FERNANDO NOY: LA ORQUESTA INVISIBLE
Aunque no lo parezca, Fernando Noy también es un clásico.
› Por Leonor Silvestri
La Orquesta Invisible
Fernando Noy
Aurelia Rivera
42 páginas
A principios del siglo I a.c. el poeta romano Ovidio reinterpretaba en su libro X de Metamorfosis el famoso mito de Orfeo, vate trovador que acompañaba su mágico canto poético con lira, enamorado por siempre y únicamente de Eurídice, que enseñó, tras su irremediable pérdida, los placeres del amor entre varones. En nuestros días, la “usina creativa” aglutinada bajo el nombre de Fernando Noy, uno de los artistas contemporáneos más inclasificables de los últimos veinte años, puede ser leída a través de ese arquetipo porque supo hacer de su vida una obra de arte. Fernando Noy, poeta, dramaturgo, performer, personaje-ícono de la resistencia, otrora travesti, musa Mnemosyne inspiradora de músicos pero sobre todo madre de mil caras que carga con el estigma del underground porteño de los ‘80, acaba de publicar La orquesta invisible por Aurelia Rivera (editorial en cuyo catálogo se encuentran algunos de los nombres más kitsch de la poesía actual). Sin embargo, su pasado bajo esa pesada carga que supone ser personaje referente de culto de los bordes se devora muchas veces el producto de Noy, cuya poesía, a pesar de oscilar genéricamente entre convenciones de todo tipo sin acatarlas nunca demasiado, es clásica, simple, tradicional: poemas que hablan con un léxico precioso pero de cómoda lectura, sin hermetismos.
El primer poema del libro, “Ladrido”, referencia al cantar de aquellos rebeldes que no aprendieron música, traza el programa: “Tu corazón/Perro cansado/Aunque carne/Hoy comió/También huesitos crujientes de alegría/ Sólo así/Cada gruñido/Le permite seguir fiel/ Incluso con la rabia”. La rabia y la alegría como motor de la lealtad poética de un artista incuestionable siempre al margen pero en el centro de la movida. Pero los poemas de Noy demandan mucho más que ese pasado áureo. Su registro es el de la canción para ser tarareada; sus ritmos se deslizan suavemente y nos dicen que cualquiera, o casi, tiene derecho a cantar. La preocupación por el tiempo de este agudo sobreviviente que no vive de las nostalgias pero sí rememora los recuerdos, aparece, por ejemplo, en “Estiva”: “Veo con ojos de insecto/ Cómo vuelan los años/ Y siempre vuelvo/ A la primera esquina/ Donde urde la tarde/ Un hueco sólo para nosotros dos/ Oh refugio perpetuo”. Su partitura se va completando con toda una serie de epigramas de máximas universales y sentencias inscriptas en los anales de la historia del under, tal es el caso de las partes del poema denominado “Tres en uno” donde se reza “Poesía/ Furia sagrada/ Vómito nutricio/ Desde el cataclismo/ por lograr/decirlo/ Todo lo que sobre es mío/ Tu cuerpo/ Por ejemplo”.
Pequeño, dulce libelo que habilita múltiples entradas por tópicos de onda masiva pero contingente, como el amor (“Un amor vuelve en otro/Lo mismo que el verano/ Viene sin decir llegué”) o la muerte (“Pero cuesta el reencuentro/ Algunos tragados por la inmaculada boca/ De la muerte/ Otros/ En dimensiones que edificó el olvido”). Si el poeta Noy puede ser hoy vate lírico, blando Orfeo generador de palabras, es en parte porque logró no autofulminarse en la carrera por perdurar fugazmente. Lo clásico y lo tradicional que no se enuncia vuelven original a este libro por no poder ser anticipado. Ser experimental sin proponérselo y emocionar sin quererlo. Orquesta de músicos invisibles, fantasmas vivos en el recuerdo del hacedor, que haciendo honor a la etimología del verbo, crea con las propias manos y la propia vida sin desaparecer en ese intento.
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