El primer libro de cuentos de Carlos Gamerro abandona la arena política de sus novelas para internarse en las desolaciones y extrañezas del amor.
› Por Mariana Enriquez
El libro de los afectos raros
Carlos Gamerro
Norma
229 páginas
Son raros los afectos del título, y también los romances que habitan los relatos del último libro de Carlos Gamerro, pero sobre todo son extraños estos cuentos con relación a las novelas previas del autor de Las Islas, El sueño del señor juez, El secreto y las voces y La aventura de los bustos de Eva), donde la política argentina ocupaba un lugar central, claro y explícito. En estos relatos –escritos entre 1987 y mediados de los años ’90– la política, cuando aparece, lo hace de forma asordinada, como un clima, o incluso un malestar. El ejemplo más claro es “Tarde perfecta con una loca”: un exiliado voluntario explica la Argentina como si hablara de otro planeta no sólo lejano sino detenido en el tiempo –“Serios problemas mentales: allá todavía sucede”–; y lo hace con una voz paranoica, aterrorizada, que no sólo teme un arranque de locura de su ex amante, sino una catástrofe mayor de la que se cree inmune (aunque claramente ya lo ha arrasado). En “El cuarto levantamiento”, los problemas cotidianos de una pareja tienen como telón de fondo un rebelión militar mirada por TV, y el problema mayor parece decidir si ella debe o no tomar el colectivo que pasa cerca del lugar de los hechos para ir a terapia, hasta que el tumulto de metralla y humo invaden una pelea doméstica.
Pero el resto de los cuentos habitan en mundos cerrados, centrados en los personajes y sus voces. “Ella era frágil” es un relato coral, una conversación entre un fisicoculturista abandonado por su pequeña (de tamaño) amante –mujercita que, según sus palabras, es una gozosa masoquista– y un compañero de gimnasio y concursos que trata de levantarle el ánimo e incitarlo a recuperar la musculatura perdida en más de un sentido; pero en la conversación se infiltra la voz de la chica, que tiene una mirada completamente diferente de la relación, y se instala la duda sobre el alcance de las fantasías. Es quizás el cuento más “argentino” del libro, quizá porque el macho destrozado recuerda a los boxeadores arruinados tan presentes en ciertos cuentos nacionales de los años ‘60, pero el juego perverso lo aleja de cualquier naturalismo aunque Gamerro maneje a la perfección la descripción de un mundo de gimnasios, trofeos y dietas. “Marina en sol y azul cobalto”, el cuento más antiguo del libro, es notable porque a pesar de casi apoyarse en el lugar común Lolita –un profesor enamorado de su alumna de nueve años– hay algo desenfadado y fresco que lo aleja de una relectura fría –o frívola–; algo del orden de la empatía, o quizá de la compasión: “Denunciame, gritame, decí que no entendés lo que estoy haciendo, llorá. Que nos sorprendan, que me llamen pervertido, asqueroso, cerdo. Pero estoy loco por vos, pendejita. Te amo, te deseo. Te tengo cerca y tu perfume me asfixia. Nada de lo que jamás hice me importa sin vos, vos, vos”.
“Norma y Ester” y “Fulgores nocturnos” funcionan en algún sentido como espejo: el primero es una violenta venganza cruzada de erotismo y amistad obsesiva en pleno corazón del conurbano bonaerense, con fondo de cumbia y peluquería; el segundo lo protagoniza un cocainómano que compara con Klimt o Schiele a ese cuerpo de mujer que perdió una larga noche química, recién salido de una disco. Pero ninguno de los dos funciona tan bien como “Las hamburguesas del mal”, un cuento desolador, perfecto para el cierre, que al principio engaña como sátira hasta que irrumpen hambrientos revolviendo las bolsas de basura de McDonald’s, la soledad de un hombre que sondea Cajitas Felices y un Empleado del Mes que parece un pastor evangélico cruel que expulsa a los infieles del templo.
En todos los cuentos queda claro que Gamerro tiene una facilidad enorme para plantar ese detalle perfecto que define un ámbito, o para cambiar el registro de las voces sin caer nunca en un estereotipo; pero lo más importante de estos cuentos es que están impregnados de nostalgia, espontaneidad y una rara belleza, mucho más conmovedoras que cualquier virtuosismo.
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