Dom 11.06.2006
libros

NOTA DE TAPA

Eros anda suelto

La memoria, la experiencia del exilio, el erotismo y la práctica intensa de la literatura y el periodismo son hitos reconocibles en la obra de Tununa Mercado. Reconstruir el derrotero de sus libros no es tarea sencilla, ya que varios de ellos han seguido un camino sinuoso y secreto. Canon de alcoba (que Seix Barral acaba de reeditar) pasó por un largo periplo de escritura, rechazos y malentendidos hasta su publicación en 1988. En esta entrevista, Tununa Mercado repasa una parte de su propia vida.

› Por Alicia Plante

Una entrevista a Tununa Mercado se convierte rápidamente en una situación grata, en una charla con una persona rica en ideas, clara y coherente pero nunca irracionalmente cristalizada en sus convicciones, ni siquiera respecto de su propia producción literaria.

Desde el principio es casi tangible su compromiso con el concepto de libertad que fue responsable del exilio de trece años en México, de 1974 a 1986, y directa o tangencialmente el tema de lo político impregna su discurso durante todo nuestro encuentro, como si ese eje que dio significado a la experiencia del destierro también imprimiese dirección a su pensamiento y peso a su trayectoria literaria. Es desde esa visión de Tununa Mercado como ser vertido a lo social que se despliegan los núcleos de su escritura.

Son múltiples las vías de acceso a esta función axial de lo ideológico:

“Realidades”, una de las secciones de Canon de alcoba, el libro que ahora reedita Seix Barral, presenta cuatro textos que Mercado escribió durante el destierro y que comunican –con gran carga afectiva– el distanciamiento doloroso respecto de la experiencia política personal y general, con su carga de desacuerdos y disidencias.

“Siempre me resistí a la invasión en la subjetividad de las decisiones y creencias de las masas, algo que aparece en ‘Asamblea’. En lo personal yo quería entender pero, no obstante incluirme, tomaba una distancia crítica hasta de mi propia inclusión así como de todas las fuerzas que estaban en juego. En ‘Fragmento de una Reflexión del General’ se advierte ese malestar, la molestia que me causaba el tributo que se le rendía a Perón. Por otra parte, pensaba que la rígida moral de ciertos militantes, y quizá la mía propia, se sostenía en los mismos prejuicios que pueden encontrarse en personas con una conciencia social menos elaborada.”

Ya en el exilio, entre un sinnúmero de situaciones no previstas, el problema de proveer a la subsistencia no es el más sencillo. Los antecedentes de la escritora como periodista del diario La Opinión de Buenos Aires le abren las puertas a un muy digno ganapán: “Pude armar una oficinita de prensa en la Dirección de Artes Plásticas del Instituto Nacional de Bellas Artes, desde la cual logré crear un espacio para la elaboración de introducciones a catálogos de artistas mexicanos, comentarios de las exposiciones de pintura que se inauguraban, críticas de arte... No hacía lo que por lo general se ve en la llamada crítica de arte, esas imágenes floridas que no hablan de pintura; nunca me valí del elogio desmedido. Lo mío era un ejercicio de escritura fundado en la materia y el trabajo del pintor. Fue para mí una experiencia muy fuerte como escritora”.

De la entrevista surge asimismo su feminismo consecuente. Y es justo en México, un país en el que la mujer ha soportado un sistemático sometimiento al machismo, que Tununa Mercado, desde la revista fem, junto con otras compañeras, va a bregar por poner en un primer plano a los todavía desdibujados derechos de su género.

“Ahora las mujeres hablan, se decía, a lo cual yo contestaba: sí, pero es sólo a través de la escritura que la liberación de la mujer será más real.”

En la revista, una de las primeras publicaciones feministas latinoamericanas de la década, cuya dirección colectiva integraban Alaíde Foppa, escritora guatemalteca, secuestrada y asesinada en su país, Elena Urrutia, Marta Lamas, Elena Poniatowska, Flora Botton, Carmen Lugo, Mariclaire Acosta, entre otras figuras de la cultura mexicana, Tununa Mercado escribía sobre diversos temas y, como una especie de secretaria de redacción, editaba, modulaba, corregía. Con el material publicado se fue formando un cuerpo teórico y polémico que ya preparaba el terreno para el surgimiento de la teoría de los géneros.

