Con el mismo espíritu
› Por Juan Gelman
Autoridades de la provincia y del Ayuntamiento de Avila
Amigos, Señoras y Señores:
Quiero ante todo agradecer al muy distinguido jurado de la séptima edición del Premio Nacional de las Letras “Teresa de Avila” el habérmelo otorgado ex aequo con don José Ignacio Tellechea Idígoras. Así, el honor es doble: por el nombre de este premio y a quien honra, y por compartirlo con tan notable historiador.
Santa Teresa de Avila tiene para mí un significado muy particular. La leí en mi juventud, pero creo que sólo cuando la dictadura militar argentina me condenó al exilio mi lectura fue otra, y encontré en Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada tanta reflexión que, como espejo claro, alumbraba a la mía. En ella y en otros místicos –San Juan de la Cruz, Hildegarde de Bingen, la Cábala, las beguinas Hadewijch de Amberes, el Maestro Eckhardt– me reuní con lo que yo mismo sentía, es decir, la presencia ausente de lo amado: Dios para ellos, el país del que me habían expulsado para mí. “¿Puede ser mayor mal, que no nos hallemos en nuestra mesma casa?”, pregunta Teresa de Avila en “Las Moradas”. ¿Qué “vivir en este destierro”, dice? Ese es un destino “que no es sino morir muchas veces”, dice. Y yo moría muchas veces fuera de mi casa, y más con cada noticia de un amigo o compañero asesinado o “desaparecido” que agrandaba la pérdida de lo amado. La dictadura militar argentina “desapareció” a 30 mil personas y cabe señalar aquí que la palabra “desaparecido” es sola, pero encierra cuatro conceptos: secuestro de ciudadanas y ciudadanos inermes, su tortura, su asesinato y la desaparición de sus restos en el fuego, en el mar o en suelo ignoto.
“Fija Dios a sí mesmo en lo interior de aquel alma de manera que, cuando (ésta) torna en sí, en ninguna manera puede dudar que estuvo en Dios y Dios en ella.” La Argentina entraba en mí entonces en sueños y pesadillas que me parecían pedazos de una realidad de la que me había salido por inadvertencia. Entiéndase que no procuro en modo alguno equiparar las situaciones, mi mirada es laica pero no profana y no pretende recortar la experiencia espiritual de Santa Teresa. Me limito a señalar los encuentros, o afinidades, o semejanzas que tuve en ella al leerla de una manera otra en el exilio, y de cómo su búsqueda de la unión o fusión con lo amado me incluyó y abrió caminos de vida y de escritura. Bien dijo José Angel Valente que no se trata de entender la escritura de Teresa de Avila “desde el lado humano”, como Dámaso Alonso pretendió.
Y, sin embargo, cuánta compañía de imposible encuentra un poeta en esta “flaca mujer tan animosa”, en “la elegancia desafeitada” de su estilo, según señaló Fray Luis de León. “Muchas de las cosas que aquí escribo no son de mi cabeza, sino que me las decía éste mi Maestro celestial y yo hago lo mismo que los pájaros, repetir lo que me decía”, anota Teresa.
¿De qué otro modo definir los momentos más felices de un poeta, cuando lo escribe la poesía y la pluma corre por su cuenta en el papel? Es el éxtasis, el ex tasis, el salir de sí mismo, que abraza de manera igual a la experiencia mística, a la experiencia poética y a la del amor humano. Tampoco el poeta “ni aun en la misma alma entiende de manera que lo puede decir después, aunque no está sin sentido interior”. “La bodega donde nos quiere meter el Señor, cuando quiere y como quiere, más por diligencias que nosotros hagamos no podemos entrar”, dice la Santa. O: “Pues la verdadera unión se puede muy bien alcanzar, con el favor de Nuestro Señor, si nosotros nos esforzamos a procurarla con no tener voluntad, sino a lo que fuere por voluntad de Dios”, dice. Tampoco se entra en la poesía por voluntad propia, sino por voluntad de ella. Es cuando ella nos habita y eso ocurre cuando ella quiere. Nadie puede sentarse a escribir poesía, como, supongo, nadie puede sentarse a esperar a Dios. Y no estoy diciendo que el poeta es un pequeño dios, como quería ese gran poeta chileno que fue Vicente Huidobro. El poeta espera, sí, un milagro, el de la fusión dela vivencia o experiencia con la imaginación que la interroga y con la palabra que la expresa. Sin esa esperanza no insistiría en el mester de fuego que es la poesía. Y como dijera Chesterton, lo verdaderamente milagroso de los milagros es que a veces se producen.
