EN 1965 ESCRIBIó UNA CARTA ABIERTA A UN CRíTICO DE LA PRENSA. Y DESDE ENTONCES, LEóN FERRARI ACOMPAñó SU OBRA ARTíSTICA CON NUMEROSAS INTERVENCIONES PúBLICAS QUE ACABAN DE RECOPILARSE EN PROSA POLíTICA.
Prosa política
León Ferrari
Siglo XXI
242 páginas
Una respuesta a un crítico del diario La Prensa inauguró en 1965 una forma de intervención pública que distingue la práctica artística de León Ferrari. El escándalo giraba entonces en torno del carácter político de unas obras que aludían a la guerra de Estados Unidos contra Vietnam. Contemplado desde el presente, ese episodio está cargado de significado, porque tiene que ver con el núcleo de la producción del artista y porque inició, también, una larga serie de polémicas que llega hasta el presente. Confrontaciones muy productivas, ya que al conocer y comprender mejor a sus contrincantes, León Ferrari no sólo pudo dar mayor eficacia a su producción sino que hizo de esos adversarios enconados su público. Las ponencias, cartas y artículos periodísticos reunidos en Prosa política son instancias de reflexión y de mediación con esos interlocutores, pero no explican la obra: forman parte de ella, rearticulan sus preocupaciones en el ámbito de la escritura.
La mayoría de los textos está dedicada al estudio de la religión como fundamento de las intolerancias modernas. En ese sentido, “Sexo y violencia en el arte cristiano” (1994), un extenso ensayo corregido y actualizado, condensa los argumentos principales: la tortura, la discriminación, la sexofobia de los textos bíblicos han sido transformadas en arte; lo espeluznante se sublima como belleza; la iconografía de la represión cristiana y los versículos que la inspiraron continúan con el nazismo y el Proceso argentino. Sin embargo los artículos previos son también importantes porque muestran la elaboración del concepto de arte que Ferrari pone en obra a partir de los años ‘80. Las definiciones se producen alrededor de la experiencia de Tucumán Arde (1968), el encuentro de un grupo de artistas de vanguardia que privilegiaron las coincidencias ideológicas por encima de las diferencias estéticas: entonces había que cambiar de lenguaje, de público y de objeto (“usar el arte para hacer política”) para salir de la cultura domesticada y romper el circuito de la alienación de la obra. Esa transversalidad es lo que, más tarde, constituye para Ferrari el arte político, “una corriente que atraviesa las diversas etapas y modos de pintar” para decir que el arte “también sirve para expresar ideas, para tratar de participar en la perseverante lucha por la libertad y la justicia”.
Otro ensayo, “El arte de los significados”, puede ser leído como un programa al que León Ferrari se ha mantenido fiel en su producción. El punto de partida es la conciencia de que la denuncia, traducida al arte, resultaba inocua y a la vez el descubrimiento de que el significado era un material estético negado como tal por la cultura de elite. En consecuencia se trataba de “organizar esos significados con otros elementos en una obra que tenga la mayor eficacia”. Esta última palabra insiste: la eficacia hace aquí al valor artístico y se mide, no por la belleza o la novedad, sino por la perturbación que provoca la obra en el receptor y la claridad con que se pronuncia.
León Ferrari se revela por otra parte como un exégeta minucioso e implacable de los textos bíblicos. La posibilidad de que la moral occidental provenga de las palabras de un desequilibrado (así veían a Jesús algunos de sus allegados), la visión del Holocausto como realización del pensamiento cristiano y la postulación de los textos bíblicos como fundadores de la discriminación racial, religiosa y sexual que se sigue a lo largo de la historia de la Iglesia hasta el presente son contundentes. En todo momento acude a un aparato de referencias y citas que incluye a santos, teólogos y comentadores modernos y que en su paso demoledor no deja en pie ni siquiera a las supuestas variantes progresistas de la Iglesia. Los estudios se producen en forma simultánea a la producción que elabora a partir de mediados de los ‘80, cuando empieza a “gestionar” la anulación del Juicio Final y la abolición de las torturas en el más allá, y a la necesidad de contestar a las críticas y reacciones que provoca su obra. La polémica ha sido casi constante, desde su participación en una exhibición colectiva en San Pablo (1985-1986) hasta la reciente retrospectiva del Centro Cultural Recoleta. Aunque la posibilidad de la agresión y la censura están latentes, incluso de parte de personalidades supuestamente democráticas, lo particular consiste en que los contrincantes se convierten en parte de las muestras: personajes tan diversos como los fanáticos que manifestaron frente a la sede del ICI en junio de 2000, el cardenal Jorge Bergoglio, el presidente de la Sociedad Protectora de Animales y Elisa Carrió dieron en buena medida el valor de las obras contra las que se lanzaban, no por el escándalo sino porque contribuyeron a evidenciar de modo más nítido lo que ellas planteaban o a veces sugerían. León Ferrari los ha señalado como sus interlocutores: “Mis obras están destinadas a la Iglesia y a quienes la acompañan en la amenaza del castigo a los supuestos pecadores”, dijo.
En una carta de Prosa política se dice que los insultos y agresiones a veces benefician a la obra –la profundizan, le agregan aspectos nuevos– y al desarrollo de la producción– “ayudan a descubrir formas, colores, ideas que estaban escondidas”. León Ferrari se dirigía a Nicola Constantino al escribir esas líneas, pero hablaba también de sí mismo, de una experiencia necesaria, insoslayable.
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