GENE WOLFE: PAZ
Una antigua novela de Gene Wolfe más llena de misterios que de certezas.
› Por Mariana Enriquez
Paz
Gene Wolfe
Interzona
297 págs.
Gene Wolfe es un autor pasmosamente prolífico que se dedica casi con exclusividad a la ciencia ficción –su obra más conocida es la larga y compleja saga conocida como El ciclo solar–. Pero siempre fue un espécimen raro, uno de los pocos autores del género “aceptados” por los cenáculos de la literatura mayor, que llegó a publicar relatos en el New Yorker. Paz, publicado originalmente en 1975, es una introducción por lo menos peculiar a su obra, porque se trata de una pieza única dentro de su producción.
El protagonista es Alden Dennis Weer, un anciano que narra su vida de forma fragmentada desde su casa en el Medio Oeste norteamericano, ex dueño de una fábrica de jugos. Pero no es un narrador confiable. No sólo porque Wolfe ensaya con Weer el problema de lo poco fiable que es la memoria, sino porque Weer es un fantasma –sólo que él, aparentemente, no lo sabe–. Y también podría ser un fantasma condenado, que deambula por las habitaciones de su casa-memoria, y entreabre puertas, cuenta lo que puede y deja fuera aquello que prefiere no visitar, y lo hace como si ya lo hubiera hecho muchas veces antes, como si esa vida que no puede aprehender se repitiera en un círculo que tiene algo de angustiante, y que está muy lejos de la paz del título. El anciano atrapado vuelve una y otra vez sobre una navaja que no encuentra; visita al médico de su infancia en un ensueño; alternativamente va de su casa a su oficina, sin en realidad abandonar un espacio que parece mental antes que físico. Y mientras tanto se pregunta cómo su vida ha llegado a ser tan solitaria y vacía; en este punto, a pesar del intrincado planteo de Wolfe, Weer se convierte en un personaje entrañable, humano y hasta trágico, en su angustia por una vida, por muchas vidas, olvidadas y desaparecidas.
Los relatos que teje Weer, desde su infancia con la encantadora tía Olivia y sus pretendientes, hasta conversaciones escuchadas a medias, se entrelazan con narraciones fantásticas: apariciones en hoteles, un farmacéutico que agoniza cuando su cuerpo se va petrificando de a poco, visitas a circos donde viven freaks, vendedores de libros apócrifos, búsquedas de antigüedades, grandes pasiones, crímenes, accidentes fatales, leyendas irlandesas, cuentos árabes, parábolas chinas. Funcionan como digresiones, y la mayoría están incompletas, como si el narrador no recordara el final, o lo supiera tan de memoria que ya no tiene ganas de repetirlo. Paz es, entonces, una novela que planta pistas sobre quién es realmente Weer, que propone el perverso juego de intentar averiguar cuál de todos estos recuerdos es relevante para armar el rompecabezas de su vida, y averiguar qué deja afuera, y por qué.
Preguntas que no tienen respuesta, porque la trampa de Paz es la trampa de la memoria y de la imposibilidad de confiar en el narrador; por eso el planteo de Wolfe es el de una falsa biografía. En un principio, puede ser disfrutado como un deshilvanado relato costumbrista de la América profunda sin siquiera preocuparse por el aspecto fantástico de la narrativa –Wolfe es un estilista impecable– pero la narración es tan desconcertante y en ocasiones perturbadora que es imposible no caer en el juego de Wolfe, especialista en paradojas. El placer no está en revelar, sino en detectar. La verdad sobre Weer, entonces, está a cargo sólo del lector, si es capaz de armar la otra historia a partir de este recuento de atmósferas y momentos que carga con un subtexto enorme, apabullante y misterioso.
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