RESEÑAS
Volar es para los pájaros
El comportamiento inesperado del pasajero en el transporte aéreo comercial internacional
Guillermo Bruno
Dunken
Buenos Aires, 2002
120 págs. $ 9
Un legado de alto vuelo
Alejo Nicolás Larocca
Dunken
Buenos Aires, 2002
196 págs. $ 12
› Por Daniel Link
desde algún lugar sobre el Atlántico
Nunca se nos hubiera ocurrido que podía tratarse de un verdadero “nicho de mercado”, pero dos recientes novedades de editorial Dunken parecen sugerir que la aeronavegación comercial reclama su lugar en la historia. Dramáticamente, Guillermo Bruno justifica su revelador trabajo El comportamiento inesperado del pasajero en el transporte aéreo comercial internacional (no podría tener título más bello) con las siguientes palabras: “La incomprensión, la soberbia, la hipocresía, la impunidad, la intolerancia, la agresión, la avaricia, la insensibilidad, la venganza y la lucha desmedida han empañado la historia del hombre a lo largo de los siglos. La aviación comercial no ha quedado exenta de estas agitaciones sociales”. Ajustémonos, pues, los cinturones, y veamos todo lo que puede pasar dentro de un avión.
Un legado de alto vuelo, el ¿libro? de Alejo Nicolás Larocca es básicamente una iconografía de los vuelos comerciales que pone el acento en el fashion de Aerolíneas Argentinas (1967-1974: Pierre Cardin; 19741978: Paquito Jamandreu; 1978-1992: Delmar), un elogio inmoderado del azafataje (cuyos orígenes se remontan en la Argentina a fines de la década del treinta) y algunas anécdotas que involucran a grandes nombres de la historia (Saint-Exupéry, Sandro, el Papa Juan Pablo II): ninguna de estas anécdotas, apresurémonos a aclararlo, aparecería en la más oficial de las biografías. Sencillamente, esas personas viajaron en aviones y hay fotos para demostrarlo.
Desde la década del sesenta se lleva a cabo el certamen internacional para elegir la Reina de las Azafatas. En 1967, la señorita Silvia Caubet, de Aerolíneas Argentinas, obtuvo el título de princesa. En 1990, la señorita Verónica Granieri de la misma compañía recibió el título de Reina Mundial de las Azafatas.
Lo que también demuestra la melancólica investigación de Alejo Larocca es que antes era más cómodo volar: las aeronaves contaban con camas, literas, ventanas cuadradas, asientos enfrentados como en los trenes, con amplias mesas y pasillos anchísimos: “lujos” que la masificación de los vuelos nos hicieron perder. Por supuesto, lo más importante que perdimos con el correr de los años fue la misma compañía que inspira a Larocca: la argentinísima Aerolíneas. Tiene razón Guillermo Bruno: la historia (esa suma de iniquidades) también ha atravesado esos “no lugares” que son los aeropuertos y las aeronaves.
El comportamiento inesperado del pasajero en el transporte aéreo comercial internacional es un libro de lo más simpático. Al principio parece que su objetivo es buscar la manera de penalizar a los pasajeros sediciosos (como si en cada uno de nosotros habitara, en el momento de subir al avión, un talibán suicida). Pero no: Bruno examina la historia delos incidentes y concluye su examen con una serie de recomendaciones para mejorar la calidad del servicio.
El primer incidente registrado fue en un vuelo de 1947, desde La Habana hacia Miami. Un pasajero se emborrachó con una botella de ron con la que había embarcado y le partió la cabeza a otro de un botellazo. No hubo manera de formularle cargos por la inexistencia de normas internacionales. A partir de 1970, con la aparición de los primeros Boeing 747 y el comienzo de los viajes en masa, los episodios se multiplican como una plaga. La razón principal de esa pandemia, parece, es el alcohol, cuyos efectos se potencian en una aeronave en vuelo (en parte por la altitud, en parte por la presurización de la cabina). La desinhibición que la ingesta de alcohol implica es el factor que prevalece en los incidentes de pasajeros con comportamiento inesperado (66 casos sobre 152 informados en 2000).
Es por eso que en lugar del término “pasajeros insubordinados” que usan hoy las compañías de aviación, Bruno prefiere hablar de “comportamiento inesperado del pasajero”. Las razones son ideológicas: lo que importa no es el ser del que viaja, sino su conducta, provocada muchas veces por causas cuya responsabilidad es de las compañías de aeronavegación. El excesivo suministro de alcohol, por ejemplo, con el que se pretende neutralizar la “aerofobia”: volar puede resultar más o menos cómodo (y seguramente necesario), pero nadie podrá afirmar que es algo natural. El miedo a volar (según una investigación de Lufthansa) afecta al 60% de los pasajeros.
Por cierto, como queda dicho, en los últimos años ha empeorado sensiblemente la calidad del servicio (espacio entre asientos, congestión en aeropuertos, etc.), lo que no hace sino aumentar las posibilidades de “fiebre de cabina”.
¿Sabía Ud. que la diferencia de clases se expresa dentro de un avión mediante la distribución del oxígeno? La cabina de clase económica recibe la mitad de aire exterior (mezclado con aire recirculado) de lo recomendado en edificios y otros vehículos de transporte terrestre. A menor cantidad de aire fresco, menor cantidad de oxígeno.
Ante cualquier síntoma de “hipoxia” (adormecimiento, pérdida de sensibilidad en las extremidades, etc.), Bruno recomienda exigir al personal de abordo que aumenten la cantidad de oxígeno en la cabina.
Pero además, el aire puede estar contaminado por insecticidas –usados para la (obligatoria, según normas internacionales) desinfección y desinsectización de las cabinas– y los niveles de presurización de cabina que utilizan las compañías aéreas no hace sino enrarecer la atmósfera más allá de lo que el organismo humano puede tolerar sin daño.
La próxima vez que en un viaje (¿pero acaso los argentinos seguiremos viajando en avión?) alguien grite como loco mientras patea la ventanilla tratando de abrirla no pensemos que está loco. A lo mejor es que los niveles de oxígeno en la sangre han hecho de su cerebro una pasta parecida a la comida que sirven en los aviones. Gracias por volar con nosotros.