MARTíN REJTMAN: LITERATURA Y OTROS CUENTOS
Laconismo, pocas palabras, automatismo y emociones controladas han caracterizado los cuentos de Martín Rejtman desde Rapado hasta esta nueva aparición, Literatura y otros cuentos, pasando por Velcro y yo, una obra literaria, por cierto indistinguible de su producción cinematográfica.
› Por Patricio Lennard
Literatura y otros cuentos
Martín Rejtman
Interzona
119 páginas
En un principio, fue el cine: allá por octubre de 1988, Martín Rejtman recién había empezado a filmar en Buenos Aires su primer largometraje (cuyo título iba a ser Sistema español) cuando se enteró de que su productor se había fugado del país. El señor se llamaba Otto Grokenberger y era un alemán que acababa de producir Bajo el peso de la ley, la tercera película de Jim Jarmusch. Un llamado de su mucama –que quería saber si él se había mudado, ya que no encontraba en su departamento ni siquiera sus valijas– encendió la señal de alarma. De que Otto se refugió en Nueva York pretextando que el director lo había mantenido secuestrado una semana, Rejtman se enteró poco después a través de una conocida que ambos compartían. La película –se sabe– jamás fue terminada. Entonces Rejtman empezó a rescribir unos guiones para cortos que no había llegado a filmar, y de los que surgieron los textos que en 1992 publicó en Rapado, su primer libro de cuentos. Y así el cine se encontró con la literatura: Rapado también fue el título de su primer largometraje, en el que muchos sitúan el Big Bang del “nuevo cine argentino”, y cuyo guión redactó echando mano a algunos de esos cuentos que habían sido, alguna vez, guiones cinematográficos. En ese ir y venir de su escritura (en ese mito de origen del artista que es Rejtman) se ve hasta qué punto cine y narrativa son, en su caso, inseparables. Dos mundos que funcionan por ósmosis, por contagio, al igual que esos personajes suyos que se transmiten la depresión o el insomnio como si sólo se tratara de un resfrío.
Compuesto por cuatro notables relatos que marcan su vuelta a la ficción después de casi diez años –luego de Velcro y yo, su libro de 1996–, Literatura y otros cuentos es una confirmación de esa poética de la superficialidad sobre la que Rejtman viene ensayando variaciones. Un libro en donde todo su instrumental (el tono neutro, el humor, la compulsión a la elipsis, la borradura de la psicología de los personajes, la proliferación de acciones, la ausencia de suspenso y de pathos) demuestra que es un error dividir al escritor del cineasta.
Una chica que toma ansiolíticos y una noche decide, antojadizamente, moler seis pastillas para ponerlas en un licuado que les prepara a dos de sus amigas (“Alplax”); un señor divorciado que se ve a sí mismo como un fantasma y tiene un hermano que hace amigos a través de una línea 0600 (“Mi yeso”); un joven que escribe cuentos y publica su primer libro gracias al padre de su novia, que le paga la edición porque prefiere que su hija se case con un escritor que haya publicado (“Literatura”), y un hombre que abre en Palermo –con un socio que tiene la costumbre de desnudarse en público– un multiespacio “Todo en uno 24 hs.”, que incluye desde malabaristas y guardería hasta cabinas telefónicas y shows de sadomasoquismo (“Ornella”), son algunos de los personajes que habitan el libro. Personajes que protagonizan –según nos tiene acostumbrados Rejtman– situaciones extravagantes que muchas veces bordean lo inverosímil, y que no por eso dejan de aparecer como posibles, y de los que nunca sabemos por qué hacen lo que hacen, ya que son insondables las motivaciones que los mueven.
Así como los cuadros de sus films –al decir de Beatriz Sarlo– “están como clavados con chinches de la pantalla”; y así como sus decorados también son concebidos como meras superficies (la disco, en Silvia Prieto, es una pared iluminada por luces de colores), lo plano de la literatura de Rejtman consiste en que todo sea igual de insignificante. En que todo signifique de la misma manera. Que tanto la muerte del padre del protagonista de “Mi yeso” como la escena en la que sus dos hijos pequeños lo golpean hasta fracturarle un brazo tengan el mismo peso, el mismo grado cero emocional que las demás situaciones del texto, deja en claro cómo una de las principales preocupaciones de Rejtman es evitar cualquier énfasis narrativo. No hay momentos culminantes en su obra, ni hechos focalizados, sino más bien un tono uniformemente aséptico que recubre las situaciones que se encadenan.
El secreto de la obra de Rejtman es, precisamente, que no hay secretos. Las cosas no están allí para algo y todo parece estar a la vista. En “Ornella”, por ejemplo, en un momento dado aparece una villa, apenas mencionada. Una villa que aunque esté junto a un “barrio jardín”, pletórico de casas-quinta con paredes rematadas en alambres de púa (epítome de la polarización de las clases sociales en la Argentina), funciona en el texto como un “trasfondo social” mostrado en su más plana superficie. Una tentación (irónica) de profundidad en la que Rejtman también incurre cuando deja que el lector se asome a la conciencia de algunos de sus personajes, aunque más no sea para ironizar al respecto: la sesión de psicoanálisis en la que el protagonista de “Mi yeso” cuenta algo que vivió como si fuera un sueño –y la interpretación que su terapeuta hace de ello– es un ejemplo (rayano en lo paródico) de cómo Rejtman pasa sobre la subjetividad de sus personajes su aplanadora de sentido.
No extraña, pues, que lo plano de su prosa también se deba a lo reacia que es a la hora de explicarse. Ni siquiera un cuento como “Literatura” cumple con las expectativas que su título crea, más allá de los comentarios que al protagonista le hace su novia sobre los personajes (¿rejtmanianos?) de los cuentos que escribe (“Son como robots, no tienen sentimientos, ni metas en la vida, nada”); o de la candidez y el lugar común que exuda la forma en que ese escritorzuelo entiende lo que hace (“Siempre fui de los que creyeron que la literatura había que encontrarla en la vida y no en los libros”). Esperar que un cuento (un libro) llamado “Literatura” pueda tener –viniendo de Rejtman– algo más que definiciones literales acerca de su obra es, quizá, un tanto ingenuo. Al igual que sus personajes, su escritura elude reflexionar y explicar-se, así como la acción casi nunca admite digresión de ningún tipo.
Cuando unos amigos de los suegros de Andrés, el protagonista del relato, se enteran de que su libro se llama Literatura, no pueden evitar reírsele en la cara. Les parece un chiste que un libro se llame, sin más ni más, Literatura. Pero si algo sabe hacer Rejtman es llamar a las cosas por su nombre: tal es la módica empresa en que su prosa y su cine –insoslayables, por cierto– se destacan.
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