfera de la crónica policial clásica a favor de la ética femenina que va de la complicidad al acto de justicia. Ya dentro del pleno argot mexicano (“¿Entonces por qué chingaos uno de los muertos venía de regreso con el pinche olor, a estarlo chingando?”), la caída de un policía asesino preso de esas brujerías que tanto imitan como sustituyen a la justicia como a la conciencia moral, es explotada por la letra implacable de Paco Ignacio Taibo II (España, 1949). Con el rigor de una filigrana, Ricardo Piglia (Argentina, 1940) hace de la lingüística un arma nunca apta para tontos, ya sean investigadores, funcionarios o periodistas, en un juego de roles donde la locura se hace cuerda y la miseria se vuelve ternura.
En una corroboración de que la tilinguería menemista no es sólo argentina, Santiago Gamboa (Bogotá, 1966) despliega el azar de una concheta de Bogotá chocando más ante la realidad que contra un sicario epiléptico en la erección de un dispositivo productor de desmentidas que la regresa a su claustrofobia plastificada. Vacilaciones que se despeñan hacia la cobardía y los embustes que retornan sobre sí mismos en el mundillo de los narcos mexicanos, tematizan la narración intimista, confesional, de Rolo Diez (Argentina, 1940).
Una escritura tan despeinada como Heredia, el detective protagonista de Ramón Díaz Eterovic (Chile, 1956), desperdicia la historia de un asesino serial que se pierde entre una florida adjetivación y lugares comunes. Sin ahorro de sangre, la eximia revancha desplegada por Poli Delano (Chile, 1936) logra un cuento rotundo. Con similar profesionalismo, Juan Madrid (España, 1947) desenvuelve un relato de parapoliciales torturadores y fascistas que buscan culpables a fin de sostener un statu quo ambientado con sutileza en un Estado propio del inconjugable José María Aznar. Hijos bastardos de la Revolución, encandilados por el sol, las pastillas y elalcohol protagonizan el relato de Leonardo Padura Fuentes (Cuba, 1955), en el que la ausencia de héroes construye la autocrítica y la moraleja.
Andreu Martín (España, 1949) demuestra cómo el crimen perfecto es aquel que se realiza sin planificarlo como tal: amarra las circunstancias con la complicidad del azar en un cruce que obtiene inteligencia de la improvisación. Finalmente, el no menos sólido que fuerte cuento de Rubem Fonseca (Brasil, 1925) toma cuerpo desde una relación entre clases sociales en un relato no obstante luminoso, arruinado por una traducción al puertorriqueño neutro.
Podrá cuestionarse la selección de cuentos efectuada por Lucía López Coll, la ausencia de plumas vigorosas que supieron incursionar en el policial negro como Guillermo Saccomanno, Osvaldo Soriano, Rodolfo Walsh, Daniel Chavarría o la dupla Borges-Bioy, entre tantos otros. Ello de modo alguno impide que las tres cuartas partes de Variaciones en negro ofrezcan un pantallazo temático y estilístico de una modalidad que ya ha adquirido características propias para una Latinoamérica demasiado conocedora de crímenes y verdades sin develar.

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