MENDICUTTI
Después de varias exitosas novelas como Los novios búlgaros y El beso del cosaco, Eduardo Mendicutti vuelve con una novela sexuada que rastrea desde el pasado de los ’70, entre Franco y California, hasta el actualísimo matrimonio gay en plena modernidad próspera e ibérica.
› Por Sergio Di Nucci
California
Eduardo Mendicutti
Tusquets
304 páginas
Muchos narradores dedican toda su atención y sus mejores adjetivos y adverbios para describir el rubor de una mejilla o la entonación de una carcajada, pero después callan cómo es el cuerpo desnudo de ese mismo personaje o cómo llega, más o menos exactamente, a su orgasmo cotidiano. Muchos escritores y críticos se ensañaron contra los novelistas que narraron, sin decoro, con detalle, escenas sexuales entre varones. Pero si la literatura homosexual fue exhibicionista es porque el comportamiento sexual de los personajes resultaba decisivo para comprender sus elecciones de vida, sus destinos dentro de una sociedad sustancialmente heterosexual. Si las propias palabras son sexuadas, si todo término tiene un apéndice sexual (y en este sentido somos fundamentalistas bisexuales: la página es mujer, el radar es hombre), ¿cuál es el sentido de defenderse de la escena sexual, que es en definitiva la escena-madre, por medio de ironías, alusiones y liturgias teniendo en cuenta que se escribe, mayormente, para dar cuenta del ser humano en toda su entereza?
A esta pregunta del siempre estimulante narrador italiano Tiziano Scarpa ha respondido con sus novelas el español Eduardo Mendicutti. De quien se puede condenar todo, salvo que ha mostrado siempre el miedo, el coraje de considerar la desnudez de los sexos y todas sus angustias y felicidades. Para Mendicutti, ni siquiera es factible una novela que esconda la intimidad. Como Scarpa, milita por la novela sexuada. La que, a diferencia de la pornografía o la publicidad o la moda, no es esquemática, ni irónica ni demasiado gratuita.
California es una novela básicamente homosexual, con personajes homosexuales que por momentos son caricaturas de ellos mismos, mujeres insólitas pero a veces sabias, preciosas ridículas y desde luego sexo, mucho sexo. Charly es un español madrileño de 25 años que vive en California, en julio de 1974 y del modo que quiere. Su amigo Luisito Soler vive del modo que puede en la España en que Franco agoniza, y termina siendo arrestado por homosexual y subversivo. La historia de Charly progresa, como una picaresca, desde la promiscuidad de la experiencia inicial hasta la sabiduría final. Sólo que la evolución no está contada como espiritualización ni renuncia sexual, sino que, como en tantos relatos, incluido el de la Biblia, el conocimiento sólo se gana a través del sexo. En el principio, están el Edén californiano y el sexo viril: “Miré a Tom, y él estaba dispuesto a verme la pinga. Entonces me bajé de un solo golpe el pantalón y el slip y quedé con todo el material al aire, y Tom puso cara de profesor de matemáticas agradablemente sorprendido por el buen examen de un alumno con pocos créditos. Se levantó, y llamó a los muchachos. Al cabo de diez segundos, todos los miembros del equipo de Tom me miraron, y de pronto, por los nervios, o porque aquello sólo podía ocurrir en California, el rascacielos se puso a levantarse por su cuenta y todos aplaudieron”. Tom es productor de películas porno caseras, y así comienza una carrera feliz para el protagonista, contento y desnudo bajo cámaras amigas que mostrarán cómo eyacula.
De vuelta en España, Charly es Carlos y vive con Alex. “Son pareja. No son amigos, después de haber sido amantes. No son como hermanos. No son viejos camaradas que ahora se hacen compañía el uno al otro. Son pareja.” Así lo dice la novela, con un énfasis necesario, sobre otros personajes que son como su imagen gemelar. Ahora España es próspera. Carlos trabaja en una empresa también próspera, y no hace falta excesiva perspicacia para percibir que es un símbolo del Estado español entero. Allí se presentará un conflicto cuya resolución ocupará la mitad final de la novela. César Peralba, empleado de la empresa, reclama una licencia para asistir a su pareja en la enfermedad. Le corresponderá a Carlos restituir ese derecho.
En lo que va del generalísimo Franco al socialista Rodríguez Zapatero, desde luego España ha cambiado. Y California ya no es el lugar de la utopía, mucho menos desde el horizonte actual de la vieja, antinorteamericana Europa. Al final de la novela, Carlos ve por televisión, en un hotel californiano, a sus compatriotas que celebran por las calles de Madrid que hombres y mujeres puedan casarse. No es el menor mérito de Mendicutti mostrar cómo en la evolución no hay pérdida, sino ganancia de alegría sexual para los protagonistas, cómo la austeridad o la renuncia no son el precio del conocimiento. Es porque era actor porno que Charly-Carlos es una figura que crece ética y políticamente, y no a pesar de ese pasado. Que es presente.
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