RESEñAS
Los tempranos textos surrealistas de Artaud inauguran la cuidada editorial Caja Negra.
› Por Juan Pablo Bertazza
El arte y la muerte / Otros escritos
Antonin Artaud
Caja Negra
132 páginas.
Entre los dibujos que hizo Artaud en el hospital Rodez, bajo el cuidado del doctor Ferdière y las descargas de electroshock, hay uno particularmente atractivo que lleva como título “La máquina del ser o dibujo para mirar a través”, y recomienda algo parecido a la lectura oblicua o, mejor aún, flotante del psicoanálisis. Por otra parte, en El arte y la muerte / Otros escritos, libro temprano de Artaud que acompaña el surgimiento de la editorial Caja negra, un joven estudiante que se prende fuego con sólo pensar en su amor imposible, es iluminado por Gerard de Nerval y Lewis, devenidos personajes literarios: “Desde el momento en que te dicen que el amor es oblicuo, que la vida es oblicua, que el pensamiento es oblicuo y que todo es oblicuo, la tendrás cuando no pienses en ella”.
Mirar a través, pensar oblicuamente. O, dicho de otra forma, encontrar antes de buscar. Así podría encararse la obra de Artaud y de este libro que reúne, en mayor medida, los escritos de su etapa surrealista. Y eso es precisamente lo que no se hizo con el autor del Pesa-nervios. Desde los ’60, a partir de la publicación en San Francisco de una antología de sus textos, se impuso su imagen drogona y delirante hasta volverse un claro símbolo de los paraísos artificiales y la liberación social, atravesando en calidad de profeta de los beatniks la revolución hippie y el pop art. Mientras tanto, en Europa fue tomado durante mucho tiempo como estandarte contra la psiquiatría y los tratamientos extremos de sus instituciones. Lecturas un tanto esquemáticas para un artista que, entre otras cosas, inspiró en Luis Alberto Spinetta uno de los discos más revolucionarios del rock nacional y generó que Deleuze hiciera delirar la teoría en torno del concepto de “cuerpo sin órganos”. Es que siempre está presente en Artaud esa transversalidad, a partir de la lucidez que extrae de sus brotes, su anhelo de una geometría sin espacio, la búsqueda de la representación de lo irrepresentable (como indicaba en uno de los manifiestos de su teatro de la crueldad), y esa escritura para analfabetos de la que se vanagloriaba y que, de alguna manera, nos obliga a volver a aprender a leer.
Así, hasta el título de El arte y la muerte, que apareció por primera vez en abril de 1929 reuniendo desde cartas hasta oníricas críticas de cuadros, parece engañoso. Arte y muerte llaman por lo bajo a la vida, por lo menos desde la razón oblicua de Artaud: “El apetito de la muerte es un medio de reconquistarme violentamente, de irrumpir brutalmente en mi ser”. Y hablando de transversalidad y violencia, la edición de Caja negra trae como apéndice un interesante dossier que sigue la polémica entre Artaud y el surrealismo, compuesto por A plena luz (1927) de Aragon, Breton, Eluard, Piret y Unik, donde además de hacer pública en duros términos la exclusión de Artaud, comunica la adhesión del movimiento al Partido Comunista, y En tinieblas o el bluff surrealista, réplica de Artaud, que se completaría con un texto que hasta hace poco se mantenía inédito: Punto final.
En esos escritos, Artaud explicaba su desacuerdo respecto de la actitud servilista del surrealismo con el Partido Comunista, ya que “sin ignorar las ventajas de la sugestión colectiva, creo que la verdadera revolución es asunto individual. Yo busco la magia en una soledad sin compromisos”.
Hoy, a tantos años del debate, y teniendo en cuenta aquella frase maliciosa de Freud (a quien le interesaba mucho más la conciencia que la inconsciencia del surrealismo), podemos pensar que el oblicuo Artaud, aun luego de alejarse del frustrado grupo, fue el único en llevarlo, con paradojas pero sin contradicciones, hasta las últimas consecuencias.
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