Dom 30.01.2005
libros

CARA Y CECA DE LA BANALIDAD EN LA EDUCACIóN SENTIMENTAL DE UNA CHICA DE PROVINCIA.

Pibes y Coqueterías

Miss Tacuarembó
Dani Umpi
Interzona
204 páginas

Por Patricio Lennard

A algunos textos se les nota más que a otros la lista de ingredientes. Aunque no es obligatorio que los libros aclaren en la contratapa el valor energético de la intriga o la composición centesimal de sus personajes, la inspiración de Miss Tacuarembó, del uruguayo Dani Umpi, en la celebrada novela de Alejandro López, La asesina de Lady Di (2001), no sólo es algo que quienes leyeron la novela de López notarán de inmediato sino también un motivo (y que Harold Bloom disculpe) de celebrar lo insalvable que son las influencias.

Situado en la delgada línea rosa que hay entre Puig y Copi, y dueño del acelerado ritmo de cartoon de algunas de las novelas de César Aira, el texto de Umpi cuenta la historia de Natalia, una joven que pudo huir hacia Buenos Aires de la atmósfera opresiva de su pueblo con el sueño de llegar a ser modelo, y que luego de seis años de no ver a su madre es invitada a un talk show televisivo en que ésta pretende reencontrarla. Frívola, neurótica, hija de la educación sentimental que la cultura de masas promueve a través de las telenovelas, la protagonista narra su presente de promotora en una perfumería (¿hay algo más parecido al arquetipo de la modelo frustrada?) en medio de constantes remisiones a su niñez de provincia. De allí surge la historia de Carlos, ese “amiguito medio rarito” con quien Natalia jugaba a las modelos, y junto al que siempre iba a misa a pedirle a Cristo desde una tarta de frutillas hasta el primer televisor color que a ella le obsequiaron.

El kitsch del pop latino que inundaba La asesina de Lady Di es reemplazado en el texto de Umpi por el empalago new age que echa a volar en Enya, mientras la dimensión ochentosa que emerge en los recuerdos de la protagonista trae una ensalada de Gremlins, Parchís, Pibes y Coqueterías. De hecho, Enya (a través del racconto obsesivo que el personaje hace de su historia artística y discográfica) es objeto de unos de los tantos parlamentos que recuerdan los meticulosos fichajes de bandas musicales del American Psycho de Easton Ellis. Eso sí: con la salvedad de que en Miss Tacuarembó si algo se describe minuciosamente son las fragancias de perfumes importados que encharcaron los cuellos argentinos en la década del ‘90, y que hoy apenas balbucean en las imitaciones que puede vender algún cuentapropista. Así, si el Jazz de Yves-Saint Laurent es el perfume que más excita a Natalia, es lógico que imagine que “Cristo debe usar CK Be” de la variada gama de fragancias de Calvin.

Escritor, poeta, cantante, performer y fotógrafo de eventos sociales, Dani Umpi adquirió cierta relevancia en la Argentina cuando montó una obra en el Centro Cultural Recoleta en que Natalia Oreiro festejó su cumpleaños, rompió una piñata y miró un video con saludos de sus vecinos. Es, en efecto, en ese terreno engañoso en que parece no haber más que superficie, frivolidad y obnubilado bovarismo, que la novela de Umpi –valiéndose del humor y la ironía– arma una operación crítica sobre la religión cristiana y su aparato iconográfico, así como sobre la banalidad entendida como dominante cultural contemporánea. Decir que Miss Tacuarembó hace reír y entretiene no necesariamente pone bajo sospecha un texto que no es apto para sabuesos de citas culturales. Nada más lejos del deseo de Umpi, quien al lado de Puig, Copi y Alejandro López (lo que para nada significa una deshonra) se queda con la banda, la corona y las flores de una sonriente Miss Simpatía.

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