FRANçOIS EMMANUEL: LA CUESTIóN HUMANA
Una novela escalofriante sobre el autoritarismo solapado en los ámbitos empresariales.
› Por Jorge Pinedo
La cuestión humana
François Emmanuel
Losada
100 páginas
Entre un psicólogo industrial y un psicoanalista hay tanta semejanza, mutatis mutandi, como entre una cebra y un caballo: de lejos y en la penumbra sus perfiles se confunden a los ojos del turista, ignorante de que se trata de dos especies bien diferentes. Equívoco no obstante apropiado a la hora de avanzar sobre las temáticas de la discriminación, la manipulación, la diversidad, la eugenesia, en fin, sobre todos aquellos avatares del sapiens que hacen a la práctica de la diferencia toda vez que se procura aniquilarla.
François Emmanuel es un psicoanalista belga que, como escritor, ostenta la rara virtud de dejar de lado su pecado freudiano original al momento de abordar las Bellas Letras y por ello Simon, el psicólogo que protagoniza La cuestión humana, se conmueve en un crescendo de situaciones, apartadas de test, grupos operativos y charlas de capacitación. Lo que en un principio se presenta al modo de avatares tecnocráticos pasa a emparentarse con los métodos de control pergeñado por los nazis.
Suele decirse que alguien autoritario es un facho, al modo de metáfora, que en la nouvelle de Emmanuel deja de serlo para atravesar el modelo sociológico y aplicar la ficción a fin de demostrar cómo las prácticas más sofisticadas de ese eufemismo intitulado “recursos humanos”, materializado en oficinas, muchas veces no es más que una tecnología totalitaria. Sin conexión formal, geográfica ni temporal (la primera edición en español llega a estas playas seis años tarde), mas sí conceptual, con la obra teatral El método Grönholm del catalán Jordi Galcerán, La cuestión humana se apropia de una primera persona que ejerce su poder de enunciación frente a los constantes embates de la trama que le hacen vacilar hasta la duda azarosa, de su propia percepción. Es entonces cuando cede el sitial de la palabra a un lenguaje telegráfico hasta el espanto, apropiado al rango de horror que se devela: “el-programa-Tiergaten-4-tendrá-en-cuenta-la-capacidad-de-trabajo-maquinal-entendiéndose-con-ello-la-aptitud-para-repetir-el-gesto-eficaz-sin-pérdida-de-rendimiento”. Como el psicoanalista y el psicólogo industrial, el programa de “erradicación” de enfermos mentales y discapacitados perpetrado por los nazis, verídico Tiergaten 4, se acerca en forma sorprendente a los métodos aplicados por las multinacionales en sus áreas de control de trabajadores, lo cual, en la opacidad de la profundidad histórica, hace que cebra y equino sean lo mismo.
Locura y fanatismo, fundamentalismo criminal se funden en lo que Emmanuel sentencia como “una torsión de sentido, un paso venenoso de la lengua materna a la lengua extranjera”; locución intentendible si se la aísla del dogma tanático que el autor hace digerir bajo una modalidad no menos esplendente que bizarra de poesía: No oír/ No ver/ Lavarse infinitamente la suciedad humana/ pronunciar palabras limpias/ Que no manchen/ Expulsión (Aussiedlung)/ Reestructuración (Umstruturierung)/ Reinstalación (Umsiedlungt)/ Reconversión (Umstellung)/ Deslocalización (Delokalisierung)/ Selección (Selektion)/ Evacuación (Evakuierung)/ Despido técnico (technische Entlassung)/ Solución final de la cuestión (Endlösung der Frage)/ La máquina de muerte está en marcha”.
Argucia perversa de perpetuación, política por fuera de la política, poder por encima del gobierno, economía superior a la producción, La cuestión humana instala con inteligente sutileza el juego de semejanzas y diferencias que hacen del simple eufemismo un acto canalla, irreversible.
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