Dom 16.10.2005
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El Ser nacional

Acaba de aparecer el número doble de La Biblioteca, la revista de la Biblioteca Nacional, dedicado a interrogarse acerca de la existencia (o no) de una filosofía argentina. Muchísimas voces se unieron para dar una respuesta.

En su libro Nietzsche y la filosofía, Gilles Deleuze dispara a quienes se preguntan para qué sirve la filosofía: “La respuesta debe ser agresiva ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz. La filosofía sirve para entristecer, hace de la estupidez una cosa vergonzosa”. El número 2-3 de La Biblioteca (publicación de la Biblioteca Nacional), en lugar de interrogarse sobre la utilidad de la disciplina, va un poco más a fondo, y se pregunta –directamente– si existe la filosofía argentina.

La Biblioteca, que fuera fundada por Paul Groussac y reflotada luego por Borges, brinda en esta nueva resurrección un verdadero Aleph de la práctica filosófica en nuestro país. El número en cuestión está dividido por secciones muy bien pensadas que ponen en constelación las colaboraciones de intelectuales tan disímiles como destacados. El puntapié inicial lo dan las “Meditaciones”, una osada búsqueda de paralelismos entre el análisis de un poema de Juan L. Ortiz a cargo de Oscar del Barco y las espontáneas declaraciones de un distendido León Rozitchner. “A la búsqueda del filósofo argentino” es un compendio de trabajos que les sigue el rastro a los pioneros que buscaron definir una identidad filosófica nacional hasta sembrar en la angustia de ese desierto un lugar de enunciación. El trabajo de Oscar Terán –por ejemplo– sigue el sendero trazado por Francisco Romero para fundar una filosofía profesional, mientras que la colaboración del subdirector Horacio González encuentra en los intersticios de la polaridad filosofías próximas a la razón/filosofías intuitivas, las posibilidades de un genuino filosofar argento. Se destaca en esta sección la labor del titular de la UBA, Tomás Abraham, desplegando una desopilante biografía apócrifa del errante profesor Nicolás M. Perdomo, quien –al igual que el Escritor fracasado de Arlt– pasa por todas las modas filosóficas, dejando traslucir con su historia la vorágine que atravesaban nuestros filósofos durante la segunda mitad del siglo XX. Y a propósito de aquellas modas que atentaban contra la estabilidad de una corriente determinada, la sección “Sombras de la filosofía universal” propone –justamente– un dossier crítico sobre los vaivenes de la recepción argentina con respecto a los grandes sistemas filosóficos universales. Mónica Cragnolini, por ejemplo, encuentra dos apropiaciones de la figura de Nietzsche, una en tanto personaje corrosivo del orden social (emparentado con la anarquía), que trajo como secuela –entre otras cosas– el uso de su caricatura para la publicidad de un tónico capilar en la ahora también resucitada Caras y Caretas, y otra inmanente, exclusivamente restringida a la lectura de sus trabajos filosóficos.

“Sensibilidades críticas” pone el dedo en la llaga de los temas en carne viva de la discusión filosófica nacional. Claudio Martiniuk, a partir de la figura de Enrique Marí, busca desarticular la vieja y falsa oposición entre ciencia y ficción; ya que cita a Marí recordando al Saer de El concepto de ficción: “No hay un paraíso de verdad sin su fruto prohibido: la ficción”. Germán García, por su parte, pasa aviso de los intentos de la filosofía argentina por sustraerse de la persistente influencia eurocentrista. Tema que también está ligado con “El congreso de 1949”, una minuciosa cobertura al mejor estilo Intrusos sobre un acontecimiento que, pese a constituir un momento fundamental para nuestra filosofía, permanece bastante ignorado: el primer congreso filosófico que, organizado por la presidencia peronista, reunió en Mendoza a autores de la talla de Jaspers, Croce, Vasconcelos y Heidegger. “Filosofía y literatura” recoge del árbol de la vida de la literatura los frutos filosóficos que dejaron Borges, Macedonio y Arlt; mientras que “Universidad y filosofía” retrata las relaciones peligrosas entre ambas, y concluye que si bien “los pasillos universitarios son los ecos de todas las revoluciones fracasadas” también es cierto que la Universidad sirvió de cantera a un seleccionado argentino del saber. (El nuevo y doble número de La Biblioteca cuesta 14 pesos y se consigue en Librerías Norte, Paidós, Gandhi y Biblos.)

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