HALLAZGOS
La aparición de manuscritos de Stendhal revela cómo siguió los consejos de Balzac para reescribir La cartuja de Parma.
Pierre Bers, un mítico bibliófilo de 93 años, decidió vender recientemente su colección de manuscritos originales de Cervantes, Villon, Proust, Rimbaud y Flaubert, entre otros, reunidos durante décadas, tras cerrar su librería de París. Pero hay dos manuscritos de Stendhal que acaparan todas las miradas y martillitos: son cinco cuadernos del diario del escritor que datan de 1805 a 1814 (con valor estimado de entre 600 mil y 900 mil euros) y una versión más que corregida de La Cartuja de Parma. La eventual exportación de ambos manuscritos les quitó el sueño a los stendhalianos franceses, a tal punto que varios de ellos, liderados por los historiadores Jean Lacouture y Mona Ozouf, redactaron hace un par de semanas un llamado a la solidaridad en las páginas literarias de Le Monde, para que el ministro de Cultura, Renaud Donnedieu de Vabres, pusiera manos a la obra y se preservara el tesoro nacional. Finalmente, la acción surtió efecto y el viejo Bers se comprometió a entregar al gobierno los manuscritos; el ministro calificó la donación como un “un gran gesto de generosidad que hace entrar en las colecciones nacionales una pieza esencial de la historia de la literatura y la novela del siglo XIX”. Tanto los Diarios como La Cartuja de Parma permanecerán en Francia y los cuadernos, que se agregaron a las 16.000 páginas de la obra conservadas ya en la biblioteca de Grenoble, permitirán reconstituir la totalidad del Diario justamente en la ciudad donde Stendhal nació el 22 de enero de 1783.
El manuscrito con las correcciones de La cartuja de Parma constituye una fuente extraordinaria de análisis, ya que permite ver los cambios introducidos por Stendhal en su novela luego de los comentarios de Balzac, quien a pesar de ser más joven ya era un escritor consagrado. Es que, si bien muchos saben que poco antes de morir Stendhal leyó el extenso y bastante elogioso artículo que Balzac hizo sobre la novela en
La Revue de Paris, no son tan conocidas las amables pero concretas críticas que el autor de La comedia humana le hizo en el mismo artículo sobre la arquitectura del texto, lo cual generó en Stendhal la necesidad de hacer una reescritura en el manuscrito en cuestión. En primer lugar Balzac le sugirió que La cartuja de Parma debía comenzar en junio de 1815 con la batalla de Waterloo, y no con la llegada a Milán de Napoleón Bonaparte en 1796, como sucedía en la primera versión; en efecto, en la definitiva, el episodio italiano aparece al principio, pero sólo como una fugaz mención. Sus comentarios también generaron algunos cambios en las descripciones de Fabricio y la Parma ficcional de Stendhal. Lo cual es realmente llamativo teniendo en cuenta que para escribir la novela Stendhal estuvo en Parma sólo 52 días; allí le compró a un viejo patricio el derecho de copiar historias de unos manuscritos del siglo XVI y XVII: ocho volúmenes de anécdotas escritas en una especie de jerigonza. Por supuesto, Stendhal no las copió textualmente sino que agregó reflexiones y detalles y, gracias a su sello personal, les dio un soplo de aire nuevo. A una de esas historias, luego reunidas en las Crónicas italianas, le tocó mejor suerte: ser el origen de La cartuja de Parma. Se trata de “Origine della grandezza della famiglia Farnese”, la historia de Alejandro Farnese, que había alcanzado las más altas cumbres eclesiásticas gracias a la corrupción y a los crímenes de su tía Vandozza Farnese, amante del Papa. En agosto de 1838 se le ocurrió al escritor adaptar la trama y escribir una novela corta; a comienzos de septiembre cobró forma La cartuja de Parma. Había escrito veinte folios. Alejandro sería Fabricio del Dongo y tras los rasgos de su tía Vandozza se escondería Angela Pietragrua. Allí estaba todo: historia, aventura,amor y crónica social, con ese estilo tan depurado que maravilló a Giuseppe Tomasi di Lampedusa: “Stendhal ha logrado resumir una noche de amor en un punto y coma”.
Los manuscritos que, desde ahora, quedarán en manos del gobierno francés, fueron conservados por el propio Stendhal hasta su muerte, el 23 de
marzo de 1842.
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