MARíA ESTHER VáZQUEZ RECUERDA ESPLENDORES Y DERROTAS DE UNA GENERACIóN LITERARIA.
Aquí vivieron
La memoria de los días
Mis amigos, los escritores.
María Esther Vázquez
Emecé
228 páginas
› Por Claudio Zeiger
El 15 de diciembre del año 2000, un “auditorio heterogéneo” se reunió en Posadas 1650 para descubrir una placa en memoria de sus más ilustres habitantes: Silvina Ocampo (1903-1993) y Adolfo Bioy Casares (1914-1999). El día es tormentoso, bochornoso, lleno de presagios. María Esther Vázquez recuerda que ésa fue la última vez que vio al matrimonio de Martín Noel y su mujer Ana María, quienes también vivían en el edificio. Ella murió poco después del descubrimiento de la placa y, terriblemente afligido, Martín se suicidó en febrero de 2001 arrojándose por la terraza de Posadas 1650. “El suicidio brutal que eligió quizá no se compadecía con su estilo”, concluye Vázquez con una de esas leves pinceladas que desconciertan primero y luego son asimiladas porque su estilo es así: narración, breve conclusión y adelante. Esta historia está narrada en el capítulo más extenso de La memoria de los días, el dedicado a Bioy y Silvina y la vida de aquellos que orbitaban a su alrededor. Ese 15 de diciembre de 2000 parece erigirse como un muro de tristeza y derrota que parte en dos al libro. Antes –los días felices– y el ahora donde a la autora sólo le queda el consuelo y la misión –autoimpuesta– de evocar a los que se fueron.
En las notas del comienzo y del final, María Esther Vázquez se explaya acerca del tono del libro y de sus intenciones: rescatar los esplendores, pequeños triunfos y derrotas de “esa generación única en cuanto al talento, al don de la creación, al humor legendario del que hicieron gala”. La muerte, el fin de una época, el pasado como un tiempo rotundamente ido y mejor le dan el brillo sepia, que a falta de una mirada crítica sobre los escritores, resalta como el mayor logro de La memoria de los días.
Como bien aclara el subtítulo, los escritores y los amigos son lo mismo, unidos por el lazo que les tiende la autora. Y es precisamente de esta equivalencia de donde sale lo más sólido y lo más controvertido del relato. Lo más controvertido porque, a pesar de haber trabajado tantos años en periodismo (Vázquez recalca que lleva 1500 notas escritas sólo en el diario La Nación), no parece concebir siquiera que la literatura tenga algo que ver (por más mínimo que sea) con la esfera de lo social. Escribir libros es una prolongación natural de la educación recibida, de la pertenencia a la esfera de la alta cultura, una actividad que lógicamente, en un mundo cada vez más mercantilizado y mediático, se va quedando en el olvido, encerrado en el pasado. Y dijimos también lo más sólido porque sin dudas la cercanía (una forma de la pertenencia) le permitió a María Esther Vázquez (autora de una biografía de Borges y otra de Victoria Ocampo) armar esta memoria miscelánea con la fuerza conjunta de la evocación, el entretenimiento y el buen humor (varias páginas, sobre todo en los primeros capítulos, operan de bálsamo altamente indicado para la actualmente tan malhumorada literatura argentina).
¿Quiénes son ellos y ellas, los amigos/escritores? Probablemente el lector ya los debe poder ir enumerando mentalmente aunque todavía no se los haya nombrado: Borges, Bioy, Silvina Ocampo, Mallea, Manucho, Silvina Bullrich, Beatriz Guido, Girri, Murena, Sara Gallardo. Sorprende un poco la ausencia absoluta, ni siquiera mención, de Oscar Hermes Villordo.
¿Hay chismes, anécdotas, chicanas y maledicencias en el libro? Sí los hay, claro que revestidos siempre con una pátina de pudor y el debido respeto afectuoso que se les debe a los amigos cuando se escribe sobre ellos, aunque ellos (y ellas) ya no puedan leerlo.