“Tanto desde la Dirección de Artes Plásticas como desde la revista fem y otros medios en los que trabajé, lo hice sin distinguir entre periodismo y literatura. Siempre encaré la palabra escrita con el mismo respeto y jamás hice a un lado lo literario. El periodismo fue para mí una experiencia invalorable.”

Mientras tanto, sin concebirlos como un futuro libro, Mercado venía trabajando en los textos que compondrían Canon de alcoba.

“Son textos que fueron surgiendo de modo esporádico, yo no me había propuesto nada, aparecía una imagen y la trabajaba, pero en un comienzo no era predominante lo erótico amoroso. Yo escribo por incitaciones, decidiendo sobre la marcha. No hay un plan anterior, los textos van saliendo de una manera espontánea.”

La Universidad Nacional Autónoma de México decidió en aquel momento sacar una edición especial de su revista, que dedicaría al erotismo y la pornografía. El proyecto quedó a cargo de Margo Glanz, quien eligió uno de los textos de aquel incipiente Canon de alcoba.

Ese texto, “Pero todavía vibra”, curiosamente, no presenta ninguna alusión sexual.

–En un primer momento la elección precisamente de ese texto para el número de la revista me generó asombro, pero luego, el criterio aplicado por Margo terminó de consolidar en mí la idea de una categoría nueva: el erotismo de la escritura en sí misma. “Pero todavía vibra” habla de caballos que pasan galopando, del vapor que se desprende de sus cuerpos y el perfil burilado de sus crines. Los caballos se alejan, desaparecen contra el horizonte, pero la trepidación de sus cascos, la asincronía entre grupas y patas permanece, es una descripción incesante, reiterada de modo obsesivo, y que precisamente por eso tiene un signo erótico.

Este concepto ancla en Mercado con la forma de un postulado personal importante: la incesancia del deseo. Entendemos su postulación como gatillo de una circularidad en la que el erotismo de la escritura es simultánea e inevitablemente la escritura de lo político, que a su vez se vuelve sobre sí convertido en lo político del erotismo. El deseo que no desaparece, que no se consume porque jamás termina de consumarse, es en Mercado como lo político que no desaparece de su discurso, “una dimensión –dice–, la política, que muchas veces no fue advertida por la crítica”, como la búsqueda del sentido último de la palabra y de la acción, que se renueva infinitamente. Esta espiral “erotismo, escritura, política” se metaforiza en uno de los textos de Canon de alcoba, “Amor combatiente”, donde la ideología feminista de la autora se transforma, por la letra, en belleza y en denuncia de un cierto varón.

Quería saber si tenés textos pendientes, deudas, temas, cuestiones a escribir.

–A través de los años la figura de Trotski me ha venido soltando llamaradas. Mi idea de escribir sobre el entorno de su destierro en México, y en particular sobre uno de sus secretarios, se frustró porque acerca de ese mismo secretario ya se escribió una novela. Es como si me hubiesen robado la idea. Pero aun así, desde un ángulo diferente, quisiera volver sobre ese “personaje”, que no me abandona, y cuya historia trágica es como una sombra que prolonga la tragedia del propio Trotski en el exilio. Pero ésa no es la única deuda..., hay otras. Una la pagué y me siento en paz. Cuando Pedro, personaje de Yo nunca te prometí la eternidad, vio parte de su historia en otro libro mío sufrió una conmoción emocional fuerte. El resultado fue que me entregara el diario de Sonia, su madre, escrito mientras escapaban de los nazis que avanzaban sobre París. Y ese diario, esa historia verdadera de una madre judía que extravía a su hijo pequeño durante el éxodo, es la base de Yo nunca te prometí la eternidad, la novela que se publicó el año pasado. Las otras deudas no son fáciles de resolver. Un amigo, el periodista Ovidio Gondi, a quien conocí en México y de quien también hablo en En estado de memoria, me hizo un “legado” extraordinario: la carta que escribió su padre en una cárcel franquista de Gijón la víspera de su fusilamiento en 1942. Con Ovidio convinimos en trabajar juntos en un libro sobre esa muerte, sobre su exilio en México, sobre la guerra de España. Pero Gondi se murió antes de que pudiéramos empezar a concretar el proyecto. Ahí comienzo una línea de lecturas relacionadas con las cárceles del franquismo, los campos nazis y los argentinos. Y tengo aún otra deuda... Jeanne, la francesa amiga de Sonia de la que también hablo en Yo nunca te prometí la eternidad, y que fuera internada en un campo de concentración en la Francia petainista, me sigue esperando. Y a mi vez, yo quisiera no perder su imagen ni su historia. Cuando fui a Montauban, a investigar las huellas de mi “gente”, encontré vacío precisamente el archivo de Rieucros. Me propuse regresar alguna vez para inaugurarlo con la historia de Jeanne en ese campo. Pero Jeanne ya murió.

