Sáb 31.12.2005
libros

GERMáN COIRO: "EL MATADOR DE HORMIGAS"

Historias inquietantes

Un debut literario con hormigas y osadía estilística.

› Por Verónica Bondorevsky

El matador de hormigas
Germán Coiro
Beatriz Viterbo
221 páginas

Estamos frente a El matador de hormigas, de Germán Coiro, la primera novela de un joven escritor. Para cualquier lector, todo libro es una incógnita pero, en este caso, la gran x es aún más desafiante: no existen otros libros publicados del mismo autor para tomar como referencia.

Es remarcable, entonces, que la narración de Coiro sea singular, que no haya seguido claros modelos anteriores, y que se sumerja en una reconstrucción minuciosa de distintas historias, en las que el detalle –en los diálogos y en las acciones– imprime una cadencia particular a la novela.

Un joven internado en un psiquiátrico y su vínculo de amor y odio con una, también joven, médica; dos pequeños amigos que quieren ser poetas y conversan y reflexionan como adultos; un anciano, suerte de mendigo que circula por la ciudad; un tuerto y un hombre llamado Cezirio Arzón son los diferentes protagonistas de las historias que en paralelo se desarrollan aquí. Y, como el titulo lo indica, todas ellas se encuentran aglutinadas por un signo en común: las hormigas. La presencia constante de estos insectos, que constituyen un objeto de reflexión en sí mismo para los distintos personajes, las convierte en figuras centrales de la novela.

Y en este entramado se indaga el transcurrir –cotidiano, de pequeñas e insignificantes acciones– de los seres y de la vida misma, en donde no hay muchas estridencias, y es el día a día el que se retrata y reconstruye desde la mirada anonadada o defraudada de seres poco convencionales: un loco, un tuerto, dos niños adultos y un anciano. Es decir, de seres que se encuentran fuera del sistema de vida adulto “eficiente y normal”.

De los distintos protagonistas de las historias, los que sobreviven son los pequeños que, cuando culmina la novela, se han transformado en adolescentes y poetas. En este punto, los niños, por su edad, su mezcla de inocencia y sabiduría, parecerían haber podido trascender la tiranía de la realidad.

Para observar ese discurrir lento de las distintas historias, el autor acerca un conjunto de vidas en apariencia aletargadas. El fin de este zoom parecería ser tan solo el de espiar por un breve lapso la intimidad de los personajes y, en este sentido, no sacar ninguna conclusión ni apelar a un final que las explique o englobe claramente. Y es en esta voluntad no conclusiva de la obra que reside su fortaleza. Ahí es cuando el escritor se sumerge, a través de los actos y omisiones de los personajes, en el absurdo y arbitrario transcurrir de la vida. La novela es, por lo tanto, una apuesta osada, que pretende suscitar la perplejidad del lector. No se conforma con plantear un pacto de lectura claramente identificable y fácil, habitual en el día de hoy. El matador de hormigas es una novela que exige del lector de hoy su capacidad de comprensión y, por qué no, de desconcierto.

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