Dom 28.07.2002
libros

Se dice de mí

En el espacio biográfico. Dilemas de la subjetividad contemporánea (Fondo de Cultura Económica), Leonor Arfuch examina las estrategias a partir de las cuales se construyen las imágenes públicas de las personas, desde los diarios íntimos hasta las entrevistas de prensa y, ahora, los sitios de Internet. A continuación, un fragmento sobre las entrevistas a escritores como estrategia interactiva de la conciencia de sí.

POR LEONOR ARFUCH
Entre los territorios biográficos que ha conquistado la entrevista hay uno sin duda privilegiado: el de los escritores –teóricos, intelectuales–, aquellos que trabajan con palabras, que pueden inventar vidas –y obras– y a quienes, paradójicamente, se les solicita el suplemento de otra voz. Es tal la importancia otorgada a esas voces, que casi podría datarse el surgimiento de la entrevista en Francia, como un género periodístico muy elaborado, a partir de la institucionalización de esas conversaciones con peso propio en la prensa diaria y especializada. En efecto, según Philippe Lejeune, fue el interés en las vidas de los grandes escritores del siglo XIX, que se manifestara hasta entonces a través de la publicación de comentarios, cartas, testimonios, etc., lo que impulsó a la utilización de la nueva forma de manera exhaustiva y sistemática. Casi un siglo y medio después, ese interés no ha cesado de incrementarse y la recopilación en libro de entrevistas a escritores publicadas en su momento en los medios de prensa se ha transformado ya en un clásico del rubro editorial.
¿Qué es lo que alienta esa curiosidad sin pausa? ¿Qué se le pide a “ese habla que inútilmente redobla la escritura” (Barthes)? Si bien podrían aplicarse aquí los mismos criterios que rigen en general el “consumo de notoriedad”, el concepto foucaultiano de autoría agrega una notación particular: “Se pide que el autor rinda cuenta de la unidad del texto que se pone a su nombre; se le pide que revele, o al menos que manifieste ante él, el sentido oculto que lo recorre; se le pide que lo articule con su vida personal y con sus experiencias vividas, con la historia real que lo vio nacer” (Foucault).
Aun después de la “muerte anunciada” del autor –que el estructuralismo y su posteridad terminarían de consumar– todavía en el inicio de la década del setenta del siglo pasado, que recién hacia su fin se inclinaría nuevamente hacia el sujeto, Foucault advertía sin embargo que es absurdo negar la existencia del “autor real”, del “individuo que escribe e inventa”, por más que ese individuo ocupe una posición institucional y esté sometido a las determinaciones de su función y de su época. Más cerca de Bajtín al respecto, podríamos pensar hoy a este “autor” en el intervalo azaroso entre herencia y creación –ni un Adán que hablaría bajo inspiración divina, ni un mero reproductor de lo ya dicho–, entre la imposición de los géneros instituidos y la marca de su subjetividad, entre lo que escribe y lo que “deja caer” como declaraciones cotidianas.
En tanto la propia función de autoría conlleva, en la sociedad mediática, esta última obligación, la lógica de la entrevista ofrece sin duda el modo de manifestación más apropiado. Según Barthes, esta lógica podría verse “de un modo algo impertinente, como un juego social que no podemos eludir, o para decirlo de manera más seria, como una solidaridad del trabajo intelectual entre los escritores por una parte y los medios de comunicación por la otra. Si uno publica –agrega– hay que aceptar lo que la sociedad les solicita a los libros y lo que se habla de ellos”.

VIDAS Y OBRAS
Y es en ese hablar sobre los libros donde las vicisitudes de la autoría se articulan, con peculiar énfasis y detenimiento, a la vida personal. Obedeciendo al célebre adagio de Peirce –”El hombre es signo”-, no habrá detalle in-significante para la mirada denodadamente semiótica del entrevistador. Pero si esto ocurre en general con cualquier entrevistado, cuando se trata de escritores, ese detalle adquiere a su vez un nuevo valor, en tanto puede convertirse de inmediato en clave a descifrar en el otro universo, el de la ficción. Esa suerte de ubicuidad entre vida y ficción, la solicitación de tener que distinguir todo el tiempo esos límites borrosos –que escapan incluso al propio autor–, parecería un destino obligado del métier de escritor, un escollo a sortear también en otros géneros autobiográficos, por lo menos los más canónicos –ya que la autoficción instaura sus propias “no reglas”–. Este juego de espejos, que refracta de una textualidad a otra, constituye un datosingular para nuestra indagación: el hecho de que sean los practicantes de la escritura, los que conocen bien a fondo su materia –hayan tratado con vidas “reales” o ficticias, sucumbido o no a la pasión autobiográfica–, los que se aventuren en mayor medida en la entrevista a la construcción compartida de una narrativa personal. Como lo demuestran esos diálogos siempre inconclusos, nunca resultará suficientemente transitada la senda biográfica del escritor, nunca terminará de dar razones sobre los productos de su invención.
Sin embargo, y a pesar de ese empeño interactivo, no es la referencialidad de los hechos o su adecuación veridictiva lo que más cuenta –verdad siempre hipotética, que no está en juego en muchas variantes de entrevista– sino, preferentemente, las estrategias de instauración del yo, las modalidades de la autorreferencia, el sentido “propio” otorgado a esos “hechos” en el devenir de la narración. El “momento autobiográfico” de la entrevista –como toda forma donde el autor se declara a sí mismo como objeto de conocimiento– apuntará entonces a construir una imagen de sí, al tiempo que hará explícito el trabajo ontológico de la autoría, que tiene lugar, subrepticiamente, cada vez que alguien se hace cargo con su nombre de un texto. Esta performatividad de la primera persona, que asume “en acto” esa atribución ante un “testigo” –con todas sus consecuencias–, es, sin duda, una de las razones de los usos canónicos del género.
Así, el diálogo con el autor en proximidad siempre intentará descubrir, más allá de la trama y de las voces, de los acertijos y trampas del texto, y aun de las “explicaciones” preparadas para la ocasión, aquellos materiales indóciles y misteriosos de la imaginación, de qué manera la vida ronda la literatura o la literatura moldea la vivencia, “sobre qué suelo de experiencias, de lecturas, de lenguajes surge la ficción, incluso para ocultar ese suelo, para que se desvanezca la vida y aparezca la escritura” (Sarlo).

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