Ir hacia Dios “es una operación de amor” que engendra “un dolor sabroso, y no es dolor, no está en un ser; aunque a veces dura gran rato, otras de presto acaba... quítase y torna; en fin, nunca está estante, y por eso no acaba de abrasar el alma, sino que ya que se va a encender muévese la centella y queda como deseo de tornar a padecer aquel dolor amoroso que le causa”, se lee en “Las Moradas”. René Char, el gran poeta francés que participó en la resistencia contra los nazis, pensaba que “el poema es el amor realizado del deseo que se queda en deseo”. Esa sed nunca se sacia. “El vuelo del espíritu es un no sé cómo se llame, que sube de lo más íntimo del alma”, dice Teresa de Avila. Es el “aquello” de San Juan de la Cruz. Es la impronta en el alma que algo sin materia deja, de Plotino. Son las palabras que “están en lo interior de su alma, en lo muy más interior, en una cosa muy honda, que no sabe decir cómo es, porque no tiene letras”, insiste Teresa. Como la poesía, el misticismo interroga sin cesar al lenguaje. La experiencia mística se cumple en la escritura.
Estar en el Castillo, en la Morada Séptima, no da certeza del encuentro y crea el olvido de sí, “un desasimiento grande de todo”. No es diferente el acto poético. El misticismo y la poesía son dos creencias absolutas: en Dios el uno, en la palabra la otra. Esto requiere “grandísimos trabajos y fatigas... para que no estén ociosos las potencias y sentidos”, advirtió Teresa de Avila. Sí. De “esos impulsos tan delicados y sutiles... que no sé qué comparación cuadre... (el alma) jamás querría ser sana”. El poeta tampoco quiere ser sano de lo que lo obliga a hablar. En mi exilio escribí Citas y comentarios, un libro que dialoga especialmente con Teresa de Avila. Está dedicado a mi país. Permítaseme leer un par de poemas de ese libro que tal vez digan mejor lo que intenté decir:
Comentario IV (Santa Teresa)
y habiendo muchos pajaritos y silbos en la/
parte superior del pensamiento o cabeza/y ruidos
en la cabeza como un mar/o lamentos/
o vientos o movimientos/soles
que chocan entre sí/se pagan/arden/o potencias
como miles de bestias que pisan
el arrabal del alma/es decir padeciendo
los trabajos terribles/aun así
ocurre el alma entera en su quietud/
o deseo/o claridad no tocada
por pena/menosprecio/miseria/
sufrimiento o ruindad/entonces
¿qué es esta paz sin venganza/o memoria
de cielo por venir/o ternura
que baja de tus manos/manantial
donde los pajaritos de la parte superior del pensamiento
van a beber/pían dulces/o callan
como luz que vienese de vos/alita
que vuela sobre guerra y fatiga
como vuelo de la misma pasión?
Comentario VI (Santa Teresa)
esta secreta unión que pasa
en un punto muy interior del alma/
que debe ser donde estás vos/y donde
tales son el deleite y la gloria y demás
criaturas que pasan/conunidas como
aguas de cielo que van a río entrando a mar/o manos
que por lados contrarios se hacen una/
o sustento que me sustenta/así me sos
como madera en el palito/aunque
mayor dolor queda después/y deseo mayor porque crece
el amar cuando más se descubre
la delicia de vos/y vienen ansias como rayos
que abrasan y retardan el morir/y luego
sin saber cómo ni cuándo/sin
mover mano ni pie/cae un golpe de fuego que hace polvo
cuando alentamos cuanto respiramos
al interior de esta pasión/
y suelta queda la pena como un animal
que también es noticia de vos/tierra mía
de la que estoy atado y desatado/
y rara ausencia/rara compañía/
que nadie es sino vos/
y yo como alguno colgado que
ni toca tierra ni al cielo puede subir
como conciencia de un tormento/
padecer o desdicha/que es gota de agua en el grande
océano de el calor de vos/mariposica honda/
libre en la toda luz que das