SZPERLING
Cecilia Szperling y una lograda visión del salvajismo social en las grandes ciudades.
› Por Juan Pablo Bertazza
Selección natural
Cecilia Szperling
Adriana Hidalgo
227 páginas
Ya desde el título y las páginas intercaladas de algunos libros de Charles Darwin, la primera novela de Cecilia Szperling (antes había publicado los cuentos de El futuro de los artistas) parece abrevar en la explicación propuesta por el célebre naturalista inglés, y hoy ampliamente aceptada por la comunidad científica. La idea es que la naturaleza elige a los individuos que tienen cierta ventaja a la hora de adaptarse a su medio. Y lo que hace a un organismo más propenso al éxito depende de factores impuestos por el entorno. La “selección natural” sería entonces la causa por la cual dos hermanas como Ernestina y Emma Valdés tienen vidas tan opuestas en la obra.
Sin embargo, además de esa lucha por la supervivencia, hay en Selección natural un plus que quizá tenga que ver, a su vez, con la crisis de los grandes relatos de la posmodernidad; ese plus es la suerte que, por momentos, viene a desmentir, o mejor aún, reírse un poco de Darwin.
Es que la suerte está echada y, más allá del cliché que reza que hay que ayudarla, explica cómo Emma –sin buscar a nadie– encontró a Greg, el directivo de una multinacional que, además de amarla y protegerla, la saca de Gualeguaychú para vivir juntos en una mansión de San Isidro con tres mil pesos dispuestos a la vista de todos como señuelo para que no se enojen los ladrones si no encuentran nada. Mientras que la jetattore Ernestina se involucra con Cosme, una parodia de artista que no hace más que humillarla comparándola con su maravillosa ex novia, Fedra. Y para explicar tanta asimetría no hay Darwin que valga.
La suerte deja ver, de la misma forma, por qué una canción tediosa llega al número uno del ranking, recorriendo todo el libro y empeorando la ya maltratada psiquis de los personajes.
Selección natural –finalista del Premio Clarín por suerte o desgracia– parece poner en confrontación entonces el azar con la teoría de Darwin, también debido a la temprana muerte de la histriónica, talentosa y joven Anita, tal como reflexiona, invirtiendo justamente la teoría de la selección natural, uno de sus enamorados: “Los mejores mueren, los peores sobreviven siempre”. Fedra, por su lado, el personaje más importante del libro, nunca aparece en la novela, brilla por su ausencia. Lo cual no es azaroso si se tiene en cuenta que en griego significa “la brillante”, y que aquella mujer mitológica enamorada de su hijastro Hipólito, quien inspiró a Eurípides y Racine entre otros, era la nieta de Helios: el sol.
De hecho, hay un juego permanente de claroscuros, como si el motor de la novela fuera la luz. Desde la casa perfecta que antaño habitaba Fedra, y que ahora es ocupada por Ernestina, hasta el bunker bajo los cines de Recoleta donde el médico Gabriel y el anestesista Beppo experimentan con heroína. Pero, claro está, el astro que tiene luz propia es Fedra, la ex novia de Cosme, y con esa luz se irá alimentando Ernestina hasta vestir, caminar y hablar exactamente como ella, con lo cual logra vengarse del propio Cosme. Esa luz que quizá, y aunque cueste creerlo, no sea más que una cuestión de azar.
Con la única observación de que, así como Ernestina desdobla su identidad, el libro por momentos hace borrosa la jerarquía de sus personajes, Selección natural cuenta con muchas condiciones para sobrevivir. Habrá que ver si tiene también esa dosis de suerte que todo buen libro, por lo menos en esta época, necesita.
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