COCO ROMERO > LA MURGA PORTEñA. HISTORIA DE UN VIAJE COLECTIVO
La murga según Coco Romero: una mirada sobre el mundo que deja en suspenso la seriedad del mundo.
› Por Jorge Pinedo
La murga porteña
Historia de un viaje colectivo
Coco Romero
Atuel
187 páginas.
Soporte concreto de una ancestral expresión de la cultura popular florecida al margen de los poderes establecidos, y más: manifestación furtiva destinada al regocijo de sus integrantes por fuera del marco del establishment, la murga de este lado del Plata calca algo así como una idiosincrasia. Desde sus inicios, rastreados a mediados del siglo XIX con resabios mixturados de sones africanos y gaditanos, pasando por las bandas burlescas de un puñado de pibes, hasta los sofisticados agrupamientos actuales que bien pueden congregar un centenar de participantes, la murga ha resistido. No sin bajas, mutaciones ni escoriaciones, en tanto “movimiento sin dueño”, subsiste en una tradición de mayor atavismo y profundidad histórica que varias de las más entorchadas instituciones pretendidamente patricias o fundadoras. Tal es el recorrido que apunta desandar Coco Romero, salteño nacido en 1955, al convertir en libro un informe de investigación para el Fondo Nacional de las Artes y a éste en una plataforma de política cultural acotada. Pues este músico y teatrista, generador de talleres y rastreador de memorias colectivas, procura instalar el fervor carnestolendo “como el gran teatro de la calle” convocando “a todas las áreas plásticas y poéticas de la ciudad”, ese “gran teatro sin paredes” que requiere “la construcción de una fiesta distinta” que tantas coincidencias guarda con “el corso de la vida”.
Mundo al revés donde los niñitos se fingen directores, acaso en mayor número que los propios dirigidos, al decir de Romero expresa “cantando lo que se calla durante el año, con bromas hechas poesía, recitada o cantada, de dudosa construcción gramatical pero efectiva a su fin...”. Al parecer en forma adrede, La Murga Porteña, el libro, procura conservar tales construcciones a imagen y semejanza, al verter el no menos abundante y valioso material historiográfico al modo de una trascripción textual de una libreta de campo sin protocolos. Lo que mezcla épocas y personajes, testimonios orales y crónicas periodísticas, producciones artísticas y documentos de época, en fin, convierte al volumen en un revuelo de serpentinas. Dentro de ese festival de información se desliza un repositorio de fuentes secundarias capaz de brindar materia prima en abundancia al etnólogo dedicado a investigar la cultura popular por encima de la descripción y el sentido común. Queda en el terreno de la crítica evaluar si tal transposición del carácter caótico del objeto –la murga misma– al texto no amerita adaptarlo al formato libro en cuanto edición ortográfica y gramatical, utilización de los signos de puntuación, distinción de cita y desarrollo así como mayor aprovechamiento de las ilustraciones y las referencias bibliográficas amontonadas al final. Lo que en la práctica callejera (bombo, platillo y silbato) hace al alma murguera en tanto mediación entre orden y caos, en el texto escrito se desvanece ante la imposibilidad de replicar ese ritmo donde “los cuerpos obedecen sin miramientos y se entregan”.
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