DAN BROWN: LA FORTALEZA DIGITAL
Llegó la última novela de Dan Brown que en realidad es la primera. La fortaleza digital se da a conocer al calor del fenómeno de El Código Da Vinci.
› Por Federico Kukso
La fortaleza digital
Dan Brown
Umbriel
440 páginas
Dan Brown tiene algo con los códigos: una obsesión, una frustración adolescente, una deuda; algo que hace que la criptografía aparezca en su siempre llamativa y tronante obra (El Código Da Vinci, Angeles y Demonios, La conspiración) como un tema omnipresente; su último libro publicado aquí (que en realidad es el primero, publicado originalmente en 1998) no se aleja de esa senda sinuosa que se asienta en pares dicotómicos como verdad/mentira, conocimiento/ignorancia, libertad/tiranía y agota la cuestión de una manera laica: ya sin la iglesia católica como gran productora en serie de fabulaciones e intrigas, el enemigo –el personaje a desenmascarar, a exponer en público– se vuelve el gobierno, el Gran Hermano por antonomasia, el promotor central de las conspiraciones.
Los códigos en cuestión ya no tienen mucho que ver con un pintor florentino ni con las vicisitudes históricas del Cristianismo. Ahora, la teología deja lugar a la criptografía dura, a la matemática, y a su expresión material: una supercomputadora bestialmente poderosa, descomunal y ultrasecreta llamada Transtrl, al servicio de una guerra subrepticia y global (la “guerra de la información”, con enemigos externos e internos) en la que el espionaje de mails, el desciframiento de códigos y el rastrilleo de conversaciones en la web están a la orden del día. Hasta que aparece de la nada –punto de arranque de este thriller informático o “ficción-matemática”– el código que la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos (NSA) es incapaz de descifrar: “fortaleza digital”, el “arma de antiespionaje perfecta”, que pone en jaque a esta agencia (supuestamente) ultrasecreta que hace de la negación pública su política de cabecera.
Como en El Código Da Vinci, los protagonistas son también criptógrafos (Susan Fletcher y David Becker) y no tanto héroes de privilegiado perfil atlético. Novela orwelliana que no araña los tobillos de 1984, y mucho más cerca de Los expedientes X que de Cryptonomicón de Stephenson, La fortaleza digital se conforma con ser sólo una novela geek: una lectura ligera (pero legible) apoyada en una sucesión dispar de intrigas gubernamentales, conflictos éticos (derecho a la intimidad, lo público versus lo privado) y amenazas mafiosas en la que Brown despacha sin respiro conceptos crípticos tan altisonantes como inexistentes (“cadenas mutantes” o el “principio de Bergofsky”) –que, dicho sea de paso, nunca explica del todo– para sustentar la verosimilitud de una trama no tan fantasiosa como se piensa.
Aunque suene paradójico, Dan Brown es tan conocido como desconocido. Su nombre está en boca de todos pero son pocos los que pueden trazar un perfil suyo sin internarse en Internet para encontrar respuestas. Hijo de un profesor de matemáticas y de una compositora de música sacra, en su no tan conocido curriculum figura que compuso un himno para la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Atlanta ’96, que es reacio a conceder entrevistas, que su próxima novela se llamará The Solomon Key, y que tiene más admiración por el cine que por las letras. Y así lo demuestran sus libros. Al fin y al cabo, la sensación que se tiene al leer La fortaleza digital es la de estar viendo una película que aún no despegó del papel. El predominio del “afuera” (la acción, las persecuciones, los asesinatos) por sobre el “adentro” (el mundo psíquico de los personajes), un tiempo casi cinematográfico, la descripción de la escenografía y los exteriores (Japón, Estados Unidos y Sevilla, delineada como una ciudad tercermundista marcada por el olor a pis de los hospitales, la policía sobornable, los teléfonos que no funcionan). Esta novela evidentemente es el resultado de la técnica del crossover a la que Brown tanto recurre: seleccionar situaciones de presencia cotidiana y volverlos novela. Ahí reside el atractivo de La fortaleza digital: la tematización y visualización pública de una problemática en plena vigencia como es la violación de las comunicaciones, la intromisión del Gobierno (norteamericano) en la intimidad ciudadana y, más que nada, el fin de la privacidad. Al menos, tal cual se la conocía hasta ahora.
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