Sáb 13.07.2002
libros

El extranjero

L’Aperto. L’uomo e l’animale
Giorgio Agamben
Bollati Boringhieri
Torino, 2002
100 págs.

Por Diego Bentivegna

L’aperto se abre y se cierra con breves y exquisitos análisis de imágenes, como si en ellas se jugara la percepción de cuestiones que el pensamiento filosófico no logra articular sino fragmentaria y discontinuamente. El punto de partida del nuevo libro de Agamben es, en efecto, una página miniada de una Biblia judía del siglo XIII conservada en la Biblioteca Ambrosiana de Milán, que ilustra el pasaje de Ezequiel en el que se profetiza la llegada del Mesías con una imagen que podría haber agradado al Bosco: el banquete de hombres animalizados con los rostros de la cabra, del buey, del león. El cierre, por su parte, es un análisis de una obra tardía de Ticiano: La ninfa y el pastor. Allí, en el trabajo milimétrico y anónimo sobre la página miniada, iluminada, en las siluetas ya no humanas que se recortan sobre el cielo pesado y encendido del “Tiziano impressionista”, se muestra una de las mayores obsesiones de Occidente: la reflexión sobre el límite de la vida humana, que ya en Aristóteles aparece, en palabras de Agamben, como “aquello que no puede ser definido, pero que, justamente por ello, debe ser incesantemente articulado y dividido”.
Al menos desde el primer volumen de Homo Sacer (Einaudi, 1995), el centro de la reflexión de Agamben pasa por lo que se denomina, desde Foucault, “biopolítica”: la cuestión del límite entre la vida y la no vida, la reflexión de un espacio de excepción que, en última instancia, pone en evidencia el núcleo de la ley: la vida “bandita” o la “nuda vida”, como la llama Agamben, producida por el poder soberano como elemento político original o como umbral de articulación entre naturaleza y cultura.
En L’aperto –título que remite a las lecciones de Heidegger recogidas en el Parménides– Agamben pone el acento en el modo en que Occidente ha pensado el límite entre lo humano y lo animal, la cesura que ha permitido escindir ambos espacios que, en el fin de la modernidad –cuando la filosofía, el arte y la política “han sido transformados desde hace tiempo en espectáculos culturales y en experiencias privadas y han perdido toda eficacia histórica”– tienden a contaminarse.
Para Agamben, la filosofía es un discurso político en la medida en que instaura, él mismo, una cesura, es decir, no es un discurso que sólo se limita a pensar la cesura, sino que es un discurso que la produce. Así, la ontología no es definida tautológicamente como un discurso sobre el ente, sino como un lugar en donde se produce la humanidad (la “antropogénesis”, en términos de Agamben), donde se produce –y a veces se resuelve– una continua tensión entre lo humano y lo animal. A partir de esta tensión, Agamben abre una serie de reflexiones acerca del límite entre animal y humano tanto en la tradición crítico-filosófica (Aristóteles, Santo Tomás, Hegel, Kojeve, Bataille, Benjamin, Heidegger), en la historia de la biología (en especial, Linneo y los naturalistas alemanes Ernst Haeckel y Jakob von Uexküll) y de la lingüística (Heymann Steinhel).
Con L’aperto, Agamben continúa con un viaje más allá de la filosofía, en una prosa que –como la de Leopardi o Pasolini– se lee con lágrimas en los ojos. En una operación que repolitiza la filosofía extremándola, llevándola a lugares de los que no se puede volver indemne.

 

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