DEBATES
Lucha Armada, la revista de documentos y debates que alarma a más de uno por su título, se ha convertido en un interesante fenómeno dentro de las publicaciones que revisan los años ’70.
› Por Eugenia Link
Uno de los efectos de la teoría de los dos demonios, que encuadró el juicio y castigo por violaciones a los derechos humanos (bajo el supuesto de que dos bandos en apariencia simétricos se habían enfrentado violentamente en los años 70), fue el de crear una segunda y falsa equivalencia que equiparaba militancia política con delito. El equívoco mayor que produjo la teoría de los dos demonios fue el prólogo del Nunca más, informe de la Conadep, donde se hablaba de esos dos bandos cuando en verdad el contenido de la obra, imprescindible y de un valor irrevocable para la historia argentina contemporánea, se refería al terrorismo de Estado. El acusado era el propio Estado, no otros. En verdad, la juntura de militancia con transgresión a la ley era previa: era la manera en que una sociedad había impedido décadas atrás el cambio social y cultural, había obturado reglas básicas de representación política y social, y denegado el ejercicio pleno de derechos ligados a la expresión, a todas luces prevalecientes sobre otros derechos. De todos modos, así como la militancia, las luchas populares y las ideologías revolucionarias tuvieron su demonización en tiempos del regreso a la democracia, no menor fue la ausencia de un balance crítico sobre las ideas y las prácticas de las décadas anteriores por parte de las agrupaciones que las habían impulsado. Esto se debió, en primer lugar, a la masacre perpetuada por los militares que impedía la presencia de los protagonistas, y a las complicidades de otros sectores políticos, sindicales, culturales y religiosos, quienes hasta la fecha se niegan a interrogarse sobre lo dicho y lo hecho entonces. Hubo silencio sobre el sentido de aquellas ideas y aquellas prácticas, y sobre todo hubo silencio en la historiografía reciente. De parte de los sobrevivientes, el desplazamiento que les impuso el paso de la historia –la derrota, la reconfiguración intelectual y política del mundo– también operó en contra del balance crítico. Primero a través de memorias personales, de a poco mediante investigaciones, empezó a debatirse el complejo entramado de opciones políticas y metodológicas que caracterizaron a la Argentina desde mediados de los ‘40 hasta fines de los ‘70.
La revista trimestral Lucha Armada en la Argentina se ha propuesto relevar, específicamente, la experiencia guerrillera. Pensada con un formato ensayístico académico, Lucha Armada presenta artículos de fondo que incluyen bibliografía, entrevistas, reproducción de documentos y debates. Uno de sus directores, Gabriel Rot, explica que “definimos nuestro objeto de estudio sin prejuicio ni ambigüedades. No es una reivindicación ni una convocatoria. Es decir con nombre y apellido de qué venimos a hablar. Es llamar a las cosas por su nombre. Lo interesante es la reacción del público. Algunos lo condenan otros lo reivindican. Nosotros queremos ser explícitos: creemos que hablar sin tapujos sobre el tema desacraliza las cosas”.
Han salido seis números desde comienzos de 2005, con un tiraje de dos mil ejemplares cada uno, y no han perdido continuidad. Sus hacedores reconocen el estímulo existente en la revisión de los ‘70, y señalan la pobre o escasa respuesta que ofrece la investigación académica a un público amplio. En tal sentido, se ubican a distancia tanto del bestsellerismo político amarillo que produce biografías que sesgan y reducen los problemas como de la historiografía que intenta despachar el fenómeno guerrillero como si fuera una anécdota o efecto de un juvenilismo violento.
El último número trae un interesante trabajo de Lila Pastoriza sobre Roberto Quieto y el mito de su “traición”, un ensayo de Nicolás Casullo sobre “memoria y revolución”, y artículos de Sergio Caleti, Luis Rodeiro y Guillermo Caviasca sobre temas como los orígenes de las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias), la crisis de las FAL (Fuerzas Armadas de Liberación), protagonistas como Arturo Lewinger y Jorge Caffatti, y reflexiones de Sergio Bufano (codirector) y Mario Beteo sobre la polémica iniciada por el filósofo Oscar del Barco a partir del “no matarás”.
Lejos de pensar la lucha armada como brote de violencia, se intenta pensarla como elecciones de organizaciones políticas y sociales en contextos ideológicos e históricos puntuales. De hecho, tantas son las diferencias, los cruces, las historias, los planteos y las preocupaciones o el modo en que cada organización accede a la acción guerrillera, que no alcanza una frase o un prejuicio para comprenderla.
Más de cuarenta agrupaciones de distinto linaje político e ideológico participaron de la lucha armada. “Buscamos una tendencia seria y de apertura. Somos críticos pero no renegados. No renegamos del socialismo y de la izquierda, pero somos críticos”, dice Gabriel Rot. Acaso la ruptura de la falsa simetría entre “bandos” permita restituir la dimensión política e histórica, y sobre todo el plano incomparable que remite al campo de las clases subalternas, del pueblo, de los desposeídos, de los de abajo, palabras que nombran a quienes este mundo se ha empeñado en cobrarles caras sus derrotas.
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