¿Cuántos libros llevás escritos y publicados?

–El primero se publicó en 1967, un grupo de textos modelados como cuentos. El título era lo mejor: Celebrar a la mujer como a una pascua. Después vino Canon de alcoba, publicado veinte años más tarde, es decir, en 1988. Esa primera edición fue de Ada Korn Editora. En 1994 la editorial venezolana Monte Avila la reeditó, y hubo una edición española de Libros del Serbal. Los otros títulos son En estado de memoria, publicado primero por Ada Korn, luego en México por la UNAM y más recientemente por Alción; La letra de lo mínimo y Narrar después, publicados por Beatriz Viterbo y La madriguera, de 1996, en Tusquets.

¿Cómo describirías tu acceso al edificio de la literatura?

–No fue fácil, en el caso de Canon de alcoba sobre todo, que no tuvo fácil alumbramiento. Durante mucho tiempo lo sentí como un libro rechazado, castigado. Primero lo presenté al premio La Sonrisa Vertical de Tusquets. Al jurado le interesó y lo consideró bien escrito, pero el libro no habría tenido el “voltaje” requerido por la colección. En las editoriales mexicanas lo rechazaron de plano. Los textos no encuadraban en género ni en formato. Yo no hacía lo que se me pedía, lo mío no era porno, era demasiado variado, muy vago, no era novela, no era cuento, no era poesía...

En regiones de la intimidad, donde se conjugan esos sentimientos delicados, inasibles, que en gran medida nos regulan, Mercado debió asimilar el concepto de “libro rechazado” al de “escritora rechazada”, de modo que habría sido por desaliento y por sentir que su escritura no se avendría a los códigos que durante los largos años de exilio que siguieron sólo hizo literatura como periodista. Su última y reciente obra, Yo nunca te prometí la eternidad, cabe –si cabe– dentro de la categoría de novela.

En 1987, finalmente de regreso su autora en Buenos Aires, Ada Korn decide publicar Canon de alcoba. Y mientras aún trastabillaba entre los pliegues de una inevitable nostalgia por los amigos y los lugares dejados atrás (“ese pesar que me produjeron los cortes, al irme y al volver”), poco después, en 1988, se produce otro hecho que propulsa la creatividad de la escritora: ese pequeño libro recién aparecido, inesperadamente fue distinguido con el Boris Vian, un premio que había sido organizado durante la dictadura por un grupo de escritores argentinos de primera línea que querían mostrar su reconocimiento a colegas prohibidos, marginados, lastimados. “El premio me fue entregado en la tradicional Librería Hernández. El dueño, durante la dictadura, tapió un salón para poner los libros de su catálogo a salvo del atropello irracional de los militares. Fue un orgullo adicional para mí recibirlo ahí.”

En tus textos, especialmente en Canon de alcoba, quizá porque no hay relato ni son textos testimoniales, se reconoce un manejo natural, espontáneo, de la poesía, entendida como forma literaria pero también como actitud ante la belleza, algo que en tu caso se reconoce en la melodía, los ritmos, la elección de las palabras y la forma de combinarlas. Y entonces cabe preguntarse si alguna vez escribiste poesía.

–No, nunca, no de modo organizado. Salvo por un poemita de 1958, así lo llamé, “Poemita barrial”, que está al final de La letra de lo mínimo. Algunos textos que modelé como cuentos quizá sean poemas en prosa, algo que hacía admirablemente Oscar Wilde, él no los encolumnaba en versos. Y algo interesante que ocurre es la reaparición de temas, de situaciones, se está pensando en algo que se arma a lo largo del tiempo y vuelve a asomar. Alguien advirtió que en aquellos cuentos míos iniciales hay un relato que se titula “Las amigas”, una descripción de mujeres en una situación equívoca, en la cual comparten a sus hombres. Y esto reaparece en Canon de alcoba. Lo mismo con la imagen de la muerte, que ha ido evolucionando a lo largo de todos mis textos, la noción de la pérdida, del duelo, y en aquel momento inicial yo no había perdido a nadie, era muy joven. Uno siempre rodea y vuelve sobre esos núcleos.

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