CUETO
Mientras en breve se define el panorama electoral de Perú, la novela de Alonso Cueto trae una imagen intensa del pasado reciente: las heridas no cicatrizadas entre la militarización y Sendero Luminoso. Una novela sin maquillajes mágicos y sin respiro, en formato anglosajón.
› Por Gabriel D. Lerman
La hora azul
Alonso Cueto.
197 páginas.
Anagrama.
a presentación de esta novela en la colección narrativas hispánicas de Anagrama, con su característica portada de fondo gris, sumada al hecho de ser la ganadora del XXIII Premio Herralde de Novela (otorgado en noviembre de 2005), impone de antemano un halo de respetabilidad y expectativa. La hora azul, de Alonso Cueto, escritor peruano nacido en Lima en 1954, aparece, en efecto, con altas credenciales, entre ellas la venia brindada al autor, en ocasión de su novela Grandes miradas, por Mario Vargas Llosa y Alfredo Bryce Echenique. Uno se acerca a La hora azul con la sospecha de que o bien se trata de un malentendido o realmente estamos ante una buena novela. Y lo cierto es que resulta fácil sumergirse rápidamente en su atmósfera, en sus personajes, en su violencia íntima, sugestiva y envolvente. Alonso Cueto lleva a sus personajes de la mano, de principio a fin, con verdadera solvencia, madurez y dirección. No hay partes sueltas, desvíos ni asomos de costuras. En este sentido, al cabo de unas cuantas páginas existe la tentación de pensar que Cueto se ha propuesto la reivindicación de un modelo clásico de novela. Pero decir eso aplana y excluye el gesto deliberado que concluye el autor: contar una historia bien peruana y con los tópicos latinoamericanos de manual (búsqueda del padre, puesta en cuestión de la identidad del protagonista, relación campo-ciudad, militares y abogados, violencia y política; mujeres), pero en un formato anglosajón. La hora azul es una novela que les debe más a Hanif Kureishi y Paul Auster que a Vargas Llosa o Manuel Scorza. Por el lenguaje llano, intimista, por el modo en que se plantea la relación hijo-padre, por esa suerte de escepticismo radical y posmoderno que sin embargo no deja de ser la tentativa de defender valores individuales primarios.
Ahora bien, Cueto escribe una novela eminentemente política y de contundente actualidad. Su personaje principal es el doctor Adrián Ormache, primera persona sobre la que no tenemos razones para pensar como alter ego del autor aunque su ubicuidad en la sociedad limeña suscita numerosas reflexiones sociales y políticas que surgen de un fondo cultural e ideológico agitado, profuso. La historia está basada en un hecho real. Tras su fallecimiento, el doctor Ormache descubre que su padre, militar de la marina peruana, de quien vivía distanciado a instancias de su madre (tempranamente divorciada), estuvo a cargo de un cuartel en la zona de Ayacucho, durante la guerra con Sendero Luminoso (1980-1992). Por ex subordinados, su hijo se entera de que ordenaba sesiones de tortura y mandaba violar y ejecutar a las prisioneras. Aunque en una oportunidad le perdonó la vida a una mujer, quien luego logró escapar. Este dato perturba al abogado burgués, católico, ligado a altas esferas tradicionalistas y conservadoras, al punto de que lo desgarra en una búsqueda detectivesca, franca y obstinada de aquella mujer.
Lo actual político: pocas semanas antes de la primera vuelta en las elecciones presidenciales surgieron denuncias contra Ollanta Humala, candidato nacionalista, ex militar y partícipe en la represión a Sendero, sobre maltratos y vejámenes a pobladores en aquellos tiempos recientes. Lo perturbador: la forma en que ese personaje, el doctor Ormache, combina su modelo biempensante y civilizado con el hecho irreductible, disruptivo, de que es su propio padre quien ha hecho lo que ha hecho y no otro.
Hay algo extraño para un lector argentino, que impone una averiguación extra: la novela, si bien se horroriza y sufre por la violencia de los militares, condena abrupta e inequívocamente a la guerrilla de Sendero. Ejecuciones sumarias y ejemplares, secuestro de un hijo por familia para combatir regularmente, saqueo y toma exterior de poblaciones, esta guerrilla es señalada y puesta en el eje del mal junto a lo que exudan los desagradables amigos de Ormache padre. Una lineal y sorprendente teoría de los dos demonios, a través de la cual puede entreverse por qué Fujimori, a comienzos de los noventa, se arrogaba el mérito de haber derrotado, a como venga, a los terrucos.
Pero Alonso Cueto, atrincherado en el doctor Ormache, logra mantener la delgada línea existente en torno de los afectos, aun en contextos en que ya nada parece latir. De a poco, lo que se vislumbra es un trauma colectivo, una grieta social que corroe el Perú. Han pasado muy pocos años de aquello y las sombras son abominables. Todo está allí en la superficie, a la vista. Y sin embargo parece imposible hablar, sobre todo a las víctimas. Un horror contemporáneo, como una guerra de los Balcanes en Sudamérica. ¿Qué ha pasado en Ayacucho, cuántas decenas de miles de personas fueron asesinadas?
La resolución que Cueto logra con su puñado de personajes alcanza un tono medio, un respiro en el corazón del infierno. Nadie escapa a la tragedia aunque existe una débil posibilidad de redención. No hay realismo mágico aquí. No hay exuberancia literaria ni reminiscencias del boom latinoamericano. Llaneza, respiración austeriana. Sí la supervivencia de un tema: el padre. Que en América latina es el padre y es la patria. Porque recién empezamos y porque todo está como entonces. ¿Podrá el general José de San Martín, padre compartido con nuestros hermanos peruanos, ser, alguna vez, una fuente de inspiración militar algo más digna y menos canalla?
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