VOLVé > PEDIDO DE REEDICIóN
› Por Mauro Libertella
Cuando irrumpimos en una librería y preguntamos por los libros de Bataille, solemos recibir como respuesta algo así: “Tengo los ensayos del erotismo y algunos poemas”. Y si, ya conociendo la respuesta pero con un resto de esperanza, preguntamos por Historia del ojo, la contundente respuesta, en el mejor de los casos, es: “No, imposible”, que nos hace salir de la librería cabizbajos e íntimamente dolidos. El camino que recorrió la Historia del ojo es sinuoso: se publicó por primera vez en 1928, y Bataille usó el seudónimo de Lord Auch. La tirada se limitó a 134 ejemplares. Durante décadas le siguieron algunas ediciones en donde el autor iba reescribiendo lentamente el relato, hasta la publicación de la novela que llevaba por primera vez el nombre de Georges Bataille, y de la cual se extrajo la primera versión castellana. Pero la traducción definitiva (definitiva porque hay una sensibilidad y un ritmo en su prosa que responde a la Histoire de l’oeil original) es la de la escritora Margo Glantz para la editorial mexicana Ediciones Coyoacán. Lo que tradujo Glantz fue esa primera publicación de 1928. La primera literatura de Bataille, sin reescrituras ni alteraciones. Y durante algún tiempo el libro se movió por nuestras librerías; hoy ya no.
Historia del ojo cuenta la historia de un narrador sin nombre, de Simona –una quinceañera multiorgásmica y fetichista, de caprichos extravagantes y en una tensión suspendida entre la lolita prepúber y la femme fatale–, y de Marcela: una niña que retrocede ante las orgías, pero se acerca a ellas fatalmente desde el reverso de su psicosis. El relato retoma ciertas formas y temas de las narraciones de Sade, pero las vuelve modernas y las desliza en el interior de un lenguaje llano y simple. En Historia del ojo pasan muchas cosas: viajes, fiestas, secuestros, violencia. Y también hay buena reflexión, pero la “filosofía” o la carga intelectual de la novela no sobrepasa a la trama ni la ahoga. Es más: las reflexiones no surgen del narrador ni de los personajes sino que se levantan solitarias desde los huecos de la trama, cuando ya todo está contado y sólo queda seguir adelante o sentenciar el final. La novela de Bataille tiene un rasgo que patentó Sade en sus escritos, por el cual el espesor de sus escenas erótico-violentas se va acrecentando a medida que pasan las páginas, y hacia el final todo límite queda diluido o destruido. Si en un principio la novela se apoya en los cimientos de la transgresión, en sus últimos alientos se erige sobre la base de lo que está más allá de la transgresión: la profanación.
Si bien en la novela hay algo del orden de la transgresión y hay también una irrupción en el registro de la profanación, no tiene mucho sentido leer Historia del ojo bajo la lupa de las distintas teorías que propuso Bataille a lo largo de su obra. Porque, a pesar de que en esta primera novela ya laten las tímidas corazonadas iniciales de lo que sería todo el trabajo del escritor francés, el relato es primerizo y sería cruel transponerlo al mundo de las teorías. Historia del ojo es nada más y nada menos que una bella narración, y hoy pedimos que vuelva a nuestras librerías, ahí donde siempre debería estar.
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