MANUEL PéREZ SUBIRANA: EGIPTO
Las dudas e interrogantes existenciales se dan la mano en una novela finalista del Premio Herralde.
› Por Paula Porroni
Egipto
Manuel Pérez Subirana
Anagrama
248 páginas
Roberto Brest siente que su vida está estancada: su trabajo en Plásticos Fernández es el colmo de la monotonía, su relación con la soberbia Yolanda es casi nula, y sus proyectos literarios, en los que alguna vez había puesto todas sus energías, han quedado en la nada. Una noche, de regreso a su casa después de una larga borrachera, Brest recuerda una noticia leída en el diario muchos años antes. Al ver perder a la selección de fútbol de su país, un hombre se ahorca en El Cairo, y justifica su decisión con la siguiente nota: “Tras la derrota de Egipto, ya nada tiene sentido”. A partir de este recuerdo, Roberto Brest decide cambiar el rumbo de su vida, y no teniendo realmente un plan a seguir, comienza un diario, al que bautiza Egipto.
En esto consiste la primera parte de la novela, que es también la más interesante (aunque no necesariamente la más llevadera): un diario íntimo en el que el personaje, de forma contemporánea a los hechos, va registrando con maniático detalle cada pequeña transformación (o ausencia de transformación) ocurrida en su vida desde el momento en que tomó la decisión de cambiarla. Leyendo este primer segmento, uno no puede más que llegar a la conclusión de que, al menos en parte, es justamente un exceso de autoconciencia y autoanálisis lo que mantiene al personaje paralizado. Brest de hecho imagina que el trabajo que mejor habría desempeñado es, no el de recepcionista, sino reflexionista de hotel, aquel que se instala en un hotel aristocrático y decadente a reflexionar (y le pagan por ello). Pero, si por un lado, esta manía introspectiva resulta inseparable de los sufrimientos y del estancamiento del personaje (y ésta es una de las hipótesis de la novela, a saber, que la acción y la reflexión son incompatibles), es también lo que da lugar a los momentos más felices del relato, aquellos en los que Roberto Brest, al estilo de los personajes de Robert Walser, se entrega a sus ensueños y fantasías, imaginando vidas y profesiones alternativas, haciendo cínicos análisis de su lugar en la sociedad, ideando argumentos para relatos que nunca se va a sentar a escribir.
La segunda y tercera partes de la novela, en cambio, si bien incluyen fragmentos del diario, están narradas desde el más allá de la metamorfosis, es decir, a posteriori del acontecimiento que transfigura la vida del personaje. Qué concretamente le ha ocurrido a Roberto Brest, sólo nos enteraremos hacia el final de la novela, que en este tramo se sostiene menos en el interés que generan las digresiones del personaje, que en la curiosidad que provoca en el lector saber cómo Roberto Brest logró salir del punto muerto en el que había entrado su vida. Y, quizás, el cambio de punto de vista no haya sido la mejor elección ya que, después de tanto suspenso, la revelación resulta un tanto decepcionante, no tanto por predecible sino más bien por convencional.
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