Dom 24.10.2004
libros

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Todo Greene

Pedido de reedición

Cuando le preguntaron por sus lectores, John Updike contestó alguna vez que escribía con la esperanza de que una noche, en una casa a oscuras, un adolescente insomne, revolviendo en la biblioteca familiar, encontrara un ejemplar viejo de alguno de sus libros y le gustara. Tal parece ser la suerte de los lectores de Graham Greene en Argentina, y no por ser adolescentes o insomnes, sino por seguir condenados a encontrar ejemplares viejos en los estantes de las librerías de usados. Es raro: debe haber pocos escritores que hayan honrado tan bien el nombre de la colección donde se publicaron la mayoría de sus libros: Grandes Novelistas. Debe haber menos escritores todavía que cuenten entre sus devotos a tantos escritores argentinos dispuestos a escribir algo –unas líneas, un prólogo– para una hipotética reedición. Sus lectores abarcan ya al menos tres generaciones. Hay traducciones de Wilcock, Pezzoni, Baeza, Gamerro, Victoria Ocampo. Se siguen filmando películas de sus libros. Y –mejor prueba para los hombres de marketing– en las librerías de usados los ejemplares ajados cotizan como novedades. Es cierto que algunas son ediciones originales de Sur y que muchas envejecen tan bien como una valija de cuero, pero también es cierto que quedan pocos, que muchos de los Andrés Bello, Luis de Caralt, Bruguera, Sudamericana, Emecé y Criterio empiezan a deshacerse por el lomo, y que la mayoría ni siquiera aparece. Y sin embargo, sigue sin reeditarse –con escasas, dispersas y aisladas excepciones– ni uno solo de los libros de Greene. El centenario de su nacimiento, hace poco más de un mes, era una buena oportunidad. Una pena. Para esa fecha también, después de casi 30 años de trabajo, el inglés Norman Sherry publicó el tercer y último volumen de una biografía monumental, que vendería más que muchas de esas otras que duermen como bichos colados en camalotes entre las mesas de novedades. Pero ni siquiera el primer volumen está traducido. Así que todo indica que, para volver a encontrar a Greene en las librerías, habrá que seguir esperando –quizás en homenaje a él– un prudencial tiempo bíblico.

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