Dom 09.10.2005
libros

ROGER

Solita y sola

Una historia de perdedores sentimentales protagonizada por una mujer.

› Por Cecilia Sosa

El abrigo de la mujer del Este
Danielle Roger
Bajo la Luna
103 páginas

¿Qué pasa cuando una historia de amor (o algo parecido) se termina? ¿Y cuando la “dejada” es una mujer de 40? “A los veinte es poético, a los treinta es valiente, a los cuarenta es impropio. Entonces, reponete, chiquita.” Así arranca El abrigo de la mujer del Este y todo suena a promesa, a primaveral hallazgo, casi el librito perfecto para inaugurar estación con una nueva vuelta picante y cínica a una pregunta clásica. La autora, Danielle Roger, también es pura promesa: una canadiense, nacida en Montreal (a pasos del puerto), con ocho libros editados (entre novelas y relatos), que vive en Quebec (donde forma parte de un consejo de escritores) y aunque suele pasearse más que a menudo por Buenos Aires, al menos como figura literaria sigue siendo una perfecta desconocida.

El abrigo de la mujer del Este es su primera obra traducida al español, una apuesta rara de Bajo la Luna, una pequeña editorial independiente usualmente volcada a la poesía. Todo, entonces, contribuye a sumar encanto. Y el planteo inicial no defrauda: la mujer “desamada” queda literalmente en la calle con un carísimo abrigo de piel como único saldo de una relación negra; en suma, sola frente a la catástrofe, “la que vuelve al hombre parecido a la bestia y a la mujer parecida a su madre”, señala la autora con espléndida ironía.

La solución Roger es más bien bukowskiana: frente a un ex que citaba a Proust, la protagonista “vuelca” y se abandona en una pocilga, un monoambiente inmundo que sin embargo tiene una “vista magnífica” (a la jaula de un elefante), pasea su pena por los bordes empobrecidos de Montreal, calma el frío en un café de nombre casi tautológico (“Los miserables”), donde también recalan una loca que habla con su bolso y un perro con una remera de Jockey; y toma interminables cafés con el “encargado”, un ex stripper en busca de redención.

El manotazo de la ahogada también alcanza un viso existencial: el sueño de otra vida posible intercambiando su abrigo de piel por el abrigo gastado de una pobre mujer (pero que le recuerda a una actriz de cine). ¿Para qué? Para intentar recuperar la dignidad. Casi y literalmente una muda de piel.

Si todo va bastante bien hasta aquí, de mitad de camino hacia el final pasa algo casi imperdonable: el relato pierde el humor. Y ese tono ácido, entrecortado, irónico y justo que Roger utiliza para narrar el naufragio (y que una vez anunciado, se vuelve casi una exigencia), tiende a perder pie cuando la protagonista vuelve a un rincón de Montreal a repasar sus primeras caídas. Entonces, la sucesión de tragedias se vuelve tan áspera, tan lindante a lo patético que deja al lector un poco impasible, más cerca del frío que de la (com)pasión.

Es cierto, El abrigo de la mujer del Este tiene un vértigo (bien acompañado por un formato de casi cincuenta mini-capítulos con atinados y encantadores títulos), pero también una sensación de algo malogrado que, aunque repunta hacia el final, no logra sostener su promesa.

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